Buscando el Tesoro Perdido

Buscando el Tesoro Perdido

Walter Vásquez R

04/01/2019

Capítulo I

El ruido de su cabeza que rebotó en la ventanilla del tren lo hizo despertar de inmediato. Al ver a su derredor notó que algunos de los pasajeros reían en silencio mientras él se masajeaba el lugar donde se había golpeado. Casi en seguida volvió a cerrar sus ojos. El calor, el largo viaje, la dificultad en hablar el idioma; todo ello le hacía sentirse más agotado. Con justa razón; había cruzado toda Europa en un duro viaje de cuatro semanas escondido en un tren que transportaba mercancías a Rusia, luego… debió pasar otra semana oculto en otro tren hasta llegar a la gran China, donde el hambre, la suciedad y la dificultad en comunicarse le había complicado el intrépido sueño de aventurero. Días después logró abordar un tren con destino al oriente, para internarse finalmente a la India, sí, la India donde comienza esta aventura.

Al ir recordando todo aquello quedó de nuevo dormido sin sentir el tiempo, eran ya doce horas de viaje y no parecía avanzar mucho. Las aldeas quedaban unas tras de otras, en algunas ocasiones todas parecían idénticas. Casitas de madera cubiertas por enormes hojas de palma, niños que correteaban con alegría tras cada tren que pasaba, ríos que brotaban de cualquier bosquecillo y pozos llenos de mujeres lavando ropa cargando tras de ellas sus niños envueltos en enormes sábanas.

Después de otro duro golpe en la cabeza debido al mal estado de los carriles quedó despierto, observaba con atención todo lo que iba encontrando en el camino. Su corazón sollozaba pero el sueño lo volvió a vencer por sexta ocasión, esta vez el cielo ya dejaba caer sobre el viejo tren un torrencial aguacero.

Entre sueños recordó lo que su padre le dijo; antes de cerrar sus ojos para siempre.

Como quisiera que el tiempo volviera,

Que el niño volviera a nacer,

Que los árboles volvieran a florecer,

Y que la tristeza volviera a ser amor.

Pero con lástima digo que eso no es posible,

El tiempo se va y nunca regresa,

El anciano muere porque no puede rejuvenecer,

El río se seca porque la lluvia deja de regarlo,

El amor se acaba y sólo quedan recuerdos,

Recuerdos contemplados a lo lejos.

El sol se va y vuelve a salir,

El día también,

Pero el tiempo se va y nunca regresa,

El poeta no puede detenerlo con versos y poesías,

Ni el cantor con su tierna melodía,

El sabio tampoco con sus consejos,

Ni el arcoíris con su belleza de colores.

Entonces ¿Qué hago yo? ¿Qué haces tú?

Todo sucede, porque tiene que suceder,

Nada pasado regresa y nada futuro espera.

Ahora parto de esta creación,

Lamentando no haberme aventurado en este mundo tan inmenso y lleno de maravillas y misterios.

Y un consejo debes llevar siempre en tu corazón –hijo. Vive como el viento que vaga por el mundo, sé libre y nunca te encierres en un cuarto diminuto que el universo es infinito.

–Varanasi binvainidos – Gritó una voz que lo despertó. Era ya demasiado oscuro cuando abrió los ojos, se recostó en el frío espejo de la ventanilla, recordó su sueño y dio un enorme suspiro. Su padre debió tener razón al decir aquellas palabras, comenzaba a darse cuenta que el mundo no consistía en su casa, su aldea o su pueblo. Fuera de eso había un mundo esperando sólo a los valientes, soñadores e intrépidos aventureros.

Así pues se puso de pie, tomó sus maletas y bajó a pasos lentos mientras la lluvia seguía regando todo a su paso con inmensa delicadeza. En su interior una voz pronunciaba “¡Vaya!, es increíble que ya este hasta este extremo del mundo pero aún queda mucho que recorrer”.

Caminó en medio de toda la muchedumbre que corría en busca de refugio debido al nuevo torrencial aguacero, era común en esos lugares que por unos momentos el sol resplandeciera sin compañía alguna en el despejado firmamento, pero en un abrir y cerrar de ojos, todo cambiaba.

Sus zapatos estaban llenos de agua que hacía temblar su cansado cuerpo, se sentó en una vieja banqueta frente a una enorme casa, bueno parecía más una tienda de algún tipo de productos. Se inclinó sobre la banqueta, estiro los pies recordando momentos de su vida, sacó de su abrigo una vieja libreta, pasó uno por uno las páginas hasta llegar a la indicada, tomo un pedazo de pluma y rayó el número treinta y cuatro. Eran ya muchos días de viaje, no tenía mucho dinero, pero creía que era lo suficiente para llegar a su destino, un destino que aguardaba bajo las aquietantes estrellas.

Metió la mano otra vez a su bolsillo y sacó un enorme pedazo de papel, lo acomodo con delicadeza sobre la banqueta, sacó una desgastada lupa de su mochila y se puso a observar con atención el papel que contenía un mapa, iba rayando todo el recorrido que llevaba en la India, observó de nuevo.

