Las calles de Madrid huelen a castañas, igual que lo hacían las de La Coruña de mi infancia. Huelen a castañas porque ha llegado el frío; o quizás el frío ha llegado siguiendo su olor.
De cualquier forma, con las orejas frías y las manos en los bolsillos, me parece que las cosas no han cambiado tanto en 20 años. Pero sí lo han hecho, ¡vaya si lo han hecho!
Ahora camino entre ruido, ambulancias y prisas. Ya no paseo, si no que me dirijo a algún lado, incluso cuando no tengo destino al que dirigirme. Ya no lo hago hablando o mirando tiendas, la música de mis casos me aíslan de la barahúnda y dejan a mis ojos como única ventana al exterior. Ya no voy de la mano de mi madre, ahora voy sola.
No es malo. Es diferente.
Me gusta tener mil cosas que hacer, y acabar encontrando un sitio a donde conducir mi rumbo. El ritmo de That’s life de Sinatra me parece una manera muy romántica de ver Madrid, e ir sola significa que ya no necesito otra mano que no sea la mía para no perderme.
Aún así, me gusta esa conexión que consigue con mi infancia un señor vestido con un mono azul sucio.
No me gustan las castañas, por cierto. Las he probado muchas veces para ver si cambiaba de opinión, pero solo me atraen la magia que desprenden.
Luego me parecen secas, insípidas y aburridas.
Y ahora que lo pienso, me parece una bonita metáfora de mi vida, o quizás no bonita pero sí real. Persigo la esencia que alguien desprende, y me vuelvo loca un rato. Quiero probarlo. Quiero conseguirlo. Aún cuando se que probablemente, y una vez más, no me guste. Utilizo todos mis encantos y persuasión, igual que cuando hacía que mi madre cediese a comprarme un cono repleto de castañas en la Calle Real.
Me entusiasmaba unos segundos, me dejaba embriagar por el aroma de invierno algunos minutos, probaba la primera, y, decepcionada, dejaba el resto.
Y muchos años después, me pasa lo mismo.
Consigo lo que quiero, y lo que quiero me acaba pareciendo seco, insípido, y sobre todo, aburrido.
Pensaréis que soy una caprichosa. Quizás sí. Aunque yo creo que la palabra adecuada es inconformista.
Y señoras, los inconformistas estamos confinados a lograr lo que queremos, pero nunca a querer lo que logramos.
OPINIONES Y COMENTARIOS