Como conocí el valhall 1

Como conocí el valhall 1

Shh_2205

30/07/2025

Hoy es un sábado diferente, ya que normalmente descanso los lunes, pero este fin de semana es especial. Uno de mis mejores amigos dará una fiesta de despedida para otro amigo que se va del país. Creo que solo estaremos los de siempre, sus novias y uno que otro desconocido.

El trabajo estuvo bastante pesado hoy, no sé si por la responsabilidad o porque simplemente ya quería salir. Mi turno fue, como siempre, hasta las 9:00 p. m. Llevaba mis lentes, el cabello recogido con mi propio cabello, mi camiseta larga de Butters (solo traía eso y unas pantys negras Tommy Hilfiger), medias negras con una línea blanca y mis Vans.

A las 8:49 p. m. me avisan de portería que Juan ya llegó por mí. Lo autorizo y le envío un audio: “No vayas a subir porque de aquí salimos a las 12 p. m… o quizás ni vaya.” Él me manda un emoji con los ojos en blanco y me pregunta:

—¿No has comido, cierto?

Ya me conoce, hemos sido amigos desde la escuela. Le envío mi emoji del ratón, ese que siempre uso.

Justo a las 8:57 p. m. llega una de las compañeras que más tensión me causa en el trabajo, y no en el buen sentido. Trato de darle la razón y no interferir, ya que para ella nada sirve pero bien que le gusta hacer sentir a los demás como poca cosa. Esos tres minutos fueron eternos y estresantes. Tenía hambre, me dolía el cuello… ya solo quería irme.

Muy a las 9:00 p. m. me despedí de mis compañeros, agradeciendo su compañía, cerré el Zoom lo más rápido posible, apagué el equipo, me lavé la cara con agua fría para aterrizar en el presente, tomé mis papeles, celular, llaves y dije “adiós, luz, que te apagaste”.

Bajé súper rápido y me subí al carro. Juan me saludó extendiéndome una rica perra del Poblado (mi favorita) y agua, porque recordó que estoy dejando el azúcar. Son esos momentos en los que agradezco infinitamente tener amigos como él. Hice mi bailesito de felicidad —mover los hombros— y a comer.

Cuando terminé, paramos en un semáforo y vi las luces raras. Fue cuando noté que salí sin mis gafas. Sonreí igual; en casa de Julián tengo lentes. Su casa es una extensión más de la de todos nosotros. Mi cuarto lo comparto con Juan: tenemos nuestras camas, baño propio y cada uno su vestier. Así que puedo irme tal y como estoy, porque allá me puedo organizar tranquilamente, como en casa.

El trayecto duró una hora. Al llegar, me sorprendió ver más carros y motos de lo normal. Como no llevaba lentes, mi saludo fue general: quien quisiera abrazo, que se acercara. Es muy obvio notar que no veo nada porque entrecierro los ojos como todo miope. Así que pronto me quedé sola entre la entrada y la sala.

Subí al cuarto para organizarme. Por fin me quité los tenis, las medias y me tiré en la cama mientras me enfriaba un poco. Empecé a pensar en la semana, en que al fin mañana podré dormir tarde… y hoy, disfrutar. Comer, beber, ¿por qué no?

Pasó el tiempo. Tomé mis sandalias del vestier y mi bata de baño, entré a ducharme. Me sentía renovada, oliendo a tutti frutti. Me puse la bata y en ese momento la puerta del baño se abrió. No había echado seguro porque, con mis amigos, tengo plena confianza. Aparte, para llegar al baño deben pasar por el cuarto y el vestier. No es normal que alguien más que Juan y yo entre ahí.

Mi sorpresa fue mayor al ver a un hombre blanco, vestido con un camibuso Adidas negro, jeans claros y tenis blanco con negro. Cerró la puerta tras de sí y me hizo una señal de silencio. No sé si creía que iba a gritar o qué, pero era increíble que eso me estuviera pasando a mí. Nuestro cuarto está justo al lado de las escaleras de la segunda planta… pero, ¿pensar que es un baño? ¡Igual debes pasar por una habitación!

Le pregunté:

—¿Te buscan? ¿O necesitas el baño?

Levantó el rostro, sonrió y me dijo:

—Disculpa, no sabía a dónde ir… sí, buscaba un baño.

Salí de la ducha y le dije:

—Todo tuyo —mientras salía envuelta en mi bata.

Busqué en el vestier un vestido rojo de seda, corto, de amarrar en el cuello, con escote en V. Dudé si ponerme pantys sin costura negras o rojas… pero ante la duda, negras. Tomé mi perfume “Next” de Ariana y me llevé todo a mi cama. La mía está cerca al ventanal; la de Juan, al lado del baño.

Terminé de secar mi cuerpo, puse mis cosas sobre la cama y en ese momento sentí la puerta del baño abrirse. Me giré de espaldas y él me dijo:

—Discúlpame… y gracias.

Sin mirarlo, respondí con un simple:

—Ajam.

