Caperucita Boba y El Lobo Con Flow

Caperucita Boba y El Lobo Con Flow

Ubarnes Ruiz

14/03/2019

INTRODUC-FLOW

Cuenta la leyenda que niña de inocencia precoz, al desviar el camino concebido, atravesó el bosque prohibido y dio con el lobo feroz, quien en mañas muy capacitado, información le obtuvo bastante para devorarla más adelante de su abuelita disfrazado.

A la niña no le conocimos nombre ni casta, pero lucía sin congoja una caperuza roja saltando con su canasta. Sin embargo la narración que en la infancia nos fue contada, posee, muy bien guardada, una seria variación. Hoy con fervor sin medida y en aras de la verdad, con cara sinceridad, procedo a contarla enseguida.


ACTO I

PRIMERA ESCENA

(Casa de Caperucita)

– Caperucita, no te lo advierto más. La paciencia me andas gastando, ya me estoy es azarando; levántate sin compás – Gritaba la madre señora con mucha rabia cabrona en la puerta de la dormilona.

– Mami, déjame quieta, yo siempre pagando pato; quítate de la puerta, déjame dormí un rato.- Contestaba desde adentro la altiva, acomodándose almohada y quitándose saliva. La madre, viendo la hora, su voz más alzaba, intensa como una lora para que su hija se levantara.

– Ándate rápido, mueve los pies; dale ligero, son más de las diez.

– Disque las 10 ahora; siempre exagerando lo que el reloj trae. Adelantándome la hora, esa es la que te cae.

-Yo no adelanto nada, la hora está que vuela. Levántate de la cama y llévale esto a tu abuela.

– ¿A quién? Y deja la bulla.

– A tu abuela.

– ¡A la tuya!

– ¿Cómo? Sigue con tu faltedad; sigue con esa respuesta, que tumbo la puerta esta y te pego tu cachetá.

-Ya, ya me voy a bañar; de la violencia desármate, no tienes que amenazar.

Se levantó Caperucita y al baño se dirigió. Estaba buena la ducha, la pereza se le quitó. Salió de su cuarto con ropa ligera: sandalias, pantaloncito y una atrevida ombliguera.

– ¿Vas a salir así vestida?- Preguntó la mamá medio sorprendida.

– No me critiques la ropa, que eso me la vuela. Bájale la nota y cuenta lo de mi abuela.

– Anda enferma mi vieja, necesita medicinas. El tiempo y sus secuelas le exigen más vitaminas.

– ¿Vitamina? Yo creo, mami, que lo de abue es un problema de la vagina.

– ¿Pero qué dices, muchachita? Tu lengua es fuerte viento; respeta a tu abuelita, deja el atrevimiento.

– No es atrevimiento sino dilema de alcoba. Yo le pregunté, no te miento; y me respondió como una loba.

– ¿”Como loba” tu abuela respondiendo? Suelta ya la explicación, te lo voy es exigiendo.

– Pues yo le pregunté: “abuelita, ¿cuándo fue la última vez que tuviste sexo tú?” Y como loba ella dijo “Aúúúúú”.

– De eso no te goces –Le increpó la mamá-, que tales temas desconoces.

– Te equivocas, mamá; de eso tengo maña y mucho conocimiento. Lo que mi abuelita extraña es un buen pélvico movimiento.

– Se acabó la conversación. Te callas ya, Caperuza, me das desesperación… Le llevarás esta canasta donde van las medicinas con otras vitaminas, que con eso le basta. Y te hago una advertencia para que la tengas bien tenida: no te vayas por el bosque, vete por la avenida.

-¿La avenida? –Protestó Caperucita– Uf, mami, qué letargo, ese trayecto es más largo. Mejor voy por el bosque, donde los pajaritos cantan, las nubes se levantan; donde los manes manes están más buenos y aguantan.

– Ya vienes con tus cuentos, muchacha malpensada; ya vienes con inventos, caperuza alborotada. Los del bosque son todos mansalveros; tienen cara de boludos pero son es champetudos, faltones, marihuaneros.

– Me lo has dicho las veces bastantes, pero los manes así me son es más interesantes.

– Ay Caperucita –lamentó la mamá-, tú no escuchas ni un consejito; búscate un príncipe azul, los que sí son bonitos; los que cuya fama se aumenta, como el de tu prima Cenicienta.

– Mami, eso ya no se usa; yo no quiero principitos para esta caperuza ¿Para qué un tipo bonito que me mire delicado si a la vuelta de un ratito termina amanerado? No deseo príncipe bobo, yo quiero un feroz lobo; esos que te escuchan mejor, hablan mejor y comen mejor.

Ante palabras tal, la mamá de caperucita se puso sentimental.

– Con mi paciencia estoy que emigro, me llenas de mareos; son locos tus deseos, te acercas al peligro. De niñita eras tan boba pero hoy mi caperucita se ha convertido en loba.

– Fresca, mami, que estoy bromeando –le dijo Caperucita para irla calmando-. Ya me voy enseguida; yo sé: por la avenida.

– Eso quiero y espero. No olvides la historia bien sabida y que aquí en la Comarca en cada senda es repetida: al líder del bosque una maldición fastuosa le impuso hada poderosa: la mujer que inocente lo proceda entusiasmada, quedará con evidente alma encantada. Y como no quiero llevarme sorpresa, hoy tú, caperucita, antes de ir por la sombrita, vas a darme una promesa: has de prometer que el camino del Bosque no vas a escoger.

