Convergencias: La Presencia

Se dice que el primer evento registrado ocurrió en el desierto de Rub al-Jali, más precisamente en una región que se encuentra en Jordania. Desde aquel inolvidable día de marzo de 1960, se han documentado al menos 600 de las ahora llamadas «Convergencias»: enormes anillos, la mayoría en posición vertical, que parecen portales conectando a otros mundos. Se cree que estos eventos han sucedido desde tiempos inmemoriales en nuestro mundo, pero solo recientemente hemos podido registrarlos de forma adecuada. Esto, sin embargo, ha resultado extremadamente difícil, pues los eventos suelen durar apenas unos minutos; en contados casos, han llegado a prolongarse cerca de una hora. Para cuando la mayoría de medios televisivos, radioemisoras, reporteros y, más recientemente, civiles con sus dispositivos llegaban al lugar, lo único que quedaba era una suerte de espejismo difuso, apenas un rastro de que algo había sucedido.

El evento de 1960 quedó registrado únicamente gracias a una fotografía tomada por un ermitaño beduino de la tribu Zalabia, que capturó la escena con una vieja cámara. Desde ese momento, los medios, gobiernos e incluso iglesias —excepto aquellos que se declararon negacionistas de las Convergencias— comenzaron a hacer eco del suceso. Era algo sin precedentes: un gigantesco anillo de colores metálicos de efecto tornasol, de apariencia líquida y cambiante, se alzaba contra el horizonte, desafiando toda lógica.

En aquel primer registro, una entidad humanoide colosal emergió a través del anillo, dejando a los testigos en un estado de desconcierto y pavor. Su forma carecía de detalles reconocibles, como si fuera una figura esculpida en pura energía o materia viva, y su altura sobrepasaba con creces al mismo portal. Los locales la llamaron «La Presencia». No habló, no se movió, pero su aparición, cargada de una gravedad inexplicable, quedó grabada en las mentes de quienes la presenciaron.

Sobre el anillo, el cielo era diferente. Junto a las estrellas y el vacío, se distinguían dos lunas enormes suspendidas en el firmamento, claramente visibles a simple vista. No eran ni la Luna terrestre conocida ni planetas familiares; sus formas y colores, un gris opaco y un turquesa pálido, sugerían orígenes completamente ajenos al sistema solar. Una de ellas mostraba cráteres que parecían formar patrones geométricos imposibles, mientras que la otra parecía estar cubierta por una niebla luminosa que pulsaba levemente, como si respondiera al portal. Estas lunas alienígenas añadieron una dimensión aún más perturbadora al evento, dejando claro que lo que se vislumbraba a través de la Convergencia era un mundo totalmente ajeno al nuestro

Los lugareños aseguran que, durante los tres o cuatro años posteriores a la aparición de «La Presencia», la zona se convirtió en un epicentro de eventos inexplicables, plagado de anomalías físicas y temporales que sembraban una inquietud difícil de describir en quienes las experimentaban. Algunos afirmaban, por ejemplo, que al cruzar el área montados en sus camellos o a pie, caían en un bucle extraño: podían caminar en línea recta y, sin embargo, pasar varias veces por el mismo lugar, como si el tiempo se enredara en sí mismo. En otra ocasión, una caravana de kurdos relató un suceso todavía más perturbador. Una noche, tras terminar las últimas raciones de comida que llevaban consigo, observaron con asombro cómo alguien del grupo, quien ya les había servido la cena, volvía a aparecer anunciando que la comida estaba lista. Al acercarse, encontraron la olla del caldo nuevamente llena, los platos limpios como si jamás hubieran sido usados y, para su horror, sintieron sus estómagos vacíos, como si los minutos anteriores hubieran sido borrados de la existencia. Los testigos, aunque vivos para contarlo, llevaban en sus ojos un reflejo de algo que, quizá, solo ellos habían llegado a comprender: que aquel lugar ya no pertenecía del todo a este mundo.

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