Sus tacones rojos y elegantes repicaban anunciantes del acontecer matutino.

Yo esperaba ansioso en el banco del parque , lustrado con mis galas para la ocasión, el corazón palpitaba como una alondra en primavera y ya me imaginaba el deseo de nuestro primer encuentro.

Un año antes el desamor había llamado a la puerta de ambos y la casualidad o el anhelonos había puesto en contacto casi sin querer , ambos pensábamos en un último tren, donde tardío el amor apareciese. Nos besamos como enamorados detrás de la tapia de un convento y ese beso juguetón y húmedo lo guardamos en el cofre de la mente , en un difuminé entre lo efímero y lo eterno.

Acto seguido y sin saber el como ni el cuando dimos paso al sexo más salvaje y confiado que sólo los dioses se atreven a soñar

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