Levantó caperucita su mano para prometer a su mamá de antemano.

– Te prometo, mami, que para el bosque ni entrada ni salida; iré por la avenida. Y por mucho que esté ansiada que un bandido me haga suya, escucharé la voz tuya para no quedar encantada.

– Así se habla hija mía, con seriedad y no con recocha: hágale caso a su madre antes que a la panocha.

– Pierde cuidado, –dijo Caperuza-. Pero el tiempo está que vuela y me aprieta ya la trusa; pásame la caperuza para ir donde mi abuela. Y tranquila, que lo del bandido lo dije vacilando; bueno, dame pa la burromoto, no me iré caminando.

Le colocó la mamá la caperuza por encima de la blusa. Le dio también tres billetes de soporte que le sirvieran como auxilio de transporte:

– Te los doy en billete suelto: tres mil pesos aquí tienes; con esto vas y vienes. Y procura traerme vuelto.



SEGUNDA ESCENA

(Burro estación)

De casa de su mamita salió la Caperucita sonriendo como pa foto. Saltaba con su canasta con dulce alegría basta buscando una burromoto.

Plena de satisfacción, cantaba famosa letra de particular canción. Cualquiera, viéndola sutil, pensaría que entonaba una canción infantil. Pero no, no era un canto de leydis ni canción tierna en suma; la hijuemadre lo que cantaba eran “4 babies”, la de Maluma.

Llegó la Caperucita al extremo de la Comarca, donde los coletos de la estación tenían su burromarca. Los dos que al momento hacían pareja ofrecieron sus cascos a la pasajera.

– ¿Mama, qué, burromoto? – Le dijo el que el casco blanco ofrecía, produciendo la reacción del que el casco azul poseía.

-Cachón, vengo yo, deja la hipocresía… Mama, yo te llevo, yo soy el más capaz ¿Pa dónde es que tú vas? –Le dijo a Caperucita ofreciéndole el casco sin ocio, esperando cerrar el negocio.

– Voy donde mi abuelita; necesito que en mil quinientos me deje la carrerita. La dirección es después del Bosque, camino paralelo, barrio Martínez Martelo.

– ¿Pa Martínez Martelo por mil quinientos? –Dijo el chofer sin sentimientos– Mama, esa es propuesta vil porque la carrera para allá vale son cuatro mil.

– ¿Cuatro mil? Deja el estrés ¿Por qué tan caro ponerme? Aquí solo tengo tres y tengo que devolverme.

– Mami, te digo con sonora voz que la mínima vale dos. Por mil quinientos no voy contigo; muy poquito, está muy fuerte; “suerte” es que te digo.

– Yo no voy a discutir, pues mi abuela me espera. Prefiero caminar antes que discurrir con alguien que no prospera. A usted le falta la clase y se la voy a soltar: usted no podrá nunca al éxito llegar.

– Jaja… mira a la otra, golero –se burló el del burromoto ante su cachón compañero– ¿Mami, tú no tienes la mente sana? Yo en burromoto llego al Éxito la Castellana.

Caperucita se ofuscó; decir quería palabras soeces pero prefirió evitarlas con creces.

El otro burrorizado, más racionalizado, procedió a explicarle calmado.

– Mija, cuatro mil vale la carrera; si no la puedes pagar, caminar es lo que te espera. Y de veras que lo siento, pero es que el iva ya está en un diecinueve por ciento.


TERCERA ESCENA

(Intersección)

Yéndose por la sombrita, enojada por la situación, dejó atrás la estación nuestra querida Caperucita.

No quería cantar, yacía desentonada; la plata no le alcanzaba, tenía que caminar. Revirando con desmadre en actitud alzada, caminaba toda azorada protestando contra su madre.

– Da es cola, me vio cara de lola. Me hizo perjurar que al bosque no iba a entrar y a cambio del buen visaje me dio incompleto el pasaje. Siempre con su maña tesa la pedazo de tacaña esa.

Siguió con desgano bajo el azul pleno del día hasta llegar al tramo que el sendero en dos dividía. Allí se detuvo haciendo un reparo; leyó en el letrero “Bomba el Amparo”.

¿Por cuál sendita se iría a meter la Caperucita? La avenida, con su camino sin riñas y de éticas cosas, era un sendero para niñas juiciosas. El Bosque, en cambio, la Comarca lo tenía vedado, dándole fama de impetuoso, vil y desadaptado. He ahí el Bosque como advenimiento sin razonar; su primer establecimiento era “Chicas Lindas Bar”.

Y allí estaba Caperucita. De la bomba a la derecha yacía la avenida. De la bomba a la izquierda el Bosque daba bienvenida. Se bajó la caperuza para un mejor divisar; en medio de dos caminos se puso a cavilar.

– Debo la avenida escoger, mamá me lo hizo prometer, pero mi corazón el bosque ansía; presiento que ahí cumpliré mi fantasía.

“Mantén tu promesa como los valientes”, – su Razón le avisaba –.Pero su Sinrazón reviraba: “es difícil ser valiente con trasero tan caliente”.

Esa diatriba sin ciencia; esa estampida de la suicida conciencia; esa batalla entre el corazón y la mente; ese conflicto de mente y corazón en disputa, lo ganó, desgraciadamente, el corazón de la puta.


