Capítulo III
-Supongo que sabes que tu madre nació en la ciudad de Ávila, que fue hija de madre soltera y pasó una buena parte de su infancia en casa de su abuela a la que quería con locura.
Con el tiempo tu abuela se casó y su marido reconoció a la hija de su mujer como propia.
El nuevo matrimonio tuvo dos hijos y durante unos años tu abuela, su marido, tu madre y sus hermanastros formaron una familia más o menos feliz, pero todo giraba alrededor de tu abuela. Ana, tu madre, era feliz porque estaba al lado de su progenitora aunque nunca consiguió ver a su padrastro como a un padre, de hecho hasta le tenía miedo. Cuando él estaba en casa la niña se mantenía callada con los ojos fijos en el suelo o directamente se encerraba en su habitación. Tampoco es que él hiciera mucho para ganarse el cariño de su hijastra, se limitaba a soportarla porque era la hija de su mujer, pero nunca fue capaz de quererla como a una hija y eso ella lo notaba.
Las cosas hubieran seguido más o menos bien si no hubiera muerto tu abuela demasiado pronto. Murió cuando tu madre apenas tenía 15 años. Ella, de pronto, se encontró en una casa que ya no consideraba suya y teniendo que ejercer de madre de unos niños que estaba triste y perdidos. Imagino que fue demasiada responsabilidad para una muchacha tan joven.
Tu padrastro descargó toda la responsabilidad del hogar en esa muchacha que era casi una niña. Ella se sentí sola, impotente y hasta cierto punto utilizada como criada así que un día decidió que se iba de aquel lugar y aquella ciudad donde ya no tenía nada pues su querida abuela, a la que adoraba, se había mudado a Madrid.
Si pensarlo demasiado un día cogió un autobús de línea y se plantó en la capital, en casa de su abuela y su tía, una hermana de su madre a la que casi no conocía.
Cuando llegó a su destino, su abuela intentó que volviera con su padrastro, pero tu madre no quería hacerlo bajo ningún concepto.
Tu bisabuela vivía en casa de su hija, ésta no estaba dispuesta a que tu madre se quedara allí mucho tiempo porque temía meterse en algún lío legal por albergar a una menor huida de su casa. Su tutor era su padrastro que figuraba a todas luces como su padre legal. Además ella no sentía ningún apego por aquella adolescente que había invadido su vida y a la que solo veía como un cúmulo de problemas.
Tu bisabuela intercedió por tu madre y consiguió que su hija dejara quedarse a la muchacha unos días mientras encontraba un trabajo de criada. Por medios de unos conocidos de la casa en la que trabajaba de asistenta su tía, le buscaron a la muchacha un trabajo de sirvienta en casa de un abogado muy influyente en el régimen político de entonces.
Tu madre aceptó trabajar en aquella casa como hubiera aceptado cualquier cosa antes de volver a Ávila a su antigua vida.
Su padrastro tuvo noticias de que tras su huida estaba trabajando de criada en una casa que se podía considerar decente y como nunca la había considerado realmente hija suya no hizo nada para que volviera, más bien se sintió liberado de una responsabilidad que no quería. Aunque a la vez sintió cierto resquemor contra tu madre pues se había quedado sin nadie que cuidara su casa y sus hijos.
Con el tiempo aquel señor se volvió a casar y se olvidó de que en alguna parte había una muchacha que se suponía que era hija suya, sino de sangre, sí de apellidos. Jamás volvieron a verse tu madre y el que rezaba como su padre.
En la casa en la que empezó a servir Ana solo vivían dos personas, el abogado y su mujer, pero tenían un hijo que estaba estudiando fuera y que solo venía en las vacaciones.
Ella se sentía bien allí, la trataban con consideración y el trabajo no era mucho. Se sentía mucho más feliz que en los últimos tiempos. Además, en los días libres podía ir a ver a su querida abuela que siempre era cariñosa con ella, aunque su tía nunca la acabara de aceptar.
El tiempo pasó, llegó el verano y con él la vuelta del hijo de los señores al hogar paterno para pasar las vacaciones.
Este era un muchacho alto, agradable y sobre todo muy muy tímido que jamás había dado un disgusto a sus padres. Siempre había hecho todo lo que ellos le habían dicho que hiciera y nunca había tenido novia. Por aquel entonces debía tener alrededor de 18 años y había acabado el primer curso de Universidad con muy buenas notas.
