Brevemente a mi lado

Estoy confinado en el abismo de tu mirada desde que viniste a mí. Se me antojó empequeñecer ante tu presencia, para poderte mirar de frente, del revés, de soslayo Para estar a tu altura, nada más. Creí que así todo sería más fácil. Al principio lo fue Nos mirábamos en silencio acostados en la cama, tú apenas balbuceabas deseos, inquietudes post-umbilicales que yo absorbía gracias a la fragancia pueril que desprendía tu cuerpecito recién llegado, un olor cándido que penetraba veloz por mis enormes tosas nasales. Un latido nuevo en mi regazo, eso eras. Pero poco a poco tomé consciencia de ml error. Yo no debía estar a tu altura, sino que debía crecer contigo, gracias a ti.

Transitaremos juntos por pasadizos de vértigo, diezmados por el frio, la lluvia, y por un sinfín de tempestades inclementes, Recorreremos unidos avenidas de luz, nos cobijaremos entre risas en glorietas repletas de deseos florales. Sí, eso haremos, hasta que tú decidas gobernarte, o hasta que algún precepto humano debilite y deshaga nuestras ataduras.

La vigencia de nuestra dicha está en tus manos, porqué así ha sido siempre, pequeña. Aunque el peso de nuestra inexorable despedida debemos sobrellevarlo juntos. Mi parte, rocosa y plúmbea, la tuya liviana, como la ligereza que imprime el no saber qué estás traspasando el umbral de tu niñez hacia ignotos y nuevos pasajes de felicidad, que yo viviré, levemente, desde lo más profundo de tus pensamientos.

Y cuando todo llegue a su fin, recordarás con una sonrisa las canciones que entoné en tus primeras noches de insomnio. Y tú las cantarás en el regazo de tu primer amor, y en el del segundo, y en todos a los que consigas llegar desde tu ilesa humanidad. Espero te acunen cien mil regazos, te susurren cien mil melodías, te amparen cien mil verdades, te protejan cien mil cuevas de la espumosa resaca de tus océanos interiores, de tus campos de sudor y algodón: duerme, duerme, negrita, que tu momo está en el campo.