ACTO II

ESCENA ÚNICA

(Bosque. Madriguera del Lobo)

Apacible se hallaba el cielo de ese día. Las nubes con las montañas se atravesaban en geográfica melodía. Las aves extendían gloriosas alas en el cielo mientras las mariposas volaban casi que al ras del suelo. Era un ambiente de ensoñación, un bosque maravilloso, un frenesí lujoso de estética ensoñación. La naturaleza con acuarelas decoraba paisajes de armonía; de los árboles, el ramaje, la primavera siempre pendía.

De la Comarca en derredor no había nada tan hermoso como el Bosque de esplendor. Era un sitio de ensueño donde el fulgor era dueño. Era un eterno verdor mañanero, un lugar cuyo efecto tenía solo un defecto: había mucho marihuanero. La gente de la Comarca les tenía miedos consecuentes diciendo que eran salvajes, libertinos y delincuentes.

Pero la verdad sea dicha: ninguno de los marihuanos le traía al bosque desdicha. Pegábanse sus petacazos pero al bosque le hacían caso. No le arrojaban basura y con limpio sentimiento le hacían mantenimiento guardándolo con premura. Los de la Comarca, achacándoles todos los males, encima les colocaron alias de animales: a uno con la bemba gigante le decían “el Elefante”; a otro con tremendo cogote, a ese disque “el Coyote”; a otro que le caía a las mujeres con desespero, le engancharon disque “el Golero”; a otro le decían “el Burro”, pero aclaro sin quejas que tal apodo lo era por sus largas orejas y no por otro coso, lector visajoso.

El más famoso sin pausa de todo ese boro, era un curioso causa que los guiaba con decoro: un man con aire bacán, un tipo boletoso pero nada peligroso ni mucho menos patán. Alegre y bochinchero, un modelo marihuanero: flaco, sin nalga, llevao y con la marimba siempre enviajao. Pero el man tenía su gracia: morenito el muchacho, el único fileñito en la instancia y una pupi carita de chacho.

Llamaba la atención su cabello en textura prosaica que se dejó en forma Rastafari, como en una aventura safari, al mejor estilo Jamaica. También apuntamos sin boleto que el vale era seco como algarrobo ¿Ya sabéis cómo le decían al coleto? Lo llamaban disque “El Lobo”. Y su caminar, que era casi no tener el piso como objetivo, todo slow, le valió el enganche de otro adjetivo: “El Lobo con Flow”.

Sólo había una cosa que su calma atormentaba y a su alma le azotaba. Poned cuidado, no miento: el Lobo tenía un encantamiento. Por haber sido muchacho curioso, un hada le deparó destino lagrimoso, pues por su extrema curiosidad a la naturaleza idolatrada, encontró lo que estaba prohibido con letra vedada: descubrió que la marihuana podía ser fumada. Tal privilegio era solo para los dioses, quienes en el Olimpo caribeño se pegaban la traba de ensueño, una divina aspiración que no deseaban compartir con humana población. Pero el tipo conocido como “El Lobo” le hizo un diablito a sus egos, pues fabricó una envoltura, prendió el tabaquito y dijo con locura: “esto yo me lo pego”.

Los dioses, enojados, hicieron una reunión de urgente movimiento para castigar, del Lobo, su atrevido descubrimiento.

– Hagamos que una mariamulata marrón se le coma todos los días el riñón- dijo uno, pero no fue obedecido en la reunión, pues ese castigo de boleteo era una vil imitación del griego Prometeo.

– Matémoslo, antes que deje crías –sugirió otra de las hadas con impaciencia ritual, que pasaba haciendo memes en el Olimpo virtual. Pero matarlo no fue previsto y la dejaron en “visto”, pues en el cuidado de lo natural el Lobo era un ejemplar.

Surgió entonces la idea del hada de la virginidad:

“le castigaré haciendo eterna su castidad; nunca el Lobo curioso accederá a ninguna dama; ese maldadoso no tendrá placer de cama. Lo sabrá la comarcada: quien con el Lobo intime quedará ipso facto encantada”.

“Estamos contigo”, dijeron los caribeños diosesy se ejecutó el castigo.

Desde entonces el pobre muchacho con curiosidad divina, es, del bosque, gran macho sin concubina. Y para evitar el fustigar de la maldición, renunció también a la masturbación; pues, pensaba, con aire poco sano: “no vaya a ser que se me encante la mano”.

Por otra parte, vigilaba que todo en el Bosque transcurriera bien; labor que hacía con su pandilla, que pasaban de los cien. Muchachos con edades entre los veintiuno, con costumbres tan raras como fumar yerba en ayuno. En tales diligencias andaban con fomento cuando prendió las alarmas un inesperado evento.

Esa mañana, hallábase el Lobo en su madriguera (que así se llamaba el sitio donde se pegaba su trabera). Un tabaco armó verdoso; diligente lo encendió sintiéndose glorioso. Con inspiración afinada se lo detuvo mirando y a su boca lo fue llevando para darle una aspirada. Después del toque saborizado, expulsó flamante el humo, transformándolo a lo sumo en un poema improvisado:

“Tabaco fiel, tabaco de emociones.

A esto le llamo tener aspiraciones”

A punto de darse el segundo sorbo, le sobrevino un estorbo: un informante con impaciencia variada le interrumpió la fumada.

– Jefe Lobo, heme aquí su siervo sumiso. Perdone que así entre sin pedirle permiso.

– Me has interrumpido, –dijo el lobo cavilando– lo cual os he prohibido mientras yo me esté trabando.

