Apenas si recuerdo como llegué a este lugar, mis manos tienen una caja de cerrillos, aquellas fotografías llenas de tantos recuerdos ahora se encuentran en un bote de basura, quiero verlas arder, hacer desaparecer todo rastro de melancolía, ejecutar y validar esa venganza que me llena las venas de tanta rabia, una voz en el interior de mi conciencia me dicta que no lo haga, que espere un momento antes de caer en la bajeza humana.
Aún me duele el recuerdo y la burla que sentí después de esa noticia que por primera vez me rasgo el alma tan profundamente, era imposible sólo refugiarme en el rincón de la rabia y no hacer nada, es necesario hacer arder y prender fuego a algo para transformarlo y curar el dolor en cenizas, es necesario hacerlo.
Lucía era esa chica que llenaba mis ojos de amor, hacia que mi ser se estremeciera cuando estaba cerca de mí, me hablaba y me preguntaba cualquier cosa y sólo podía responder con un sí o un no a la peticiones que me decía. Lucía poseía algo que me llamaba la atención, no sé si era su sonrisa, su pasión, su alegría o su cuerpo que me hacía vibrar con tan solo pronunciar una palabra; no sabía cómo acercarme a ella, parecía muy lejana la posibilidad de entablar un diálogo o una plática, a pesar de la atracción había miedo, recelo por su cercanía, el paso de la vida y la monotonía de las coincidencias constantes me hicieron que tomará la decisión de ir más allá de mis deseos, me propuse conquistarla y hacer que su mirada fuera de amor hacia mí. Me volví su admirador secreto, su escritor de medianoche, cada día le hacía llegar una carta de manera anónima, tenía temor que supiera quién le escribía esas palabras cargadas de balas poéticas y versos amorosos.
Veía como se emocionaba con la lectura de sus cartas, las presumía a sus mejores amigas, flotaba en el aire cuando terminaba de leerlas, se sabía poseedora de un nuevo mundo, no había día de entre semana que no se le viera tan contenta y feliz por recibir sus cartas anónimas, y se ponía a pensar quién podía escribirle semejantes cartas, llenas de tanta cursilería; pronunciaba muchos nombres, se imaginaba el primer encuentro con escenas de cuentos de hadas, creía que había encontrado su príncipe, ese que la llevaría a recorrer el mundo del amor y la fantasía entre la pasión y el deseo del primer amor.
Siguió recibiendo cartas a diario, las esperaba con la paciencia de una Penélope esperando a su Odiseo; ya no soportaba la intriga y la duda, quería saber quién estaba detrás de aquellas palabras de amor, quería saberlo todo y es por eso que un día condicionó las cartas, ya no iba a recibir más hasta no saber quién es su admirador secreto. Se acordó la fecha y el día del encuentro, esa mañana no tuvo reposo su mente, estaba desesperada por conocer al desconocido; llegó el momento preciso, nos miramos de frente como el cazador que descubre a su presa en medio del bosque, su mirada cambio radicalmente, esos ojos de amor ahora eran de sopresa e incredulidad, Lucía no podía asimilar que su admirador secreto era esa persona que convivía a diario con ella, un conocido tan cercano pero desconocido por sus letras.
Hablamos, sonreímos, nos abrazamos en medio de besos tan deseados, acordamos ser novios, por fin el mundo me colmaba de gratitud. Ella estaba confundida aún, yo era el hombre más feliz del mundo, al fin pude sentir el calor de su amor en un beso, en un abrazo, mi mundo tenía el color del amor, ese color que ciega y enloquece a cualquiera, ella estaba satisfecha, su curiosidad se había saciado, había cierto recelo, quizás esperaba algo más o a alguien más, sin embargo se veía feliz.