– Me falta demasiado, estoy a casi veinte días de camino para llegar – Dijo susurrando.

Guardo otra vez el mapa, saco su mano para sentir si aún seguía lloviendo. Era demasiado tarde, no conocía a nadie y ni siquiera sabía dónde pasar la noche. Espero hasta que la lluvia dejara de regar las calles y comenzó a caminar tratando de localizar un lugar donde dormir. El viento rozaba su rostro demacrado, la luna le acompañaba en cada uno de sus pasos y los árboles se movían al son del viento. Eran escasas las personas que caminaban en los barrios, algunos lo observaban misteriosamente, otros se mostraban mucho más amigables y le decían namaskaar, que significa adiós. Había sido buena la idea de estudiar un poco el hindú durante su viaje, ya entendía e incluso pronunciaba algunas palabras, con eso eran ya ocho los idiomas que de alguna forma había descubierto.

Pasaron los minutos y pronto llegó a un barrio muy bonito, siguió su camino y a unas cuadras pudo observar una casa que parecía un edificio de huéspedes. Se acercó y tocó la puerta. Momentos después un anciano salió, lo observó de pies a cabeza ypreguntó lo que necesitaba, el viajero no había entendido pero a través de señales dio a entender al anciano que deseaba reposar.

El anciano comenzó a platicar con otro joven que lo acompañaba, tardaron unos momentos y se asomó otra vez por la ventana moviendo la cabeza indicando un sí. El joven Abrió la puerta, extendió su mano derecha señalando al viajero que entrase.

Dicho esto caminaron en el enorme aposento, el patio era formidable, lo adornaba hermosas flores que nunca había visto en su vida, la fachada tenía un diseño único, en el extremo había un manantial que engalanaba el lugar con una estatua de Visnú en su centro, en verdad era hermoso el lugar. El anciano lo condujo entonces a pasos lentos en el pasillo con una antorcha en la mano, doblaron la esquina y se detuvieron frente a otra puerta, el anciano la abrió e invitó al viajero a pasar al cuarto que estaba totalmente oscuro. El anciano puso la antorcha sobre un pedazo de madera que estaba en lo alto y desapareció en la oscuridad sin decir palabra alguna.

Era demasiado tarde, el viajero jaló sus maletas hasta una cama de madera que despedía un olor a frescura, se sentó un momento recordando de nuevo su gran aventura, estaba un poco desilusionado y confuso.Se recostó sobre la cama, saco una foto de su familia y la observó con melancolía. Dio un enorme suspiro, se acomodó e intentó descansar porque el día siguiente sería un día demasiado agotador.El cansancio hizo que se quedará inmensamente dormido.

Cuando despertó pudo ver el resplandor del día entrar por la parte baja de la puerta. Frotó sus ojos, se levantó, camino hacia la entrada y abrió. El día estaba hermoso, los pajarillos cantaban con alegría cerca del manantial, el anciano que lohabía recibido la noche anterior estaba sentado frente al manantial alimentando los peces y la neblina que durante la noche había descendido magistralmente cubría todo a su paso. Aquello era precioso. De pronto alguien pasó corriendo.Instantes después un grupo de personas pasó corriendo como persiguiendo algo.Uno de ellos se detuvo, volteó de inmediato preguntando al viajero.

– ¡Oye! ¿de dónde vienes?, corre, debemos ir a la cima–dijo-

El viajero que no podía creer encontrarse a alguien hablar español en tan remoto lugar, pudo responder.

–Soy sirio-español, ¿cuál cima? -termino preguntando.

El joven retrocedió acercándose al viajero.

– vas con nosotros – le dijo. Vamos a ver el desfile de elefantes que todas las mañanas hacen para ir al enorme valle del sabio Natarandhi, hacen un ritual y prosiguen su amino, es un espectáculo único, pareciera que alguien los guiara.

– No lo sé – contestó el viajero. Voy de paso y necesito avanzar hacia mi destino.

– Un viajero. No te arrepentirás de esto, estoy seguro. Supuse que te habías alojado aquí por el espectáculo pero eres el primero que conozco que no viene por ello.

– No creo, será mejor que marches. Tus compañeros ya han desaparecido.

– Ven viajero. Esto te enseñará nuevas cosas. No te pierdas los mejores espectáculos de la vida solo por temor a perder el camino, el mundo es basto y los senderos son incontables, no es difícil hallar otro si tienes fe.

– Está bien, está bien. Iré tras de ti.

El viajero se vistió con rapidez, jalo su enorme puerta marchando tras su nuevo amigo. Caminaron otra vez en el enorme pasillo admirando toda la majestuosidad, salieron a la pequeña calle empedrada, cruzaron varios barrios internándose al fin a un enorme bosque. El sendero era lodoso, lleno de pequeñas piedras que obstaculizaban aún más el paso, se podía respirar paz, frescura y libertad que solo la naturaleza sabe proporcionar…

(Fragmento)

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