Ciudad de la Paz

Ciudad de la Paz

Maybe_idiot

23/07/2025

Hay días en los que uno se despierta sin saber muy bien por qué. No porque tenga algo importante que hacer, ni porque haya dormido lo suficiente. Simplemente abre los ojos y ahí está: el techo, la luz gris entrando por la ventana, el mismo ruido de fondo de una ciudad que arranca sin esperarte. Yo me despierto así casi siempre. No es insomnio, ni ansiedad. Es más bien costumbre. O cansancio. De ese que no se arregla durmiendo.

La rutina empieza sola. Me levanto, prendo el cigarro de siempre —ese que coloco en la rendija de la ventana mientras caliento el agua para el café— sin pensarlo mucho. Cada movimiento se siente como parte de un libreto que ya me sé de memoria, pero que nunca decidí seguir. Lo peor es que no pasa nada. Nunca. Y sin embargo, sigo esperando. Como si un cambio pudiera colarse por la rendija de la puerta, como si algo distinto me estuviera buscando y yo solo tuviera que aguantar un poco más. Pero no llega.

Las horas pasan lentas, pero al final siempre terminan cayendo. A veces me doy cuenta de que estoy sentado en el mismo lugar desde hace rato, viendo el mismo punto en la pared, como si ahí hubiera una señal que no logro descifrar. El celular vibra de vez en cuando, pero ni lo miro. Últimamente me pasa eso: todo lo que antes me distraía ahora me da flojera. Me cuesta responder, me cuesta salir de casa, incluso cuando no tengo nada mejor que hacer.

Camino por la casa como un fantasma, tocando cosas que no necesito, abriendo la refrigeradora sin tener hambre, escuchando canciones que ya no me provocan nada. Todo lo que me rodea parece parte de una película vieja, desgastada, como si alguien hubiera dejado puesta la misma escena en bucle. La ciudad del otro lado de la ventana respira mecánicamente, como yo. No hay alma, solo función.

Me sorprende la cantidad de recuerdos que tengo acumulados, guardados sin orden ni sentido. A veces se me cruzan de golpe, mientras me lavo la cara o bajo la escalera. Momentos que no valían mucho cuando pasaron, pero que ahora vuelven como si quisieran decirme algo. Es un cementerio de recuerdos, literal. Todo lo que alguna vez fue importante, enterrado, pero no del todo muerto. Y yo los visito sin querer, como si pasara frente a una tumba y algo dentro de mí se detuviera.

Me acuerdo de un parque. De una risa. De un beso que no duró nada. De promesas que no llegaron a ser mentiras porque ni siquiera se dijeron en voz alta. Me acuerdo de gente que ya no está, no porque se haya ido muy lejos, sino porque aprendieron a vivir, a avanzar, a no quedarse. Y yo… no.

Aun así, sigo esperando. No sé qué, pero algo. Como si alguna señal estuviera escondida en el golpeteo del caño o en el zumbido del ventilador. A veces incluso me engaño pensando que ya está pasando, que lo estoy sintiendo… pero no. Es solo mi cabeza haciendo ruido, rellenando el silencio para no volverme loco.

Miro por la ventana. Afuera, la ciudad se mueve sola. A veces intento salir, cambiar de aire, pero termino en las mismas calles, con la misma gente, los mismos gestos vacíos. Todo se repite con una precisión que asusta. Como si el mundo estuviera programado para que no pase nada realmente nuevo. Vi a un niño correr bajo la lluvia. No sé por qué, pero eso me hizo querer llorar. Y yo ahí, flotando.

Me pregunto cuánta gente más estará igual. Viviendo sin vivir del todo. Haciendo lo justo para que no se note que están hartos. Supongo que es más común de lo que uno cree, pero eso no lo hace más fácil.

Llega un punto en el que ni siquiera duele. Es más bien una calma espesa, como si ya no tuviera sentido seguir esperando algo distinto. Me miro al espejo y no me reconozco del todo, no porque haya cambiado, sino porque me volví tan igual a mí mismo que me perdí. Estoy cansado, pero no físicamente. Es otra cosa. Un desgaste que va por dentro, que no se nota desde afuera.

Y entonces me pregunto si esto era todo. Si el bucle no va a romperse nunca. Si este cuarto, esta ciudad, esta cabeza mía van a seguir girando en círculos hasta que se me apague el cuerpo sin aviso. Porque a veces la idea de desaparecer no suena trágica, parece… lógica. Como cuando algo simplemente deja de funcionar. Sin drama, sin lágrimas. Solo el fin de un ciclo que nunca empezó.

No fue una decisión. Fue más bien una certeza. Como cuando uno entiende que el ascensor no va a llegar y empieza a bajar por las escaleras sin pensarlo. Agarré la chaqueta, salí sin cerrar la puerta y caminé hasta el borde de la noche. La ciudad estaba encendida, viva, indiferente. Nadie me miraba. Nadie se detenía.Y justo ahí, en ese instante quieto, donde el aire se sentía más pesado que nunca, dejé de esperar.


«Por ahora no me duele más, soy solo otra luz en esta ciudad.»

Ciudad de la Paz 

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS