A través de la ventana. Me basta con sentir el aire rozando mi piel, esa caricia que despierta la sensación y con un leve toque de imaginación, se vuelve escalofrío.

Entra a través de los sentidos. Son los mil afluentes que desembocan en el río que recorre mi interior. Recorre esos rincones a los que nunca podré viajar. Baña las orillas de mi vacío, haciendo que florezca lo que nunca ha existido.

Las palabras flotan. Son bandadas de nubes que el viento esculpe a su antojo. Las contemplo y suspiro, soy pequeño, invisible a sus ojos. En ocasiones, alguna se posa sobre mis labios y su huella queda atrapada, como un beso fosilizado, que nunca tuvo dueño, que me da alas.

Te pienso desde que alcanzo a recordar. Nunca salí en tu busca, porque no puedo abandonar mi prisión, me acompaña allá a donde vaya. Nada te puedo ofrecer. Sólo tengo esta condena para compartir. Por eso, aquí dentro, no hay sitio para nadie más.

El deseo me consume. Es la mentira. Fuego que desprende calor y hereda frío. Es la llama que alumbra el camino. Nos deleitamos con las sombras de las ilusiones que proyecta, sin saber que nos consumimos. Al final acabamos convertidos en ceniza.

No quise que fueras mi destino. Estoy cansado de malgastar mi tiempo persiguiendo sueños. Cuando el pasado me atrape, no importa el momento, ni importa el lugar. Allí mismo me sentaré a descansar, pues esa será mi tumba. Pero allí donde esté, tú seguirás siendo mi hogar.

Nada es para siempre. Cuando algo termina, de la nada florece el nuevamente. El comienzo no está escrito, es la última parte del camino. Mientras avanzamos sin dirección, reconstruimos las ruinas del pasado. El presente es ese instante con el que el tiempo no contaba. El futuro se insinúa desolador, pero nada ensombrece mi ánimo, si cada noche puedo soñar contigo. 

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