– Lo sé, mi jefe hidalgo, por eso ruego que me excuse; pero sucedió algo ¡Se nos fueron las luces!

– Más alaridos en este caribe ¿”Sin luces” dices? ¡Desgraciados de electricaribe!

– No, jefe; nada de ese visaje; lo que sucede es que somos víctimas de sutil espionaje.

– ¿De “espionaje” estás hablando?

– De “espionaje” está escuchando. Y lo voy notificando: los de la Comarca nos están espiando.

– Difícil eso afirmar –dudó el Lobo– pues los de la Comarca no osan al Bosque entrar. Cuando quieren ir al centro no se avienen acá adentro. Algunos, a la carrera y con esmero, huyen por carretera de la Romero. Así que, como dice el presidente que con descaro miente y en impuestos insiste: “el tal espionaje no existe”.

– Me deja usted maltrecho –dijo el informante-, pues creo que es espía la protagonista del curioso hecho: descubrimos por vigilancia a una jovencita con canastita saltando de elegancia. Piel trigueña inspiradora, cabello negro azabache; no tiene ningún bache, se desborda seductora. Disfruta el aire del que se apropia y le vibra ese trasero como teniendo vida propia.

– Otro toque me voy pegando para asimilar lo que estás contando – Dijo el Lobo, aspirando el tabaquito entre el índice y pulgarcito-. Me imagino que la muchacha al ratito reviró y sin hacerse la chacha con el bosque se asustó.

– No, jefe; aún anda entusiasmada, es espía asegurada. Usted la tiene que ver, ya la mandé a traer.

– ¿Cómo así? ¿La han capturado?

– Al contrario. Capturó ella a mis compañeros que le cayeron cual goleros. Obnubilados por secreto encantamiento vienen embobados por el sexy movimiento. Aquí va llegando, su voz dulce suena; compruébelo, jefecito, la muchacha está bien buena.

Treinta y cinco manes llevaron a Caperucita ante el Lobo a la madriguera; lascivos eran sus planes haciéndose los bobos con la recostadera. Ella ni se enojaba, solo tenía risitas de expresión alborotada.

¡Qué chica tan bella!”- Pensó el Lobo, al verla; enseguida fue y se sentó, que si se queda de pie, ahí mismo se estrella. Trató de no emocionarse con la situación, evitando excitarse por lo de aquella maldición.

– Buenas tardes –dijo Caperucita.

– Buenas tardes –Respondió él. Fumó su tabaco, y levantándose del sillón opaco,con suave maña se acercó a la extraña expulsando el humo con calmita: “conque tú eres la de la canastita”.

– Para ti, Caperucita – Dijo ella presentándose y coqueta encaminándose- ¿Y tú eres el Lobo con Flow?

– El mismo que fuma y calza. Bohemio y sin lunares ¿Qué haces tú por estos lares?

-¿Por el bosque transitar está acaso prohibido? No te vayas a molestar, lo pregunto con sentido.

– No está prohibido el Bosque atravesar; ustedes son quienes no se atreven a pasar. Para La Comarca esto es un sitio peligroso habitado por visajosos.

– De la Comarca soy diferente; pienso distinto a toda mi gente. Del Bosque siempre he estado intrigada; hoy decidí echarme la curioseada.

– ¿”Curioseada” dices? –Dudó el Lobo– De otra cosa me vas enterando, pues mi informante aquí me comenta que lo que estabas era espiando.

Oír tal cosa llevó a Caperucita del todo a enojarle, así que, rabiosa, se dirigió al informante del Lobo a reclamarle.

– ¿“Espía”? ¿Eso dijste, man? Actitud innoble jugando la doble, patán. Afuera viéndome el trasero y adentro siendo un embustero. Disque “espía”; mira, lengua de arpía: llegué a creer que eras pura bondad y vamos a ver que hablas pura mondad.

El Lobo, intentando defender a su informante, intervino pronto rampante.

– Él solo me daba su apreciación; estar en la jugada es su obligación.

– Pues que indague de frente con valentía que respalda y no divague imprudente con cobardía por la espalda –dijo Caperucita-. Si él no tiene la culpa, habrás de ser tú quien me presente una disculpa.

Reconoció el Lobo la dificultad y ante la Caperuza mostró caballerosidad.

– Pues hago esta venia bendita reconociendo mi culpa a Caperucita, presentando también mi disculpa.

– Disculpa aceptada, ya estoy sin incomodo; todo bien, señor Lobo, no ha pasado nada. –Dijo la Caperuza haciéndose la estirada.

– Pues, Caperucita, ya que todo vuelve normal, dime si te ha gustado el Bosque o lo has pasado mal.

– ¿Qué si el Bosque me ha gustado? Mi idilio se ha desbordado ¡Qué bosque de ensoñación! Di en el camino un viraje y topé este paisaje que excede mi emoción. El río con su caudal extasía la belleza, bañando del Bosque la realeza con fantasía en su raudal. El sol, alta deidad, luce arriba glamoroso, entre las nubes azaroso, destellando inmensidad. Su luz se filtra suavecita, toda bien bonita; y su amarillo armonizando con estética secuela, multiplica la acuarela de colores rebosando. Sol, nubes, paisaje y mi sangre en alto voltaje. Ante apoteósica delicadeza, ante el Bosque y su belleza, ante tal plenitud revelada solo afirmo anonadada: ¡Oh, perfecta naturaleza!

