Cade Liever – Prólogo

Cade Liever – Prólogo

Nicole Poblete

01/08/2018

Prólogo

Un sonido seco atrajo mi atención, instantes después esta se desvió al agudo dolor que sentí en mi mejilla derecha. La sangre y la vergüenza tiñeron mi rostro. Me esforcé por retener las lágrimas que intentaban escapar rabiosas de mis ojos. El impacto del golpe me hizo caer de rodillas al suelo, aturdiéndome tanto que apenas podía entender lo que estaba sucediendo en aquel lugar oscuro y familiar.

  • Eres una deshonra – sentenció Anon Liever, el temible mago de sangre control, rey de Narret. El odio de su mirada revolvió lo más profundo de mi interior.
  • ¡Padre, por favor…! – grité desesperado, tratando de incorporar mi cuerpo adolorido.

De pronto, mi rostro se encontró precipitándose contra el suelo. Me pareció sentir el crujir de uno de mis pómulos y el dolor de mi mejilla herida oscureció mi visión. El dolor fue tanto que perdí el conocimiento por un par de segundos. Cuando volví en mí, mi padre me sujetaba fuertemente del cabello, obligándome a encontrar sus negros ojos.

  • Jamás vuelvas a llamarme así… – amenazó entre dientes, intensificando su agarre y dejando entrever sus largos colmillos. De un tirón me forzó a ponerme de pie. En el instante en el que mis piernas temblorosas lograron mantener el equilibrio, Anon Liever soltó su agarre y me abrió tanto el jubón como la camisa que tenía debajo de un solo jalón. Ambas prendas cedieron maltrechas y dejaron al descubierto mi pecho, mi hombro izquierdo y junto con ellos mi tatuaje de origen.

Temí lo peor. El pánico bloqueó mi garganta impidiendo el libre paso del aire a mis pulmones.

  • No… – rogué en un lastimero susurro.

Me ignoró por completo. Con el rostro impasible y mirada pétrea se rasgó con sus garras el dorso de una mano. La sangre manó, negra y mortífera deslizándose por sus dedos. De manera inconsciente di un paso hacia atrás solo para encontrarme con dos guardias que me sostuvieron inmóvil.

Apenas tuve tiempo de encontrarme con la mirada de mi hermano, Zelves, que se encontraba de pie junto a mi madre, al lado del imponente trono de hueso y hierro. Él luchaba por mantener el rostro impertérrito, por borrar cualquier atisbo de miedo en su rostro, pero al cruzar su mirada con la mía lo vi claramente ahí. Sabía que él quería hacer algo, correr en mi ayuda, parar aquella injusticia; pero no podía, no podía hacer nada o caería conmigo. Y de una cosa estaba seguro: él no era culpable de nada.

Intenté no encontrarme con la mirada de asco y desprecio de Nova Liever. Porque tenía claro que su repulsión hacia mí era tan grande como la de mi padre y no estaba listo para hacerle frente, aún si se trataba de mi madre.

Instantes después Anon Liever arremetió contra mí con sus garras ensangrentadas. Desgarró mi hombro izquierdo desfigurando por completo mi tatuaje. Al entrar en contacto con mi piel y carne expuesta su sangre empezó a quemarme. Lancé un alarido de dolor y caí de rodillas nuevamente cuando los guardias me soltaron.

Todo mi cuerpo temblaba, me había mordido el labio en un intento de acallar mis gritos. Mi mejilla era una tortura, pero nada se comparaba con el creciente dolor de mi hombro. Podía sentir el quemarse de mi piel, el emanar de mi sangre y el desaparecer de mi tatuaje, aquel símbolo de pertenencia que me había acompañado desde que tenía memoria.

Transcurrió lo que me pareció una eternidad hasta que finalmente el fuego que sentía en el hombro cesó. El doloroso efecto de la sangre de mi padre había terminado. Lentamente me puse de pie. No tenía fuerzas para tocar la zona herida, no podía imaginar cómo había quedado.

Ya no había vuelta atrás. Respiré hondo pues las palabras que pronunciaría mi padre a continuación terminarían de destrozar mi mundo.

  • Cade Liever, desde este momento te declaro culpable de traición, tanto hacia tu reino como hacia tu propia sangre. Quedas despojado de todos tus derechos como narrios y de los privilegios de tu posición como heredero. Deberás abandonar Narret en la siguiente hora – sentenció. La sala estaba sumida en un silencio sepulcral. Podía sentir la mirada de cada uno de los narrios presentes en la audiencia, cada uno de ellos odiándome y deseando mi muerte -.

Anon Liever se acercó a mí. Quedó a tan solo unos centímetros de mi rostro. Alcé la mirada, malherido, con la respiración agitada y los ojos adoloridos para encararlo. Me observó altivo, como si yo fuese un insecto, una escoria, y luego pronunció con voz apacible pero cargada de desprecio:

  • Si vuelvo a verte no lo dudaré y te arrancaré el corazón del pecho.

Me estremecí por dentro, mi padre me mataría sin duda alguna. Nada funcionaría, ya no era parte de Narret, aquella sala estaba llena de extraños a los cuales nunca volvería a ver. Extraños que me observaban con repudio, que veían a un traidor que habría merecido la muerte y se preguntaban por qué no la habría recibido. Incluso yo me lo preguntaba. No me atreví a mirar a Zelves, la vergüenza me lo impidió. Debido a mis acciones había perdido la confianza de mi familia, de mi reino. No era una persona de fiar, era un traidor…

¿A dónde iría? ¿Qué pasaría conmigo?

Me sería imposible mezclarme con los humanos y debía de mantenerme siempre alerta a no cruzarme con un narrio y mucho menos un hylia…

Asustado, con la cabeza gacha, sangrante, confundido, con el orgullo herido y sintiéndome como el ser más insignificante del mundo salí a paso lento de la silenciosa sala de trono.

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