CONVERSACION CON EL DIABLO

HABLANDO CON EL DIABLO

¡Pase adelante, Jesús!

¿Me conoces?

Como a todos los vivos, de ustedes se todo.

Estoy aturdido, pensaba que tenías otro aspecto. En realidad eres muy apuesto.

Aborrezco lisonjas que provengan de hombres, de las mujeres si las acepto; pero no vienes a molestarme con eso.

Cierto, he venido a pedirle un favor: tú sabes cómo me encuentro.

Completamente, Jesús.

Lo imaginaba, sin embargo lo diré para que lo sepan quienes leen. Estoy hospitalizado, en precaria condición de salud, a punto de morir. ¿Te molesta si uso mi laptop? ¿Tendrás wifi aquí? Quiero usar mi computadora para registrar ésta conversación y mandarla a la nube. ¿O no usas esa tecnología?

Parece que no has leído sobre las teorías conspirativas, soy quien maneja todo internet. ¿Qué me quiere pedir, Jesús?

―Unos pocos días más de vida, preferiblemente varias semanas; con escasos meses de vida me conformo.

―¿Y cuál es tu interés para seguir viviendo? Siendo tú, un hombre viejo. ¡Acaso te mueve la lujuria, a la que has dedicado toda tu vida!

―No Señor, sólo vivir para disfrutar de la fragancia de las flores, del canto de las aves, del agua cuando cae y ver cuando corre hacia el mar. En fin, todo aquello que desestimé; y por supuesto, deleitarme con exquisitos platos.

―No vuelvas a llamarme Señor. ¡Soy Rey! Estoy por encima de cualquier Señor.

―Disculpe usted, Rey. Conceda mi petición, estoy dispuesto a entregarle todo lo que tengo. Mi mansión puede usarla para sus ritos. Mi flota de camiones para transportar ofrendas de sacrificio y le daría todo el oro y joyas que poseo. Y hasta algún familiar cercano puede tomarlo. Con tal de vivir once meses a partir de ahorita, puedo rendirme a sus pies.

―Eres un hombre despreciable, Jesús. Ya por eso mereces seguir viviendo.

―Le entregaré todo lo que prometí, si por eso puedo seguir viviendo. Y para cerrar el convenio ¿Dónde firmo para entregarle todo?

―No puedes entregarme lo que ya es mío por naturaleza. Soy el dueño de todas las riquezas y de todos los bienes materiales que la humanidad dispone. Y también propietario de más del cincuenta por ciento de los pensamientos y obras de los humanos.

―¿Quieres decir que no tenemos un trato?

―Soy quien pone las condiciones, si las aceptas continuarás viviendo.

―¡Las que sean, Rey!

―De tu memoria se borrará todos los días que fuiste feliz y no reconocerás a ningún amigo, amiga o familiar. Te dejaré vivir por más tiempo del que pides, pero llegará el día que tu olfato no perciba nada, tus oídos ensordezcan y poco veas. Aparte de eso, no recordarás si has comido, ni reconocerás a quien te abraza o te desprecia. Y me pertenecerás hasta que seas incapaz de sufrir.

―¡Caramba, Rey! Eso es padecer Alzheimer. ¡Tendré que pensarlo!

―Mira al electrocardiograma, Jesús. Debes tomar una decisión, el tiempo apremia. En segundos aparecerá una línea recta y sonará un pitido, que probablemente no escucharás.

―¡Acepto, mi Rey!

―Esto no funciona así, Jesús. Te concederé unos segundos más para que decidas. Cuando encontraste mi puerta, era porque habías entrado al túnel por estar moribundo. Tocas la puerta izquierda porque sabes que éste es mi lado y conoces quien es mi vecino, el de la derecha con puerta blanca y una cruz de señal. A quien ustedes llaman Señor. Entre Él y Yo hay un pacto, de tiempos inmemorables. En éste instante, Jesús. Debes renunciar a Él y renegar su palabra. Si no lo haces, puedes salir de aquí y caminar hacia Él, te permitirá entrar a su oficina y te ofrecerá el paraíso, en ese momento morirás. Pero estas no son todas tus opciones. Sales de aquí y no tocas la puerta del frente y continúas caminando, hasta el final del túnel, dónde verás una luz, es la que ilumina un abismo. El foso silencioso de los extraviados.

―Mejor tu oferta, Rey. Pero, sabe Él que estoy contigo?

―Claro, Jesús. Tenemos una línea de comunicación directa y abierta perennemente. Él sabe lo que ocurre aquí y Yo, lo que pasa en su oficina.

―¿Él me está viendo?

―No, Jesús. No tenemos cámaras porque detestamos vernos. Sólo sabe que estás y que tomarás una decisión.

―¡Renuncio a Dios, mi Rey!

―Trato hecho, Jesús. Ahora te explicaré, ya puedes saberlo. Pensarás que te he engañado, pero no es la intención. Yo no decido sobre la muerte, aunque tengo poder para eso, es que no me sirven las personas muertas. Me interesan los vivos, me complazco porque cada día, en cada instante, actúo sobre ellas para lograr mis fines y cuando eso ocurre soy superior al de la oficina de puerta blanca. Ese Señor, el que ustedes llaman Yave: innegablemente es quien los quiere muertos, ofreciendo vida eterna en un paraíso no terrenal. El pacto que tengo con Yave consiste en darle una oportunidad a todos los que vienen a mí, para que caminen hacía Él y pueda ofrecerles el edén.

He aquí mi Salmo:

Satán 116,17

No alaban al Rey ni los que mueren ni los que van al foso silencioso.

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