El Lobo tuvo complacencia ante tan poética declaración, produciéndole la Caperuza mayor admiración.

– Qué estética cimentada, me agrada escuchar eso; de gente así soy preso. Me agrada que estés inspirada.

– Lo que estoy es excitada. –Dijo Caperucita con aire poco sabio, respirando intranquila como embebida por tequila y mordiéndose medio labio.

– Palabras mayores. –Dijo el Lobo,procediendo el tema cambiar-. Cuéntame cómo te ha tratado mi gente; supongo que han sido decentes.

– Así es. Sobresalto y pongo en alto, de los tuyos, la gentileza; siendo lo único que me hastía el que hayas creído, de mí, haber sido una espía.

– Ya me he disculpado y sigues con la maña. Cógela suave, Caperuza, me extraña.

– Todo bien y sin par, no vuelvo el tema a tocar. Pero te comento sin desafuero que en la Comarca te dan mal agüero. Hablan de ti lo abismal; lo que de ti dicen es solo para mal.

– Ni me da cuidado campal ni el ánimo me corta; si de mí hablan el mal, pregúntame si me importa.

– Igual me he llevado la sorpresa que el bosque cuidas con certeza. Cuidas también como cosa bacana la llamada marihuana. Yo no la estoy fumando y sin embargo me producen sensaciones las tuyas aspiraciones.

– Esas sensaciones son porque estoy fumando yo y hablamos al ladito; esas sensaciones se llaman “traba del pajarito”.

– ¿Así es la cosa? –Se movió ella risueña– Tranquilo, amigo, que no me agobia. Oye, Lobito, ¿y tú tienes novia?

– No, Caperucita. La maldición del hada tendré que cargar; con una mujer nunca podré intimar.

– Entonces es verdad lo que dicen en la Comarca y sus corregimientos: “el que en el Bosque es monarca padece un encantamiento”.

– Eso es cierto como verdad que emana. Descubrí de los dioses el fumar marihuana. Del castigo el precepto me vino un doble efecto: mala fama como consumidor y encantamiento como descubridor. Pero lo que no puedo conseguir con lo sexual y la cama, lo alcanzo natural con la marihuana. En bebidas y comidas repletas, con la marimba mil y un recetas.

– Interesante, señor Lobo –Dijo Caperucita– Por tan artística variación le doy la mejor felicitación.

– Gracias, Caperuza. En eso estoy objetivado: conservar del bosque el cuidado y de la yerba el consumo ensimismado. De lo otro solo tengo que decir que si me pongo triste se me quita al consumir.

– Ya basta de ese lema–dijo Caperucita-; venga, cambiemos el tema. Cuando veníamos andando escuché que algo están preparando: un show bien teso, un festejo de locura, un desmadre con holgura; vamos, cuéntame de eso.

– Claro que sí: este sábado con todas las ganas: tremendo boleteo, puro algareteo ¿Sí o no, mis panas?

Los amigos del Lobo aullaron por la rumba anunciada: el aniversario del descubrimiento de la marimba fumada. Todos con los brazos moviendo, la pelvis zungueando, los pies vacilando y el flow emergiendo. Por un lado, los muchachos del Bosque Alto, venidos del cartucho, entonaban “el serrucho”. En otra parte, los causas del Bosque Nuevo, moviéndose con fulgor, cantaban “como un tambor”. El Lobo y sus causitas, cerca de Caperucita, también se movieron bailando el vacile que aquí voy citando: “♫ tá, taki tá, y la cama traqueaba y taki tá, tiki tá♫”. En medio del arrebato, uno de ellos, con datos, sacó su celular y en vivo procedió a grabar. El Lobo se dio una aspirada para enfrentar de la cámara el reto. Con voz casi trabada les habló como coleto:

– Yo soy el lobo del Bosque; llégate este sábado al tremendo gozón, sector el Pozón. Mucha tomadera aquí en mi Madriguera. Y los que creen que en este lugar se abusa, miren lo que les dice la propia Caperuza (la señala); mami llega, deja la risita; ponle flow, Caperucita.

Ella en la Cámara se enfocó, el aire pesado respiró y como coleta también habló:

– La cámara me marca un saludo pa la Comarca. En vivo desde la Madriguera: llégate el sábado, deja la mariquera. Un saludo pa mi mamá en la casa; mami fresca, que esto se me pasa. Regreso más lueguito cuando se me quite la del pajarito. Quédate tranquila en la alcoba; te quiere mucho tu Caperucita Boba.

Volvió la cámara al Lobo, quien se despidió de su audiencia, culminando con acomodo su improvisada elocuencia:

– El sábado al Bosque multicolor te invita el boro “bien mi amor”. Mami, ahí nos encuentras pero si vienes en jean aquí tú no entras.

En medio de sonoro aplauso terminó la grabación; de júbilo gritaron la celebración. Caperucita, con algarabía, gozábase el haber optado por esa vía.

– Qué chévere, Lobo –dijo ella– ¿Entonces esa fiesta bacana es por el descubrir de la marihuana?

– Sisas. Cada año celebramos el descubrimiento con un rumbonamiento. La fiesta busca el insistir en algún nuevo descubrir.

Caperucita, aprendiendo cosas nuevas, siguió hablando con el Lobo, compartiendo como las buenas. Al rato en su garganta, debido a la habladera sintió pesada carraspera, diciendo con esperanza “ojalá gripa no sea”. El Lobo le recomendó una aspirada, pues, según él, tal cosa servía para la flema aguantada.

