Por vos ya no odio las fotos

Llegué temprano, te vi y me hice a la que no te miró. Enseguida me viste y no tardaste mucho en salir a recibirme con un beso tan cálido y un abrazo un tanto prolongadoque realmente me hizo olvidar lo que tenía en la cabeza.

La primera vez fue detrás de mí. Estabas un poco temeroso y te pusiste a mi lado, de reojo te observé, no podías pasar desapercibido. Aunque debo decirlo, el lugar no era nada agradable: hacía un frío penetrante, la ausencia de una puerta producía que por más que calentemos el espacio, éste se vuelva a enfriar y cada vez más mientras transcurría la tarde y entraba la noche. Debo confesar que no te presté la atención debida, estaba preocupada en no fallar la rutina.

La segunda vez fue entre una multitud, y sinceramente ni me percaté de tu presencia, mis ojos estaban ocupados en la corporalidad de un cochabambino. La tarde aún alumbraba nuestros cuerpos, nuevamente el frío hizo que mi cuerpo empiece a temblar, estaba con ropa muy ligera. Vos estabas abrigado, pero repito, no te observaba a vos, mi atención la acaparó por completo Abel. Cuando ya entró la noche y con ella todo ese misterio que siempre nos regala, seguía observando a Abel, él también se había dado cuenta que yo tenía la mirada fija en cada movimiento que hacía. La oscuridad de la noche fue bondadosa, hizo que él empiece a mirarme, bajó de la tarima, se acercó a mí, me habló e hizo toda la rutina a mi lado, acompañándome. Durante ese tiempo era la mujer más feliz del mundo, olvidé por completo todo, mi credo, mi religión, mi situación, mis fantasmas y especialmente a ti, sí a ti que no me permitiste entrar a tu vida. Cuando todo terminó empezaron las fotos (de verdad que ni se me ocurrió sacarme una foto contigo) empecé por el más de élite, él muy amable accedió y guardo fuera de los ojos cizañosos nuestra foto. Luego tuve que ir por el cochabambino, era ineludible, Abel no fue muy cariñoso, parecía que el de la tarima se había quedado allá arriba, el que me miró, sonrió, habló y hasta nos intercambiamos unas picardías por debajo del manto de la noche se había ido. Extrañé esa mano que hubiese podido abrazarme, esa mano que hubiera podido hacer miles cosas, pero bueno, sólo posaste a mi lado y también guardo tu foto y siempre que la veo sonrío de modo lascivo. Oh! Olvidé mencionar que debido a no sé qué efecto podría llamarse lo sucedido (yo eufórica por el Adonis que me había seguido el juego) viene un tipo, moreno, de mi tamaño, algo atractivo y me dice:

  • ¿Te conozco de algún lado?
  • No.
  • ¿Te he visto?
  • No creo, no voy a donde tú vas, nunca te vi.

Ahora que me pongo a pensar, quería hacerme conversación, nunca en mi vida lo había visto y su pregunta algo tonta sólo reforzaba la tesis que manejo y de la cual realmente no me enorgullezco de haber perdido el chance.

Bueno, ya debías aparecer, mi amiga (la lunática de las fotos) me pidió que le saque una foto contigo, a mí ni se me apetecía una contigo (la expresión de mis facciones pueden dar fe de esto) y después que le saqué unas cinco contigo, me dijo sácate vos ahora y como vos estabas tan cerca no pude decir que no sin tener que hacerte sentir mal y es que odio salir en fotos.

No te pedí una foto, ni quise hablarte, pero el destino hizo que todo sucediera. A tu lado, eres más alto que yo, paso mi brazo derecho entre tu cintura, estás con algunos kilitos demás y es notorio mientras te abrazo, siento que con mucha delicadeza y cariño me abrazas colocando tu brazo izquierdo sobre mi hombro y ejerciendo un poco de presión para que sienta más tu cuerpo. Pasa el flash y te despides como si nos conociéramos de toda la vida, eres tan atento y nuevamente el beso que me das me llena de paz momentáneamente.

Lamento no haber estado feliz, ahora veo nuestra foto y mi cara pide auxilio, mientras vos tienes la sonrisa más enviada del mundo entero, veo tu brazo y me arrepiento de no haberte correspondido ese día.

Siempre recordaré lo que mi amigo peruano me dijo una vez: las personas que se merecen logran verse tres veces, contigo esta fue la tercera y de verdad creo que nos merecemos.

Acabo de ver nuestra foto, a mi amiga la lunática le pusiste el brazo sin energía y bajo su hombro en cambio conmigo tu mano aprieta mi hombro, como con más afecto.

Llegué temprano, te vi y me hice a la que no te miró. De reojo veo que me ves y sin querer me puse algo nerviosa. Veo que te levantas, te diriges hacia mí, vienes, abres la puerta me saludas. Te acercas con una aura y energía tan positiva que no puedo quedarme fuera del dominio de tus brazos. Nuevamente un beso y un abrazo prolongado, siento tu calor y en él se diluyen todos mis pensamientos, no existe nada en ese instante que no seamos vos, yo y tu calor.

Va pasando la tarde y te corrijo mi nombre, piensas que me llamo Lisbeth. Con toda la gente a nuestro alrededor y la música con el nivel elevado decibeles hace que nos hayamos desencontrado por unas horas.

Siempre te busco con la mirada a través de los espejos. Esta vez vos no, eres el anfitrión y me dejaste olvidada sobre el parquet resbaloso.

A veces lo que decimos no es pensado y sólo es expresado a manera de instinto de sobrevivencia. Estás por terminar la sesión y como quieres que todos estemos activos en tu desenlace te acercas cariñosamente hacia una que está desfalleciente a mi lado, instintivamente digo a viva voz: ¡entonces yo me caigo! (imaginando que vendrás a levantarme de modo tan caballeresco) me miras y haciendo el ademán de que podrías levantarme del piso con amor, sonríes y me haces pisar ese parquet resbaloso otra vez.

Hemos terminado, empiezan las fotos. A modo de ser amable les invito unos dulces para aliviar la garganta después de una faena intensa de gritos warriors. Me agradeces con tu sonrisa de siempre. Veo que todos sacan fotos y de repente apareces a mi lado, me abrazas, te siento tan cerca, con un calor tan grato a la sensación de mi piel que te imagino más cerca de lo habitual (quedé perpleja, no sabía qué hacer, me agarraste desprevenida) lo único que alcanzo a decirte es: mi cabello está despeinado, dejo mi mochila, agua, toalla y celular y correspondo a tu abrazo. Ambos miramos la cámara frontal y me agradeces por la foto. La agradecida soy yo Eduardo.

Decidimos que iremos a cenar, nos llevas a un lugar lindo. La mesa es larga y entramos todos. Deseo firmemente que vengas a mi lado.

Cuando decidimos qué cenaríamos veo la hora 9:10 p.m. estoy en plena ciudad de El Alto, ¡Dios! Debo irme enseguida.

Te veo a lo lejos, pero debo partir sin decirte adiós.

Quiero acosarte con poemas.

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