Febo asomó esa mañana por el oriente, como cada día, implacable. Lo veo brillar como nunca en la infinidad de los cielos. Camino por las calles de París, respirando su historia. Recorro los Campos Elíseos. Me acerco a la vera del Sena, lo escucho fluir. Veo elevarse la torre. Camino hacia ella sin pensarlo, hipnotizado por su aura metálica. Piso el césped del Campo de Marte que huele a recién cortado. Los niños corretean sin pensar. Los adultos piensan sin corretear. Veo dos hombres concentrados, mirando fijamente la mesa a la que están sentados. A medida que me acerco comprendo su arrobamiento: juegan una partida de ajedrez. Me detengo unos segundos a verlos pensar, gustoso de relajar la mente un instante mientras son otros los que piensan. El hombre más joven de los dos toma el alfil delicadamente entre su pulgar y su índice y lo levanta lentamente…
Miro el tablero y recuerdo el piso de mármoles ajedrezados del doctor Juvenal Urbino de la Calle. El amor en los tiempos del cólera. La cólera en los tiempos del amor, en todos los tiempos. “Dos colores se odian en este ajedrez que llamamos mundo”. El odio, la ira dominando nuestras almas. El alma mía (¿?), el alma del mundo. Pienso en el mundo, pienso en todos los hombres que lo habitan. Los vicios de esos hombres, la droga, el juego. Tahúres del destino que se juegan todo a los dados. Un cubilete, un paño verde, tres o cuatro vasos y una botella de Vodka. Rusia por decantación, Rasputín e Iván el terrible. Comunismo por inercia, capitalismo por yuxtaposición. Una guerra ligeramente más fría que las demás. Las Coreas, Vietnam. Ojos rasgados. Japón también, por supuesto. Flashback al ´45. Hiroshima y Nagasaki. Sendas bombas. Muerte por doquier. La muerte, ese rostro escondido bajo una capucha negra. ¿Un activista? Un anarquista. Ausencia de autoridad. Exceso de autoridad (unos tantos y otros tan poco, diría mi abuela). Lucha por el poder. Poder despótico. Empiezo a contar Carlos y Felipes. No me alcanzan los dedos. Muchos Luises también. Revolución Francesa. Liberté, égalité, fraternité. La toma de la Bastilla. Una cárcel. Como castigo la pena capital. El cerebro me abduce de Francia y me remonta hasta Texas. El Álamo. Asedio. El uso de la fuerza en favor de las conquistas. Las Cruzadas. Otra vez de vuelta en Europa; de ahí a Asia Menor. Los templarios. El Papa Urbino. El cristianismo. Jesús crucificado. “Ecce homo” anuncia Poncio Pilatos. Las traiciones de Pedro y Judas Iscariote. La traición del pueblo que libera al asesino Barrabás. El asesinato. La traición. ¿Traición en Waterloo? Napoleón, Blücher y el duque de Wellington. Duque nacido en Irlanda, muerto en Inglaterra. Dos invasiones inglesas a Argentina a comienzos del siglo XIX. Incontables invasiones inglesas a lo largo y a lo ancho del mundo. Incontables invasiones inglesas a lo ancho y a lo largo del tiempo. Colonialismo, imperialismo. La división internacional del trabajo. El trabajo. Los obreros en “sus” fábricas. Fábricas que pitan humo, mucho humo. Irrita los pulmones, los ojos. Cuando el humo se despeja pueden verse las ruinas aún calientes del gran incendio de Londres. El gran incendio de Chicago. El más cruel incendio de la fábrica textil Triangle Shirtwaist. Ropa, moda, esnobismo. Estetas. La belleza, y la poesía que la consagra. Baudelaire y sus viejecitas: Eponina, tomada prestada a Víctor Hugo y Lais, la cortesana griega. Una cortesana. La prostitución, el negocio de la carne. Una delgada línea roja mediante, las violaciones. Sodomía. Sodoma y Gomorra, las originales, no las de Proust. Homosexuales. Pienso sobre todo en Wilde y si pienso en Wilde pienso en fantasmas, en el más allá. Gente que cree que hay un más allá. Espectros que hacen todo lo posible por volver más acá. Exorcismos. La