– ¿También sirve para la tos? – Preguntó Caperucita con sorpresa en su voz.

– Sirve de mil carajos; te la fumas inflando el pecho y pal techo expulsas los gargajos, que en saliendo de tu cuerpo te quitan la gripita y de paso el humo baco del potente tabaco te monta en la nubecita.

– Eres un innovador con la marihuana y sus efectos ¿También innovador en los demás aspectos? –Le dijo coqueta y tierna mientras bajaba la mirada viéndole la entrepierna-.

– ¿Qué quieres decir, Caperucita, con esa pícara sonrisita?

– No seas mal pensado; digo es que en temas de marihuana eres muy bien jugado.

– Así es –dijo el Lobo pegándose otra suspirada con el tabaco que fumaba-, soy bueno hasta en cosas de menor ultranza como chistes y adivinanzas.

– Uy, pero multifacético vienes; cuéntame uno del repertorio que bien seguro ya tienes.

– Te lo contaré sin tardanza, es una adivinanza: ¿Qué hace 99 veces “click” y una vez “clock?”

Caperucita quedó pensativa divagando a la deriva.

– ¿99 veces “click” y una vez “clock”? No lo sabría ni en chanzas, soy mala en adivinanzas. Dime tú, lobo lindo, pues por mi parte yo me rindo.

– Fácil –dijo el lobo-, 99 veces “click” y una vez “clock”, te lo digo sin resbalo: un ciempiés con una pata de palo. Jajajaja.- Rió el Lobo con larga risita, pero tosco interrumpió al ver que su chiste no le hizo chiste a la impávida Caperucita.

– Me da pena contigo, lobito; pero te doy un consejito de pana: mejor dedícate a la marihuana.

Hablaron de otros temas, incrementando la confianza, empatando la semejanza, rompiendo los esquemas. Con la amistad emanada, el Lobo le ofreció una empanada.

– Qué empanada más sabrosa –dijo ella, gustosa-, he quedado satisfecha; dime de qué está hecha.

– Pues también te lo digo de pana: son empanadas de marihuana. Mira dentro y te enteras; acostumbra el cocinero a dejar con esmero un par de hojas enteras.

Del frito un par de hojas Caperucita sacó. En el cauto examinar vino a recordar que antes ya eso lo vio.

– ¿Esta es la hoja de la marihuana? – Preguntó– Para mí no es novedad, pues mi abuelita usa esta faltedad.

– Eso es imposible –dijo el Lobo-, la marihuana solo crece en esta tierra plausible. Si tu abuelita la usara sin reserva, también ella conociera las virtudes de la yerba.

– Las conoce –aclaró Caperucita-. Ella echa estas hojas en botella de alcohol con esencia y al fermentarlo procede a usarlo, quitándosele las dolencias.

Oyendo eso, el Lobo se estremeció; difícil dar crédito a lo que recién escuchó. Por unos segundos guardó silencio abismal, embolatándole un pensamiento que se tornaba crucial: “alguien descubrió en la idílica yerba un uso medicinal y nunca tal cosa pude anticipar. A casa de la abuelita iré; quizá en probando tal cosa mi maldición cancelaré”.

Averiguó de Caperucita la dirección de su abuelita, a satisfacción memorizando la información que le fue dando.

– Bueno, Caperucita, se ha acabado la visita. Ha sido un placer tu compañía prestada; ahí te regalo otra empanada.

– Ha sido mío el placer y en una próxima ocasión, placer te habré de devolver –dijo ella, guiñándole el ojo cual lucierna y mirando de nuevo su entrepierna.

– Pues salgamos –disimuló él-. Te indicaré un camino que lleva más pronto a tu destino.

El Lobo guió a Caperucita a que el bosque bordeara, que la vía de la iglesia Auxiliadora usaray desde ahí caminara como modelo para ingresar flagrante en Martínez Martelo. Eso lo hizo para ganar tiempo y llegar él primero haciéndose el santo por la avenida del Luque Crisanto.


ACTO III

PRIMERA ESCENA

(Casa de la abuelita)

Señora normal era la abuelita; su casa trapeaba manteniéndola aseada. De sus males, solo dos situaciones: dolor de cabeza y de articulaciones.

Un día ferviente que salió a barrer su terraza, para evitar a la gente habladora (pues era vieja tomadora), el aguardiente sacó en una taza.

La obligó a volver a casa un fuerte ventarrón, dejando afuera, por la prisa, aquella taza de ron.Fue a buscar el tazón al pasar la ventorrería; con raras hojas lo encontró – “¿qué será esta brujería?”-. Se disponía a botarlo a lo bien, pero al echarse un poco en la mano sintió un fresco bacano y se la pasó por la sien, encontrando alivio también al untarse en articulaciones, concluyendo que pal dolor, las hojillas eran soluciones.

Por mayor provisión fue al Bosque con su manta buscando diligente la ubicación de la planta. En encontrándola, varias ramas arrancó que luego en su patio sembró. Como buena tierra era, creció esa primavera, proporcionándole, con alcohol fermentado, un alivio vacilado.

Regando la abuelita en el patio sus matitas con amor, dándole mayor cuidado a la que llamó “quita-dolor”, escuchó en la puerta un llamado; al ir a abrirla encontró al moreno Lobo agotado.

– Adelante, jovencito. Está usted desesperado, ¿lo han acaso atracado? Entre, refrésquese un poco y en bebiendo me dice por qué viene como loco.

