Aquí estoy sentada plácidamente, viendo pasar la vida. Siempre disfruté de mi casa, disfruto de esa galería con columnas que dan hacia el campo, que bella que es la vida, aunque me haya quitado lo más querido, mi compañero de ruta.
Mientras tomo mi leche con Quaker y miel veo que baja zigzagueante una pluma blanca. ¡Un ángel! Me digo, sí es una señal. Seguro un ser divino que atraviesa mi patio. Yo sabía que no estaba sola. Pensándolo bien puede ser la pluma de cualquier pajarón que volaba por ahí. Prefiero penar que es un guardián celestial. ¿Qué habrá querido decime? Siento su paz en cada rincón de mi ser y en cada espacio de esta casa vacía.
Como toda la vida me toca hacer los quehaceres domésticos y los quehaceres del jardín. Hoy me tocó podar la parra. Nada mejor que una escalera para alcanzar las ramas que se alzan buscando el sol. Subí hasta el último peldaño, serrucho en mano y empecé el ida y vuelta sobre el gajo más grueso. Mientras lo hacía ví que la fuerza de la gravedad atraía hacia mí una pluma negra. Miré, miré, y volví a mirar como el objeto iba descansando sobre el aire, esto hizo que mi punto de gravedad se viera afectado, tambalee como una botella mal apoyada. El resultado fue obvio, mi cara morada, un solo machucón que tenía del lado izquierdo de mi cara.
¡Plaf plaf plaf! ¿Quién será a esta hora de la siesta? – Buenas tardes señora le puedo robar cinco minutos? Me ha robado tanto estos gobiernos que cinco minutos serían lo de menos, pensé para mis adentros.
– ¿Qué se le ofrece?
– Estoy vendiendo plantines, lavandas, petunias, violetas de los Alpes, azafrán, no me olvides. Todas tan moradas como su ojo.
El vendedor me dio gracia y en lugar de correrlo, decidí dejarlo hablar. – ¿Qué le pasó doñita en el ojo? Y ahí le hice un resumen de mi intento por desafiar las leyes de la gravedad. Siguió hablando, – ¿Se enteró lo que pasó en el país del norte? No, le respondí.
– ¿Vió esos bichos que vuelan?
– ¿Pájaros?
– No, los de metal
– ¿Aviones?
– Si, esos, se distrajeron y fueron a dar con dos edificios.
Mientras trasplantaba mis plantines repletos de flores violetas -se habrán dado cuenta que le terminé comprando- me acarició la piel una pluma verde. ¡Loras! Me dije, esas no dan ninguna señal. Si busco una señal será la que tiene que ver con estos animales: charlatanes por naturaleza.
Ya es de noche, preparo mi mayonesa con ese fruto morado y alargado que me regala la tierra. Mientras hago la preparación veo caer por la ventana una pluma roja, desciende como si estuviera prendida fuego. Se encienden mis luces de alarma. Me digo: “Son los últimos coletazos del demonio, recuerdo nostálgica los tiempos de guerra en el viejo continente, siento la pobreza de Latinoamérica, siento que la esperanza se me va agotando, los días han pasado y se llevaron mi última dosis de optimismo.
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