¿Cuánta felicidad alma mía he de sentir?; tristeza y amargura se ahogan en esta cálida muestra de amor al que con humilde merced porta el escudo de Comayagua en su ser y «agriendulzo» la pena que me embargaba desde los días de «escueleta» en «La Duplex», en su voz hay campo y brega, que me recia como el agua se despliega en las albas de las mañanas.

Oh que maravilloso el cielo ha sido con nosotros, ahora que tu bellísimo rostro ha sido visto por nuestros ojos de nuevo. No hay argumento que valga, para que el astro caiga y dibuje arados en los firmamentos; celebrémoste Comayagua, ¡que dicha que has estado allí!

¡Sí!, traigan vino, sirvan la carne, deléitenos el queso de las leches de Lamaní, bebidas enjugadas con los limpios «hacéres» de las damas, traigan estólidos bufones de caravana de nobles de provincia, eleven mascaras hasta donde los ojos avizoran, hombres besen a las cortesanas, cortesanas a abrir… ja,ja, mejor callamos, que la fiesta no termine, ni cuando el diablo haya en juicio culpado sido.

Y el cielo vestido de negro abraza nocturnamente a una “ennoviada” Comayagua, que como joya de la Honduras por la mano de Dios dejada a merced de los suyos, aun brilla en el anular de su mano.

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