Y allí estaba, trémula y casi inapreciable, su negro cuerpo fusionado con la oscuridad de la noche, tendida sobre su acolchado. Intenté sosegarle mientras palpaba su asustadizo y raudo corazón, faltó poco para que explotara. Me miraste fijamente con tus ojos de color castaño claro, conversábamos sin hablar, decían que no te dejara sola. Seguidamente acaricié tu delicada y pequeña cabeza, en un acto reflejo te besé la frente, estabas un poco más serena y al fin lograste descansar.
Mientras celaba tu sueño mi pensamiento luchaba para no, pero al final siempre avizoraba el momento de tu ausencia; percibía la marabunta llegar, rebosaban los sollozos ficticios, rompiendo el silencio con sus estrepitosos y agigantados lamentos, con su doble moral a flor de piel; me abrazaban tal cual como yo lo hice contigo para evitar tus miedos en las frías noches de lluvias y tormentas, con todo, no era el mismo abrazo; nosotros aunque distintos éramos iguales, el afecto era recíproco.
Tú con tus diferencias eras consciente de lo que padecías y lo que no; ella con su raciocinio era intransigente.
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