I

No hay huellas marcadas,

ni rastros de aquello que se ha escrito,

ni repetición:
Palabra, llanto, sombra…

palabra simple, y olvido.

Se ha hecho

de lo dicho algo dicho

mil veces, se ha hecho

de lo escrito una réplica infinita

que ya se ha borrado:

brotes de nostalgia que no tienen

impactos ni reflejos.

II

Nadie sabe, pero la soledad sí,

de la sed del hombre en los caminos de la sombra

y en la agonía del desierto.

Reconozco un renacer en la fortuna que se abre

con la luz capaz de agrietar el fusco.

Esta temprana persuasión tenaz,

esta certeza que no será doblegada

por el destino, ni el trabajo, o la conspiración

de las espadas y las fieras,

ni las fuerzas
que se aúnan para amordazar

el silencio que dibuja, en el aire, la palabra:

la revolución en el apasionado

centro incontenible.

III

Advierto el sismo incontenible,

el sentido de vibración que sube

como un espiral de ecos reventados por el hambre,

y se apodera de mis manos, de mis pasos,

de mis ojos, de mi mente reaccionaria.

Hay un punto culmine de éxtasis y sinsentido,

cuando el silencio se transforma en la fuerza necesaria,

en desesperación impasibilidad y espanto.

Extraña es la sensación de la vida que a sí misma

se da en posibilidad y sosiego, en paz, armonía,

caos, enigma, constancia, sequedad,

repetición, olvido, dolor, desprecio y garabato.

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