A las once dijo que llegaría. Sí, sí. A las 11. Pensaba Facundo mientras buscaba una mesa en la biblioteca San Joaquín. Lo esperaré acá, cuando llegue vamos a la sala. La pidió a las once y media, creo.

–Oye Tomi, te esperaré en la recepción del tercer piso. En las mesas. – Le escribió Facundo por WhatsApp.

–Dale, nos vemos. – Le respondió Tomás.

Debería ir a pedir Los Elementos. No está de más echarles un ojo. Aunque, Tomi dijo que podría prestarme su versión, pero no sé, mejor lo pediré. Agh, y el trabajo escrito, aprovecharé de avanzar en él. Que sueño, concéntrate, concéntrate. Queda solo una semana para terminarlo, falta pasar los otros a Latex, y este, el del triángulo equilátero y sus vértices. A ver, supongamos que tuviera todos sus vértices en coordenadas enteras, se supone que no puede, pero no veo la contradicción, y si va por el área. ¿Cómo relaciono el área con las coo…

–¿Cómo te llamas? – Llega escrito en un papelito.

¿Qué? Facundo mira a su izquierda, la ventana, a su derecha, una chica. Cabello lacio, tez morena, ojos penetrantes. ¿Me están coqueteando?

–Facundo, ¿y tú? – Responde al reverso del papelito.

–Agustina. – Le dice la chica al oído.

Ehh… ¿Qué digo? ¿QUÉ DIGO?

–Estudio literatura – dice Agustina – ¿y tú? – agrega con una sonrisa.

–Yo… yo estudio matemáticas – responde tímidamente.

– Ah, que entrete. ¿Para ser profesor? –

Siempre la misma pregunta.

–No, no. Para ser investigador. –

–Ah, buena… –

Que incómodo el silencio, debo decir algo. Mira, anda con un libro.

–¿Qué lees? – Pregunta Facundo.

­–Un texto muy rebuscado. Ja, ja. Las Geórgicas de Virgilio. Es por un trabajo para Latín 2.

–¿Latín 2? ¿Qué debes hacer con el libro? –

–Debo traducir algunos versos. Específicamente el libro dos, la parte donde Virgilio nos canta sobre el cultivo de uvas y aceitunas. Suena súper pedante, pero es interesante. – Una pequeña pausa. – Pero bueno, tú, ¿qué estabas haciendo? –

–¡Ah! Nada, nada. Estaba terminando un trabajo. –

–Sobre… –

–Disculpa. – dice nervioso. – Debo demostrar que en un plano cartesiano los tres vértices de un triángulo equilátero no pueden tener coordenadas enteras al mismo tiempo. –

–Suena a chino para mí – responde risueña.

–Tranquila… a mi igual – dice riendo. – Bueno, en verdad no. Aunque se me está complicando más de lo que esperaba. En fin, cosas de matemáticos. –

Vibra un celular, es el de Facundo.

–Espérame un poco – le dice a Agustina.

–Tranquilo. –

–Oye, Facu. Tuve un problema, no podré ir hoy. En serio, disculpa. – Le escribe Tomás.

–Tranqui, ¿padó algo grave? – escribe, y agrega en otro mensaje– pasó*. –

–No, nada, pero tengo que cuidar a mi hermana chica. –

–Bueno, no pasa nada. Dejémoslo para otro día. –

–Gracias, cuídate. –

–Igual tú, cuídate. –

Deja el teléfono a un lado, mira a los ojos a Agustina, y sonríe de manera sincera.

–¿Pasó algo? – Pregunta Agustina.

–Es que estaba esperando a un amigo, pero me acaba de decir que ya no va a venir. –

–Pucha. En ese caso, yo ahora no tengo nada más que hacer. Estoy cansada de leer. ¿Te tinca si vamos a tomar un café por ahí? –

–Ya, dale. Me gusta la idea. ¿Dónde podríamos ir? –

–Conozco un café cerca del parque Araucano. Podríamos ir, y sentarnos en el pasto un rato. –

En un monte de la Arcadia…

Las suaves brizas de septiembre los abrazan. Acaba de llover, el agua mutó los colores del aire, y el arrebolamiento entre su nueva transparencia se deja ver. Las nubes abandonan los inmensos Andes, tejiéndole un manto de incontables e inseparables blancos narcisos. Que bella tarde, pensaban ambos. De a poco los loros dejan paso a los chincoles en su canto.