– Su hospitalidad es enorme pero no beberé hasta que algo me informe. Su nieta habló que descubrió usted una sustancia cuya base son hojas cultivadas con prestancia, que en botella fermentando el dolor le va quitando. Diga sin remordimiento si es cierto el tal descubrimiento.

Cambió la abuelita su expresión al escuchar del Lobo esa información.

–Larga lengua de esa solapada; con razón le dicen boba, nunca la avispada. Lo que ella hubo rumorado téngalo a bien confirmado; mas no diga que vino a comprobar, pues por su aspecto desperfecto y ese pelo de locura, estoy ahora segura que lo vino fue a robar.

– Robar no es mi cosa, tengo mucha educación; busco es más información de esa planta tan curiosa.

– No me crea fantasiosa, en usted veo otra cosa. Mas no se queda así esto; su abuso haré manifiesto con incómodos candores; salgo ya y volveré con muy fuertes leñadores.

Salió la abuela por ayuda para enfrentar la querella, mientras el Lobo se quedó buscando labotella. Hallarla no tardó; en la alacena la encontró. Su tapa quitó con cuidado percibiendo un aroma soñado, pero el muy tonto, en vez de untársela, procedió fue a tomársela. Un tabaco también prendió y a la cama se subió. Queriendo vacilar un poco, de la vieja imitó el vestir, poniéndosele gafas, bata y hasta gorra de dormir. Al rato llegó Caperucita, quien por el olor y el humo, confundió, a lo sumo, la figura acostadita.

– Abuelita, ¿por qué todo este humo que cargas, por qué todo ese olor, por qué tanto calor, por qué tus orejas tan largas? ¿Esa es la nariz con la que estornudas? Abuelita, qué piernas tan peludas ¿Por qué tienes rojos los ojos y mueves tu boca con calmita? Respóndeme, abuelita. A que me digas te reto.

– Cállate la boca y pásame otro bareto. –Dijo el Lobo.

La gorra le quitó Caperucita al suplantador, descubriendo, no a su abuelita, sino al Lobo fumador.

– Sabía que vendrías a darle una pruebita al invento de mi abuelita. Es predecible tu estrella, pero dime dónde está ella.

– No recuerdo, Caperucita –Respondió el Lobo-. Con este viaje quizás me la comí y ni cuenta que me di.

– ¿Te comiste a mi abuelita? –Un resplandor sin enojos le brotó sutil en los ojos.- Fresco, no pasa nada ¿Y para mí no dejaste nada? –Dijo haciéndose la pendeja, mordiéndose el labio y alzando una ceja.

– ¿Cómo así? –intentó el lobo discurrir– ¿Qué quieres decir?

Con pasión de acercamiento glorioso le respondió al Lobo temeroso.

– Digo que estamos en la alcoba. Tú, el Lobo; yo, tu Loba.

– Caperucita, deja la faltedad; en esto viene tu abuelita, trata la seriedad.

Para intentar apagar la pasión de Caperuza, el Lobo aspiró el último sorbo sin excusa, echándolo a ella depoquito para ver si la de pajarito le hacía desistir del erótico jueguito.

– Este humo ve respirando –dijo él– para que recuerdes el encantamiento, pues si haces lo que estás pensando, te encantas, no te miento.

Ella se acercó sin ruido para decirle suave al oído

– Esas leyendas son puras mentiras, los cuentos de hadas me valen tres tiras.

La Caperuza le asió con desparpajo, arrancándole el suéter de un solo tajo. Él empezó a correr por la casa mientras ella iba detrás dándole de caza.

– Caperucita, quédate quieta; vas a quedar encantada con eso.

– Vente Lobo, que no es pa eso.

Y como por la fumada, el alcohol y las vueltas el Lobo se iba mareando,en la cama se fue sentando.

Se le lanzó Caperucita con tan loable precisión que no tuvo la víctima posibilidad de acción. Él, acostado; ella, teniéndolo dominado. Veloz dejando su caperuza, se quitó también la trusa.

– Caperucita, ¿por qué tienen tus manos ese ardor y dan tan tibio calor?

– Para tocarte mejor.

– Caperucita, ¿qué te estás haciendo con mi cosa?

– Una inspección meticulosa.

– ¡Caperucitaaaaaa!

– ¡Lobooooo!

– Aúúúúúú….

Y ahí estaban sobre la cama… Media hora, testigo la cama… Una más, y ahí esa cama… “♫♪ y la cama traqueaba y taki tá, tiki tá ♫♪”.


SEGUNDA ESCENA

(Terraza de la abuelita)

– Nada es como creía, me guié por lo que veía. –Le decía la abuelita campante a los dos leñadores acompañantes.

– Así es, señora, –dijo uno de ellos– ese joven no es ladrón ni de ocasión mal sana, sino el líder del Bosque con pasión por la marihuana, que así se llama el fervor al que le dio usted por nombre “quita dolor”; y como a tal cosa le dio vuestra persona un uso que él ignoraba, él dijo “uy, zona, a averiguar esa jugada”.

– Es cierto –dijo el otro-. El Lobo salió del Bosque a toda prisa, veloz como brisa y azarado como ñero, así dijeron sus compañeros. Quiso comprobar la información dada por su nieta y que su alma dejó inquieta sin importarle maldición.