Los días pasaron, su amor no crecía como yo hubiera querido, se percibía semejante actitud con sus pretextos simples para no vernos y un día, salí de viaje escolar, ella se quedó pues no le interesaba viajar conmigo, pretextos simples para un sentimiento complejo; al regresar del viaje nos vimos, las palabras de nostalgia y extrañes hacían su trabajo entre dos personas que la distancia del viaje los separó de manera contundente, pues ella actuaba con rareza, aunque sus palabras eran las mismas sus acciones eran contradictorias, había algo raro en el ambiente, en el amor de ella, algo había cambiado; pasaron las horas y el trajín de los minutos cuando me entere de una manera estrepitosa que Lucía había compartido sus labios con otra persona en mi ausencia, me quedé pasmado e iracundo, pensé que era una falsa noticia, un chisme sin sentido pero que hace arder a la rama más verde del corazón, lo confirmé al pregúntale, no lo negó Lucía, al fin ella pudo liberarse de su fantasía y yo me quedé con la rabia entre los dientes, sentí como ese corazón se fue diluyendo en el dolor lentamente, mi agonía apenas comenzaba, mi tristeza borbotaba a caudales, me sentí morir en medio de mi agonía, ese día lo cambio todo, ya no era el mismo, tenía que hacer algo pronto o mi rabia me iba a consumir, maldita decepción, no hay palabras para consolar a un corazón roto y herido, tenía que actuar de inmediato, y en medio de la noche dibuje con rabia en los planos de la venganza, «es el tiempo del cólera amoroso», se dijo.
Los días venideros fueron de huida, de buscar un lugar donde no estuviera Lucía, no quería verla, deseaba su muerte, mi muerte, pero la vida no concede caprichos, se vuelve necia y contradictoria, no pude huir del todo sólo di vueltas para llegar el mismo espacio, y ahí estaba ella, sin el halo de amor que le había dado, estaba simple, sin vida en su sonrisa; era notoria mi molestia, mi enojo, mis compañeros y amigos solo confirmaron lo que ya sabíamos, nunca estuvo convencida sino ilusionada por las palabras de amor, estaba enamorada de las cartas pero no de quien las escribía, mi mundo se escindio de manera lacerante, visceral, no podía cargar con tanto cinismo, y un día, la vida puso la opción de la balanza, la justicia por la propia mano.
Recuerdo cómo presumía el álbum familiar a todos nuestros compañeros, fotos por aquí y por allá, fotos de pequeña, de recuerdos inolvidables y eternos, el bautizo, los primeros cumpleaños, las escenas en casa, jugando, llorando, papá y mamá siendo amorosos, clausuras escolares, eventos de primavera, toda una vida en fotografías, un película biográfica en cuadros sueltos, era el tesoro más preciado de Lucía. Tenía que hacer algo para equilibrar la balanza de la justicia amorosa, la venganza estaba frente a mí, tomé el álbum lleno de recuerdos familiares y personales sin que ella se diera cuenta, lo escondí en mis cosas, al fin le había arrebatado algo que amaba. Cuando se dió cuenta Lucia de que su álbum no estaba en su mochila, enloqueció, sus lágrimas caían por la desesperación de no tener en sus manos sus recuerdos, se apoderó el miedo de sus manos y empezó a temblar de enojo, fueron horas de tremenda angustia para ella, y al final, no pudo encontrar lo que más amaba en ese momento, sus manos estaban vacías, su corazón estaba extraviado en el sentimiento de rabia, sabía que ya no las iba a recuperar. Al fin, la venganza se estaba iniciando.
Enciendo el primer cerillo, el viento es tan fuerte que lo apaga a los segundos de prenderlo, rompo las fotografías una por una, trato de hacerlas añicos para que se consuman más rápidamente, con cada fotografía rota me voy sanando, es muy probable que me arrepienta de esto pero en este momento es lo mas justo para mí corazón, no hay lágrimas ni lugar para la duda, estoy afuera de un templo, ni eso altera mi conciencia, sigo con la voluntad llena de venganza, he destruido todas las fotografías, ahí están en el bote, todos los recursos hechos pedazos, un expresión muy metafórica acordé el momento y al sentimiento del presente, no siento remordimiento al contrario hay una paz justa y equilibrada, enciendo otro cerillo y sus chispas por fin pueden hacer arder todo esa basura que se encuentra en el bote, se enciende todo rápidamente, agrego la caja de cerrillos para que se alimente más el fuego, mis ojos no pueden creer cómo se consume todo tan rápido en las llamas del fuego visceral, la venganza se ha consumado, estamos a la par, la justicia por fin llegó.
Me fui caminando por las calles que alguna vez me vieron llorar y ahora me ven en paz, cada paso es una victoria suculenta y astuta. Aún sigo de pie, pensando que habrá sido de Lucía, de su vida y si todavía me recuerda como yo a ella. El fuego ya se apago pero sus cenizas están en mi corazón.
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