Ella. Sí, ella. Sueña por las mañanas y despierta cada noche. Se levanta sentada. Arremanga su falda. Se peina las arrugas. De vacíos llena la despensa prestada. Congela sus carnes en la cama. Se lava con barro la cara, el alma y se seca en el suelo las ganas. Sale por la ventana, toca el timbre con sus yagas. Así transcurre…así pasa. Repite una plegaria. Maldice la matanza. Se entinta de café los labios…las palabras. Hace de las plumas su mejor carnada. Una vez, de muy contadas, se permitió volar de espaldas; olvidó el camino a casa. La brisa le bailó el agua y se ahogó sin decir nada. Ahora sacude sus escamas. Como ciega cuenta sus pisadas. En la sombra prepara la caña, se deja colgar descalza. Espera. Respira. Aguanta. No sonríe ni llora, no cambia. Solo cuenta las horas que pasan, mientras se pierde en la oscura llama. Las estrellas van rozando sus plantas. Si pesca una, tal vez vuelva a casa. Ella quizá lo haga. O puede despierte una vez más, en otra ajena noche estrellada.

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