– ¡Qué remordimiento! –Lamentó la abuela– Ignorando el encantamiento juzgué por apariencia sin escucharle con paciencia. Devolverlo al Bosque es la gracia; entremos a prevenirle a ese joven la desgracia.

Entraron a la casa observando el desorden como vendaval que pasa. Apoyada en el marco de la ventanita, relajada estaba Caperucita. Con un espejo en su mano acomodábase el cabello utilizando la otra mano. Por allá recostado, sentado en la esquina del piso, dolido por lo que hizo, yacía el Lobo impactado. Blanca sábana cubría su desnudez, secando también sus lágrimas con un atisbo de timidez. La abuelita hizo reconocimiento: cama desordenada, nieta alborotada: “aquí hubo movimiento”.

– Mira, ¿tú qué le hiciste a ese lobo, niña atroz?

– Me le porté feroz.

– ¿Y por qué tal hiciste sin prever la advertencia? Bien conoces la maldición y su nefasta consecuencia.

– A eso yo estaba arriesgada: a quedar encantada.

– ¿Y qué te pasó, niña malísima?

– Ay, abuela, quedé encantadísima.

“Doña, no le pegue a la muchachita” – se interpusieron los leñadores defendiendo a Caperucita-.

– Tengo que pegarle, por desconsiderada. Trajo la maldición de la mágica hada.

– No señora –dijo uno de ellos-. La maldición del hada ha sido cancelada, pues fuera del Bosque y sin penuria consumaron estos su lujuria. Y no teniendo aquí las hadas jurisdicción ni miramiento, el del Flow y la Caperuza derrotaron el encantamiento.

– ¿Con su actuar demostró hidalguía esta nieta mía? –Preguntó la abuelita-. Su acto consumido no deja de ser atrevido. Ese pobre muchacho arrinconado, en vez de lobo con flow parece gallo mojado –se le acercó-. Ay, joven Lobo, qué pena que esta niña perdió toda dignidad.

– Ay, señora mía y yo perdí virginidad –dijo él mientras se fue levantando, llegando luego a Caperucita e írsele arrodillando-. Siempre escuché que azul príncipe valiente rescataba a su princesa enfrentando dragón ardiente. Hoy tú, Caperucita, sabiendo mi situación, enfrentaste del Bosque una maldición, concediéndome vida en este suelo llevándome de la cama al cielo. Por eso de rodillas te propongo a ti una cosa: ¿quieres ser mi esposa?

Caperucita, sin sorprenderle la declaración, fue sincera en la contestación.

– Ay, Lobo, me lo dices de una sin vaselina alguna. No me dejas ni pensar casi y yo no soy una chica fácil.

La abuelita, tal respuesta escuchando, enojada a su nieta se le fue manifestando.

– Mira, Caperucita, si no quieres saber cuántos pares son tres puños, si no quieres que la cara te la llene de rasguños y por mis golpes padezcas veinte noches de insomnio, acepta la propuesta de matrimonio. Si antes no te contuviste, ahora dile que sí y rescata el honor que en mi cama perdiste.

– Abuelita, este Lobo me encanta, ¿pero darle el “sí” de una?, qué va, no aguanta. Si quiere matrimonio con aire sumiso, a mi madre deberá pedirle permiso.

-Pues iré a la Comarca a hablarle de este arte y no volveré sin su permiso para casarte. Eso lo consigo hoy; ya mismo en burromoto me voy.

– Pues prepara cuatro mil y no pierdas los intentos, que esos desgraciaos no aceptan mil quinientos.

Salió la señora por el permiso para recuperar el honor preciso, mientras que el Lobo y Caperucita acordaron que el casamiento lo celebrarían el sábado junto a la fiesta del descubrimiento.Se fueron para el Bosque tomados de la mano, sellando launión en este final feliz e indistinto del cuento que hoy se narra distinto.

Los leñadores, últimos en quedar, hicieron meditación de la situación sin par.

– ¿Pero por qué llaman boba a Caperucita? –Preguntó el uno-de eso no tiene ni la untadita. Quitó la maldición y logró que el rey del Bosque le propusiera santa unión.

– Yo lo entiendo de esta forma –dijo el otro-: hoy las bobas son unas lobas.

– ¿Y los lobos?

– Unos bobos, pues de todos es sabido que las pretendes comer y terminas es comido.

– Eso parece triste canto.Pero amigo, no hablemos tanto y publiquemos con encomio las noticias del matrimonio.

– ¿Y cómo quedamos nosotros? ¿Sólo seremos los otros que darán la anunciación agotada la consumación? No, colega, el cuento así no me pega.

– ¿Qué quieres tú decir?

– Que no haremos ningún mal si alteramos el final. Digamos sin miramiento que el Lobo en su encantamiento entró a esta casita a comerse a la doña y a la Caperucita. Y en llegando nosotros a la acción, hicimos férrea oposición; al momento de ese honor defender, el Lobo se halló en la obligación de matrimonio proponer. Y dada así la situación, se superó la maldición.

– Buena historia veo; vayamos entonces, que ya me la creo.

Salieron los leñadores a modificar la versión. Y de tanta modificación, Caperucita dejó de ser boba, transformándose en “roja”. La nueva narración cercenó del Lobo el “flow” calificándole “feroz”, adjetivos antagonistas que no sepultaron el amor de los protagonistas del primer cuento de hadas con particular situación: la princesa erotizada a su príncipe salvó de nefasta maldición.

Y Colorín Colorado, este verso se ha acabado.

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