Era como ese libro que todos quisieran tener para presumir, sin haberlo leído sólo se guiaban por la portada, aquella portada que llamaba la atención de cualquiera que pasaba desprevenido.
Ese libro, con la mejor calidad de página que nunca hayas podido encontrar, no estaba sellado por supuesto, fácilmente se podía distinguir a lo lejos el delicado grosor de cada una de ellas, aunque el contenido seguía siendo un enigma.
La parte de atrás, aquel lugar donde se halla la sinopsis, en su lugar había un mediocre vacío.
¿Qué habrá querido causar el autor? ¿Más misterio?
Una razón más para la cual leer ese libro . Lo abrí, el prólogo era casi escaso, pero con mucha particularidad, cada letra en cada oración estaba perfectamente colocada, me dejó con ganas de seguir descubriendo el interior, debía tenerlo.
Pero no me quedaría con él por la insólita singularidad de su portada, sino por el interior, me había dejado con esa fogosidad, aclamando por más, debía ser mío y a la vez del mundo, quería leerlo hasta aprenderme el contenido de memoria, averiguar el por qué no tenía un título y sólo el nombre del autor, que te daba pistas de las posibles denominaciones que podría tener, que cada persona era distinta, que cada uno le otorgaba a aquel libro su propio epíteto.
Lo más trascendental es que el libro contaba con más de 400 hojas, era el único ejemplar creado, no había otro igual, ese libro había sido tocado por infinitas manos, había dado la vuelta al mundo, tenía más experiencias que cualquier otro ser humano, y eso lo supe por el aspecto que llevaba.
Antes de llevarmelo conmigo concluí que yo no solo le daría el nombre a ese libro, sino que el libro determinaría quién era yo.
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