–El metro es como un portal, ¿no crees? – Dice Agustina.

–¿Cómo? ¿A qué te refieres? –Responde Facundo.

–Subes en algún lugar desconocido de Santiago, surcas los aires o te sumerges en la tierra. Y de repente ¡Pum!, apareces mágicamente en otro lugar desconocido, a simple vista totalmente inconexo con el anterior. –

–¡Ah!, entiendo. A mí me impresiona la máquina, acaso cómo se mueve. Cuando pequeño pensaba que habían hilos conectando los trenes, entonces para moverlos solo tirabas del hilo. –

¡Bip, bip! Doscientos treinta pesos costó el pasaje a cada uno.

–Escucha, escucha. El ruido metálico de una ciudad viva, las arterias de Santiago. Escucha cómo este ruido mueve felicidad, amor, sufrimiento y muerte. Escucha cómo une personas, cómo la separa. – Dice Agustina.

Facundo no sabe qué responder.

–Disculpa, jaja. Me inspiré. – Agrega Agustina.

–Bueno… ¿Qué te gusta hacer? – Pregunta nervioso Facundo.

–¿Cómo? ¿A qué te refieres? –

–¿Qué haces en tu tiempo libre? ¿Algún deporte o instrumento?­ –

­­– Ah, entiendo, entiendo. Lo que más me gusta es leer, pero también toco piano y hago Taekwondo. Aunque leer gana por lejos, y pensar sobre lo que leí o estoy leyendo… jaja. –

Se inicia el cierre de puertas.

–La siguiente es Baquedano. – Dice Facundo.

–Sí, sí. Pero bueno, y a ti ¿Qué te gusta hacer? – Pregunta Agustina.

–Me gustan mucho las matemáticas, también toco piano, y hago natación. En mi caso, matemáticas también gana por lejos, pero igual le dedico bastante tiempo a las otras dos. De hecho, disculpa lo narciso jaja, soy primero nacional en mariposa. –

–Bravo, ¡felicitaciones! Debe ser exigente. ­–

–Si, lo era. El año pasado apenas dormía entre el colegio, prepararme para la prueba y los entrenamientos. A las 5 de la mañana tenía que estar con el traje de baño puesto. –

–Entonces fue con mucho esfuerzo. Yo no podría, soy muy floja para los deportes o estudiar. Casi no estudié para la prueba, además no necesitaba un puntaje muy alto. Y ¿qué te gusta tocar en el piano? –

–Soy muy nerd en eso. Me encanta Chopin. –

–A mí también, sus baladas son bellísimas. –

–Hace poco terminé de aprenderme la primera. –

–¡Ah!, eres bueno entonces. Tienes que mostrármela un día. Apréndete la cuarta, es mi favorita. –

–Jajaja. No, no. Si ya me costó mucho la primera, estuve más de un año, imagínate la cuarta. –

–Si, me imagino. Esa cosa es imposible, y su coda… –

Baquedano. Transbordo a línea 1.

–¿Qué tomamos ahora? – Pregunta Facundo

–Mhh. Tomemos hasta Manquehue, y de allá vamos caminando. – Responde Agustina.

–Dale, dale. Y a ti, ¿qué te gusta tocar? –

–Rachmaninov. Lejos es mi compositor favorito, no es que toque mucho, pero me sé un par de preludios. –

–Nunca lo he escuchado mucho. –

–Deberías, su mezcla romántica con las vanguardias del siglo veinte dejó muchas cosas interesantes. –

–Deberíamos tocar algo a dueto. –

–¡Si! Algo de Mozart o …–

–La suite del cascanueces…–

–Si, si… ¡Ya sé! Las suites para dos pianos de Rachmaninov. La primera y la segunda. –

–No las conozco. –

–Te van a encantar, son maravillosas. –

Mira aquellos ojos Agustina, mira aquellos ojos Facundo, míralos y verás lo que guardan. Abran sus ojos Facundo y Agustina, déjense ver. Muestren sus tesoros, yo los cuido, yo los llevo donde tienen que llegar, ustedes preocúpense de ustedes. Que no les moleste el ruido, que no los intimiden las personas. Han oído el cantar del chincol, el que trae consigo la primavera. Los vi nacer, los vi crecer. Hijos míos, en mí acurrúquense como siempre lo han hecho. Ignórenme, solo están ustedes, ustedes y sus ojos. Yo cuido sus querencias mientras las lanzan al otro. No dejen las querencias del otro en el piso mientras caminan, guárdenlas y cuídenlas como los cuido yo.

