Me puse a pensar en cocodrilos, en la belleza fractal de su piel, en cualquier cosa menos en todo lo que ocurría detrás de los cristales de mi ventana. Allí fuera el espacio y el tiempo corriendo a sus anchas y todo, absolutamente todo, bailando al ritmo de sus carreras. Así pues, un cocodrilo del Nilo puede ser muy peligroso en el río que le da apellido pero no nos resultaría tan amenazador como competencia en unas oposiciones para empleado público de la Biblioteca Municipal de Benavente. A mi, al igual que a los cocodrilos del Nilo, no se me puede considerar un gran rival en esto último y, al contrario que esos aparentemente inmóviles reptiles, no parezco tener un lugar en el que mis capacidades tejan un sentido para mi existencia. Mis movimientos, mi color de piel, el tamaño y forma de mi extremidades… no demuestran estar preparados para ningún fin en concreto. La naturaleza se equivoca sistemáticamente sabiendo que alguno de sus errores se convertirá en la solución más efectiva a alguno de los muchos problemas de los que está sembrado el mundo. Espacio, tiempo y problemas.

¿Y qué ocurre con todos los otros errores? ¿Qué hacen todas esas mutaciones que la estadística deja fuera del acierto? Beben refrescos, comentan la jugada, completan crucigramas. Hacen cuanto pueden y muchas veces no se puede. A los humanos nunca nos gustó esta evidencia y así basamos nuestra existencia en crear mecanismos y dispositivos para ponernos al nivel de Mamá Naturaleza y hablarle al oído. De tu a tu. De este modo, aun teniendo unos brazos cortos y enclenques y levantándome del suelo apenas un metro sesenta, si consinguiese el puesto de bibliotecario podría utilizar una escalera para acceder a las baldas más altas de las estanterías, cumpliendo satisfactoriamente mis exigencias en ese trabajo, esquivando con astucia esa trampa espacial que me niega el acceso a los volúmenes más altos. La orientación sur sur-este del edificio público, su hermética arquitectura, el eficiente sistema de ventilación y el obligado voto de silencio que exige una institución como esa ofrecen una protección inexpugnable contra el polen de las graminias, los epitelios de animales y las conversaciones pesadas e inoportunas que tanto abundan en esta zona de Ourense. Pero existen demasiados problemas, tanto aquí como en cualquier otro lugar, y saber utilizar una escalera, guardar silencio o encerrarse no soluciona gran parte de ellos, así que me acurruco en el sofá, me agazapo bien bajo la manta evitando exponer la mínima parte de mi cuerpo al frío de la estancia y, mientras bostezo, muteo el televisor y echo un último vistazo al documental sobre reptiles que cada martes tarde pasan en TVE2. Mi vida en una siesta contínua. No es difícil salir a la calle y sentirte como un cocodrilo delante de una bicicleta.

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