LA FELICIDAD EN LA CONSOLACIÓN DE LA FILOSOFÍA
Existen inquietudes que tarde o temprano, en cualquier época de nuestras vidas –rompiendo fronteras y esquemas sociopolíticos-, surgen hasta tal punto que nos preguntamos: ¿Qué es la felicidad?, ¿Somos realmente felices?, ¿Dónde está mi felicidad? O ¿Cómo la consigo?… estas interrogantes emanan en un corazón inquieto, ardiente y sediento en busca de la felicidad, como lo fue el de San Agustín.
Las inquietudes sobre la felicidad estuvieron también plasmadas en el pensamiento del filósofo y senador romano Boecio –en la decadencia de Roma siglo V d.C-, que las manifestó en su obra cumbre la “Consolación de la Filosofía”-que la escribió en prisión, antes de ser ejecutado por una mendacidad en la cual lo despojaron de todo lo que había logrado-. Su vida no es ajena a nuestra realidad actual, y de esa manera lo presenta en el capítulo III.
Los bienes terrenos no nos dan la felicidad plena, es evidente que son buenos para el hombre, pero son bienes imperfectos que participan del Bien perfecto. Y estos bienes son peldaños para llegar a la felicidad plena. Boecio en su libro tercero manifiesta que “todos los hombres buscan la felicidad, que no se encuentra en los bienes particulares, sino en Dios, bien Universal y Supremo”. La felicidad para Boecio es un estado perfecto del alma causado por la reunión de todos los bienes imperfectos que sirven como escaleras para llegar al Bien Supremo; este estado es intrínsecamente anhelado por muchos hombres para alcanzar la felicidad.
Los bienes particulares como la fama, dinero, poder, entre otros, también los vivió Boecio con gran intensidad, pero ¿Qué pasa cuando perdemos todo esto?, ¿ya no somos realmente felices? Los bienes particulares son perecederos y mutables, pero la facultad de la inteligencia es innato a cada uno, que nos hacen retomar a ese Bien Supremo que es Dios mismo y en él radica y emana la felicidad real y plena.
Es cierto que los errores de nuestra ignorancia nos pueden desviar de esta felicidad, pero cuando uno alcanza esa felicidad, así lo dice Boecio: “Se trata de un bien que, cuando se obtiene, no deja lugar a cualquier otro deseo”, no cabe ningún deseo de querer desviarnos de este Bien, es más bien estar en una inmanencia total.
Conseguir esa felicidad en pleno siglo XXI es muy extenuante, pero no imposible con estos paradigmas éticos que nos ofrece Boecio, que a pesar de los contextos históricos diferentes, los problemas que se le presentaron es homóloga frente a la nuestra; alcanzar esa felicidad requiere de soslayar radicalmente los vicios e inclinarnos hacia las virtudes.
La fortuna hoy en día nos domina a gran escala, haciéndonos “autosuficientes-superficiales”, nublando la felicidad esencial, nos nubla en el sentido que lo tomamos como fines últimos y no como medios para hacer el bien e ir hacia el bien, Boecio tenía grandes fortunas que cuando le fue arrebatado todo esto, pensó que era el final de su felicidad, pero ¡no! Algo no había muerto en él, eso era la sabiduría que lo encarna en su obra – la misma filosofía que lo consuela-, Giovani Reale en su obra la Historia de la filosofía dice lo siguiente: “la fortuna es el destino que manipula la vida humana: cuanto más favorable parece a los hombres, tanto más le es contraria, porque le impide ver en qué consiste la verdadera felicidad”, para poder ver este camino hacia la felicidad requiere desprendernos de estas fortunas, ya que son finitas y la felicidad no consiste en lo finito, si no en lo eterno que es Dios mismo.
A lo largo de este planteamiento, con las inquietudes existenciales que han surgido y surgirán en este mundo sobre la felicidad en cada uno de nosotros, podemos concluir pertinentemente que para llegar a la verdadera felicidad -con el paradigma boeciano- es necesario dejar los vicios y las fortunas e inclinarnos hacia las virtudes, tomando los bienes particulares como medios no como fines, para así llegar hacia el Bien Supremo y Universal que es Dios mismo; como el hombre no puede valerse por sí mismo, necesita siempre de ese Bien Supremo que lo haga subsistir, que es Dios, liberando así esa autosuficiencia superficial para ir en busca de Él.
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