… bajo un laurel…

–Deme un espresso doble, por favor. – Pidió Agustina.

–Yo quiero un latte vainilla, por favor. – Pidió Facundo.

El café, perfecta excusa para conocer. Siempre los humanos tomamos café, nos gusta el amargo y el ácido, así los momentos bellos nos parecen más bellos aún.

Sentáronse ambos jóvenes en el césped del parque, acurrucados por la sombra de un viejo árbol. Hablaron, fabularon, rieron de la ciudad y las personas. A gusto se encontraban en la compañía mutua, se entendieron. Hablaron de matemáticas, de literatura, de sus familias, de lo que les gustaba, de lo que no les gustaba. Hicieron caso a la ciudad, abrieron sus ojos, y los seguían abriendo. El café hacía efecto, se sentían exaltados, felices en la amargura, en la curiosidad y sus querencias rodeándoles. El cielo dejaba ya ver el véspero, y los Andes con su luna enamorada. Miraban a las estrellas, siempre a las estrellas, todo finaliza con las estrellas. Hoy, ayer, mañana, pasado mañana. Dante nos contó ya hace tiempo, stelle las llamó. Acostados bajo ese árbol, viendo a través del fractal de las ramas y sus hojas, septiembre ya ha llegado, ya llegó. Estos jóvenes se dieron cuenta, el hechizo les encantó profundamente en un somnífero sopor. Sus cuerpos quieren acercarse, no se atreven. Esperen a la noche, hija del caos. Esperen, esperen.

… mirando hacia Chipre …

–¿Por qué? – Preguntó Facundo.

–¿Cómo? ­– Responde Agustina.

­–¿Por qué me escribiste una nota? –

–Es que… siempre te vi en la biblioteca. –

–Yo siempre veo a la bibliotecaria en la biblioteca, pero no le mando notas. –

–Es que… es que…

Viendo a la música áurea

De tus cabellos caracolados

Con tu parsimonia cándida

Y todos los soles opacados.

Así entre libros y papeles

Mi mirada encontró un lugar

Donde un príncipe de laureles

Con su mente divina vi crear.

Horas y horas a tal admiré,

Días y días lento guardando

A mi pesar sin saber qué haré

Cuando el tiempo vaya volando.

Aquellos ojos adionisíacos

Que con la corona yo veía

En los silencios paradisiacos

Que desapareciera temía.

¡Oh! Joven no me pude resistir

Y en desesperado momento

Sin respuesta no puedo subsistir

Con imágenes de mi lamento.

En vez de mí envié un heraldo

Que con tinta y papel servía

Pues no habríais imaginado

Lo que mi mente no permitía.

Los labios ahora te pude ver

Pero no alcanzo a entender

Y ahora tus cabellos oler

Lo que mi corazón quiere hacer.

¡Oh! Joven de dorados cabellos

Gracias por dejarme visitaros

Y aprender un poco más de vos

¡Que placenteros estos amparos!

… dos pastores bucólicos se encontraban…

En este preciso instante Facundo mira fijamente a Agustina, acerca poco a poco su cara, sus manos se rozan tiernamente. Los pájaros de fondo cantan, y la noche les encanta. Virgilio celoso mira al poeta que los une. Diana en su fulgor se encuentra cuidando a Endimión, Venus por su Adonis llora, en la noche Tristan e Isolda se guardan, y Daphnis con Chloe por las comarcas anda.

…disfrutando de las delicias…

Se acuestan uno al lado del otro, de lado miran el uno al otro. Acercan sus cuerpos, sus brazos se rodean, sus ojos se acercan. Pegan sus frentes la una a la otra, y dejan que el tiempo pase el uno junto al otro.

… que les depara el amor.

Acercan sus labios, lento, lento; se acercan más y más, pero no se tocan, se acercan tanto como pueden, pero se siguen sin tocar; se aproximan al límite. No hay tiempo, está detenido por ellos. Por fin alguien que venza a Cronos en su correr eterno. Se acercan tanto, que uno siente la respiración del otro como si fuera propia. En un instante eterno, ese instante de duración, Agustina extiende sus labios y Facundo responde con un…

–¡Facundo, Facundo! –

–Ah. Hola Tomi. –

–¿Qué haces? –

–Intento terminar los trabajos escritos. –

–Vamos, ya pedí la sala. –

–Dale, ya voy. –

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