Capítulo 4: La luz de esperanza

Samsa llegó al turno con una fatiga que le pesaba en cada paso hacia la biblioteca donde trabajaba. Había pasado la noche tratando en vano de conciliar el sueño, y ahora, cada movimiento parecía requerir un esfuerzo monumental. Sus piernas se arrastraban como si estuvieran cargando un peso adicional, y lamentó haber intercambiado el turno con Lucia, como siempre lo hacía. «No volveré a cambiar turnos,» refunfuñó para sí misma mientras abría la puerta.

Al intentar encender las lámparas, se encontró con que no respondían. Movió los interruptores una y otra vez, sin éxito. «¡Lo que faltaba!», gritó frustrada en la vacía biblioteca. Inhaló profundamente y volvió a intentarlo, esta vez las luces iluminaron el recinto, evitando que su furia se desatara por completo. Pero su enojo creció al darse cuenta de que el aire acondicionado no funcionaba.

—¡Maldita Lucia! —exclamó, golpeando el control del aire acondicionado contra la mesa.

Vio el reloj y notó que aún le quedaban unos minutos antes de abrir la biblioteca. Se apresuró a cerrar las puertas y corrió a una tienda cercana en busca de baterías para el control. Cuando regresó, vio a una mujer frente a la puerta, intentando ver hacia el interior de la biblioteca.

—Buenos días, en dos minutos abriremos —anunció Samsa.

—¡Aaah, casi me matas del susto! No te escuché llegar —respondió la mujer con sorpresa.

Ambas rieron ante la situación mientras Samsa abría la puerta y la mujer entraba. Samsa explicó que habían tenido problemas con la energía eléctrica, y notó que la mujer no parecía ser del pueblo. Sus características físicas no encajaban con las del pueblo de Tades; supuso que era una extranjera visitando a algún familiar, aunque prefirió no preguntarle. Se disculpó por los problemas con el aire acondicionado y se dirigió a la recepción por el control, mientras observaba cómo la mujer se dirigía al pasillo de libros de superación.

Después de cambiar las baterías, intentó encender el control una vez más, pero este no respondió.

—¡No puede ser! —exclamó Samsa, sin importarle que la mujer estuviera presente en la biblioteca, quien se acercó rápidamente pensando que algo malo le había ocurrido.

—¿Estás bien? —preguntó la mujer, viendo a Samsa llorar con los brazos apoyados en la vitrina de vidrio de la recepción.

Samsa solo pudo negar con la cabeza. No estaba bien. Le resultaba difícil manejar cualquier situación que saliera de su rutina, especialmente en ese momento de fatiga por la falta de sueño.

La mujer la miró con preocupación e incertidumbre, sin entender qué estaba pasando.

—¿Puedo ayudarte en algo?

En ese momento, sonó el celular de Samsa. Era un mensaje de Lucia.

«Sam, olvidé decirte que hicieron mantenimiento en las redes eléctricas. Quedó todo apagado en el cuadro eléctrico, excepto las luces.»

Después de recibir el mensaje de Lucia, Samsa respiró profundamente y se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Miró a la mujer con una sonrisa agradecida.

—Gracias por tu preocupación. Parece que todo está bajo control ahora. —Dijo, tratando de recuperar la compostura—. ¿Puedo ayudarte a encontrar algo en la biblioteca?

La mujer asintió con una sonrisa amable.

—En realidad, sí. Estoy buscando libros sobre desarrollo personal y superación. ¿Tienes alguna recomendación?

Samsa asintió y la llevó hacia la sección correspondiente, compartiendo algunos de sus libros favoritos mientras se calmaba poco a poco. La conversación con la mujer le ayudó a distraerse de sus propias preocupaciones y a volver a sentirse en control de la situación.

Después de un rato, la mujer agradeció a Samsa por su ayuda y se despidió amablemente. Samsa se quedó varias horas absorta en sus pensamientos mientras recorría los pasillos de la biblioteca. La conversación con la mujer había dejado una sensación de calma momentánea, pero un nudo de preocupación seguía apretando su pecho. Por alguna razón que aún no comprendía esa mujer le recordó a su madre. 

Se sumergió con tristeza en el recuerdo de la lucha de su madre contra una enfermedad terminal y cómo había pasado los últimos meses cuidándola con amor y dedicación. La pérdida de su madre había dejado un vacío insondable en su corazón, y la ausencia de su presencia cálida y reconfortante aún se sentía como un aguijón en su alma.

Samsa se detuvo en seco, sintiendo una oleada de dolor y tristeza abrumadora. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse fuerte, la realidad de su pérdida la golpeó con fuerza una vez más, recordándole el vacío que había dejado en su vida.

Las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos mientras luchaba por contener el torrente de emociones que amenazaba con abrumarla. Se aferró a una estantería cercana para mantenerse en pie, sintiéndose sola y desamparada en medio de la vasta biblioteca.

En ese momento de desesperación, una voz familiar la llamó desde el otro extremo del pasillo. Levantó la vista y vio a Lucia, corriendo hacia ella con una expresión de preocupación en el rostro.

—Sam, ¿qué sucede? —preguntó Lucia, colocando una mano en su hombro con ternura.

Samsa sollozó, incapaz de articular sus pensamientos en palabras. Se dejó caer en brazos de Lucia, buscando consuelo en  lo que suponía quizás su única compañía. 

Juntas, se quedaron en silencio en medio de la biblioteca, compartiendo el peso de la pérdida y encontrando consuelo en la presencia mutua. Aunque el dolor seguía siendo abrumador, Samsa sabía que no estaba sola en su sufrimiento, y eso le brindaba un rayo de esperanza en medio de la oscuridad.

Mientras se abrazaban, Samsa se dio cuenta de que, aunque el dolor de su pérdida nunca desaparecería por completo, no podía permitir que ese dolor se apoderara de ella en cada vez que recordaba a su madre. Debía ser capaz de enfrentar los desafíos que le deparaba el futuro.

***

El sol se ponía en el horizonte y las luces de las calles se encendían al lentamente. El turno se Samsa había terminado, sin embargo, justo cuando se disponía a salir de la biblioteca, algo captó su atención desde en un pasillo. Intrigada, Samsa se acercó cautelosamente y descubrió una pequeña libreta violeta, cubierta de pegatinas de estrellas, justo debajo del estante de libros de superación.

Abrió el diario y se encontró con un nombre familiar escrito en la primera página: el nombre de su madre. Un escalofrío recorrió su espalda mientras comenzaba a hojear las páginas, leyendo las palabras escritas con una caligrafía que esta vez no le resultó familiar. 

«Esperanza… te llamas igual que mi madre», murmuró para sí misma.  


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