cruz de San Benito para eso. La autarquía de la orden benedictina. La Santa Regla. Vigilias, laúdes, liturgia, la misa, la religión. El o los dioses. Poli o monoteísmo. Musulmanes, cristianos, judíos. Infinidad de variantes de una misma cosa. Lucho por impedirlo, cierro los ojos y sacudo la cabeza para ahuyentar la idea pero por más que lo intente no puedo dejar de hacerlo: pienso en judíos y mi cerebro, lamentable e irremediablemente piensa en Hitler. De vuelta a la segunda guerra mundial. ¿Una tercera? Soldados por doquier, rifles de asalto. Mi sobrino emulando el ronronear de un AK-47 en un baboso éxtasis de lengua vibrante e incisivos desafiantes. El mercado de las armas. El tráfico de armas. Enriquecimiento ilícito, corrupción. Suciedad, máculas, podredumbre. Peste bubónica, peste negra, gripes de todas las nacionalidades. El contagio, el aislamiento, el rechazo. Pienso en discriminación. Pienso en intolerancia. La Intifada. Israel y su capital Jerusalén. El templo de Salomón. Los masones tramando vaya usted a saber qué conjuras mientras levantan sus muros. Nabucodonosor y sus babilonios echando por tierra esos mismos muros. Ciro y sus persas echando por tierra esos mismos babilonios. Más adelante Jerjes en el Imperio aqueménida. Los persas contra tespios y espartanos. De Esparta era Helena, cuya belleza puso innumerables vidas en juego. ¿Helena de Esparta o Helena de Troya? ¿Cómo resolver conflictos el hombre si no es mediante violencia? Tienen razón, la vileza es su segunda herramienta predilecta. El engaño. Un caballo lleno de soldados. Estoy en Troya: la gente corre desbocada, el caballo no se mueve. Estoy en un hipódromo: los caballos corren desbocados, la gente no se mueve. Las tribunas están repletas, expectantes de saber el vencedor. Pienso en el coliseo romano, donde los vencidos tenían casi, casi el peor premio posible; el peor premio posible se lo llevaban los vencedores. Lo veo a Julio César bajarle el pulgar a un gladiador. Lo veo a Bruto bajarle el pulgar a Julio César. Veo la lucha encarnizada por permanecer con vida y sigo viendo la lucha más encarnizada aún por el poder. Veo tiranías. Percibo un atisbo de luz en Montesquieu. A lo lejos en el horizonte se ve venir la división de poderes. Ahora si veo democracia. ¿Veo democracia? Veo dictaduras del proletariado, tiranías del pueblo. Dictaduras de las otras también. El ejército, trajes camuflados. Trajes, disfraces. Gente pretendiendo ser alguien más, como en las películas. Televisión, radio, terrorismo de estado desde los satélites. Caos, inseguridad, pestes, violencia. Violencia acá, allá y, si existe el más allá, mas allá también. En la calle, en las casas (propias y extrañas), hombres haciendo volar todo por el aire. Hombres volando por el aire. Uno vuela con una pelota a sus pies. Una saeta, rubia para más datos. Una flecha. Muchas flechas. Un carcaj atestado de ellas. Veo un huno, que no es uno sino millares. El azote de Dios. Lo veo arrasar con todo lo que encuentra a su paso. Arrasa con todo hasta que llega a Châlons-en-Champagne. Ahí lo espera Flavio Aecio. Los repele. El aura de invencibilidad se extingue, difuminado por “el último de los romanos”. El gran Imperio romano. Pienso en Rómulo y Remo, estirpe de Eneas. Dos hermanos. Como Hugo y Bartolomeo, amarillos ellos. Uno bueno, otro malvado. Como el doctor Jeckyll y mister Hyde. La eterna interna lucha entre el bien y el mal. La dualidad de todo lo que nos rodea. El yin y el yang. El taijitu, blanco y negro. Todos los colores y ningún color. Negro y blanco. Como el tablero que tengo frente a mí.
…el joven apoya el alfil blanco un par de casilleros más adelante. Sigo mi camino por París, pensando en lo vacío del ajedrez.
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