Su llegada supuso una pequeña revolución doméstica. La madre intentaba que su hijo se sintiera como un príncipe y eso hizo que tu progenitora tuviera mucho más trabajo, pero eso a ella no parecía importarle demasiado. Tu madre estaba bien en aquel lugar y eso era lo importante.
Cuando el muchacho, al que podíamos llamar Álvaro, llegó sus padres no cabían en sí de felicidad y a tu madre aquel chico le resultó muy simpático y atractivo. Por su parte Álvaro no pudo dejar de pensar en lo guapa y agradable que era aquella criadita de su casa.
Ninguno de los dos había tenido trato con gente de su edad y mucho menos con el sexo opuesto con lo cual casi era normal que se sintieran atraídos el uno por el otro, pero los separaba todo un mundo así que de entrada cada uno se dedicó a hacer su vida.
El chico leía mucho, frecuentaba la parroquia del barrio y solo salía si lo hacía con sus padres a ver a amigos de éstos. No parecía tener amigos propios y tampoco echarlos de menos.
Ana, tu madre, siguió con su rutina de trabajo y visitas a su abuela y, eso sí, no dejó de comentar con ésta lo agradable que era el hijo de los señores. La abuela, que ya había vivido lo suyo, le dijo que tuviera cuidado, que no se fuera a fijar en ese chico porque solo le traería desgracias. Tu madre se escandalizó con ese consejo y para que su abuela no volviera a decirle algo parecido no volvió a hablar del hijo de los señores con ella.
Aquel verano pasó sin que entre los dos jóvenes ocurriera nada más allá de ciertas charlas que les encantaban a ambos y algunas miradas más intensas de lo deseado por parte de ambos.
Con el inicio del nuevo curso el muchacho se marchó a estudiar y la casa recobró la rutina anterior, pero Ana se sentía triste y echaba de menos al chico.
Llegó la Navidad y otra vez volvió Álvaro a su casa y otra vez volvieron las charlas de los jóvenes que cada vez eran más y más íntimas. Los ojos de ambos se fijaban con insistencia en el otro y parecían gritar todo aquello que ellos no eran capaces de decir. Los padres del chico no parecían darse cuenta de lo que pasaba, quizá veían a su hijo como un niño incapaz de fijarse en una mujer y mucho menos en una criada, por eso nunca hicieron nada para parar aquellas charlas que les parecían simplemente amables.
Un día en que estaban solos en la casa, el muchacho se atrevió a darle un beso a Ana y ésta no solo no lo rechazó sino que se lo devolvió. Luego eso se volvió a repetir y repetir.
Así pasaron las Navidades y volvió la rutina, pero ahora ambos sentían deseo, cariño y algo a lo que no sabían bautizar con palabras. Ellos no eran capaces de ver que se habían enamorado con toda la inocencia y pasión del primer amor, pero así era.
Llegó la Semana Santa y Álvaro volvió a su casa con más ganas de ver a Ana que a sus padres.
Durante esos meses separados él había leído historias sobre el amor entre hombres y mujeres además de escuchar por primera vez con atención las historias que contaban algunos de sus compañeros sobre el amor y el sexo. Vaya que ahora creía que sabía mucho más de las relaciones entre hombres y mujeres, aunque realmente no sabía casi nada.
Ana, por su parte, solo quería estar con él y veía que sentía un deseo irrefrenable de sus besos. Ella sabía que entre los hombres y las mujeres existía algo más que besos y alguna caricia perdida pero no tenía muy claro qué era, aunque también sentía cierta curiosidad por descubrirlo.
Una noche de aquellas vacaciones Álvaro se atrevió a ir al cuarto de la criada. Ambos se dejaron llevar por el instinto y la pasión. Ni que decir tiene que acabaron dando rienda suelta a sus deseos reprimidos.
La primera vez fue algo tan nuevo para los dos que no supieron muy bien si era realmente placentero. Ana sintió mucho dolor y Álvaro pensó que no se había comportado a la altura de un hombre de verdad. Pero repitieron otra y otra vez y poco a poco vieron que aquello les gustaba y eran muy muy felices estando juntos y entregándose el uno al otro.
Las vacaciones pasaron y cada uno volvió a su rutina deseando que llegara pronto el verano, pero el destino les tenía reservada una sorpresa que no iba a ser muy agradable, aunque ellos creyeran al principio que sí lo era.
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