Había una vez un jardín hermoso y frondoso, cuidado con amor por un jardinero. En este jardín crecían flores de todos los colores imaginables: rojas, amarillas, azules, violetas y blancas. Los visitantes del jardín quedaban asombrados por la diversidad y la belleza de las flores.
Sin embargo, un día, un grupo de flores comenzó a discutir sobre cuál de ellas era la más importante. Las flores rojas afirmaban que su color representaba el amor y la pasión, por lo que debían ser las más importantes. Las flores amarillas argumentaban que el amarillo simbolizaba la felicidad y la alegría, y por lo tanto, debían ser las favoritas. Las flores azules sostenían que su color representaba la tranquilidad y la paz, y así sucesivamente.
La discusión se volvió cada vez más acalorada, y las flores se enfrascaron en una competencia por ser la más importante en el jardín. Cada grupo intentaba desplazar a las otras flores y ocupar más espacio.
El jardinero, preocupado por la tensión en su hermoso jardín, decidió intervenir. Reunió a todas las flores y les dijo: «Cada uno de ustedes es especial a su manera. No hay un color que sea más importante que otro en este jardín. La belleza de este lugar radica en su diversidad y en cómo todos ustedes se complementan entre sí. Juntos, crean un espectáculo magnífico que trae alegría a todos los que lo visitan».
Las flores reflexionaron sobre las palabras del jardinero y se dieron cuenta de que tenían razón. Dejaron de competir y comenzaron a apreciarse mutuamente por sus colores y características únicas. El jardín volvió a ser un lugar armonioso y hermoso, donde todas las flores brillaban juntas en su diversidad.
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