Él salió. Tomé de la mesa de noche mi crema de manos de mora azul y, totalmente desnuda, comencé a hidratar mi piel. Me puse las pantys negras, el vestido… el look no daba con tenis, y no iba a salir de la casa. Así que opté por unas sandalias blancas. En caso de frío, tengo un buso blanco que fue de Julián pero ahora es mío. Me organicé el cabello y justo en ese momento subió Juan.

—¿Toda la vida? —me dijo al verme.

Me reí, tomé el celular, mis gafas y bajamos juntos. Al llegar, ya estaban todos. Me integré mientras hacían el asado. No sé nada de eso, pero me encanta ver cómo los hombres logran organizarlo todo. Y entre ellos… ahí estaba él. El chico que entró al baño.

Ahora que lo veía bien, era alto y estaba muy bien formado. Su espalda resaltaba en ese camibuso. La noche avanzó, nos reímos, cantamos, tomamos. Terminamos parchados en el sofá de la zona BBQ. Pasaron las horas, algunos se fueron, otros se acostaron, y quedamos unos pocos.

Ya con tres Pilsen encima, estaba muy en ambiente. De pronto terminé al lado de él. Yo de pie, él medio sentado. Creo que hablábamos de música… pero en un momento solo podía ver su boca. No sé si eran sus labios gruesos o su tono de voz, pero no podía dejar de mirarlos.

Me dijo:

—Vámonos.

Yo solo reí, ya estaba más allá que acá. Subí al cuarto, fui al baño, me miré en el espejo y me dije: “Ya duérmete.” Me cambié como pude, con mi pijama —short y blusa, por respeto— y me tiré en la cama.

Al día siguiente, me despertó la alarma de algún gracioso. ¿¡Quién pone una alarma un domingo!? Me levanté y ahí estaba Juan, a mi lado. ¿Cuándo llegó a mi cama? Ni idea.

Fui al baño, me lavé los dientes, bajé a desayunar. Las novias de mis amigos querían piscina. “¿Por Dios, esta gente no se apaga?” —pensaba yo.

Subí, y para mi suerte, Juan ya se había levantado… y con él, dos chicos más que habían dormido en su cama. Uno de ellos: él. El que casi me ve desnuda. El que no podía dejar de mirar por sus labios. Lo recordaba y sentía esa imagen de él haciéndome un oral, sin saber por qué.

Me duché, me puse el vestido de baño, un short de jean y bajé a la piscina con las demás. En un momento, me miró. Era el único que podía hacerlo desde su ángulo. No sé si lo imaginé o lo dijo, pero susurró en cierto tono:

—Qué rico…

Yo estaba desayunando, así que claramente era por eso. ¿O no?

En fin, convencidas no somos, así que pasé derecho a la piscina. Estaba sedienta. Fui por un Gatorade al BBQ —Julián siempre tiene—. Pusieron clásicos, me parché con el sol porque sentía que no había dormido suficiente. Luego de una hora y media, subí a dormir.

Al despertar, ya todos se estaban organizando para irse. Yo, sola, me comí un Trident y fui al baño. Justo cuando iba a abrir la puerta… él salió. Quedé frente a él, con el vestido de baño y el short abierto. Me miró de arriba abajo, se mordió el labio inferior. Mi cuerpo reaccionó con un pequeño gemido.

Me besó. O nos besamos.

Me tomó del cuello con una mano, y con la otra, al ver que le respondía, me agarró de la cintura. Solo llevaba una toalla en la cintura, y pude sentir lo duro que estaba. Nunca me gustan los besos, pero con él… ya sentía el short húmedo. En medio del beso me salió otro gemido, y lo aprovechó para decirme al oído:

—No sabes las ganas tan hps que tengo de follarte.

Eso sonó tan dominante… que simplemente me dejé llevar. Me llevó al baño, me subió al mesón del lavamanos, bajó mi short —lo único que tenía— y me dejó completamente expuesta. Me abrió para él y me lamió, saboreando lo húmeda que estaba. Lo hacía una y otra vez. Yo solo podía jadear. Solo podía sostenerme, gemir, temblar. Y al llegar al orgasmo, me miró y dijo:

—Qué puto sabor.

Lo miré a los ojos. Sonreí. En ese momento escuchamos que me llamaban.

—¡Ya voy! —grité.

Me puse el short y salí. Era Juan.

—¿Quieres pollo?

—¡Sí! ¡Guárdame!

—No se guardan pesares —me respondió.

Bajé. Me temblaban las piernas. En ese momento bajó también él, ya organizado. No sé si la tensión se notaba, si los demás la percibían… o si era solo entre él y yo.

En esos pocos minutos de observarlo a la distancia, entendí: parecía un dios vikingo. Sus facciones, su cuerpo…

Terminamos de comer. Indio comido, indio ido.

Todos se fueron. Solo quedamos cinco, para despedirnos. Me llevaron a casa. Lo vi montarse en su moto.

Quizás no vuelva a ver a ese dios vikingo.

O quizás sí…

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS