Un viaje…el viaje de los viajes…India, finales de octubre. Tantas cosas, ya sabidas, ya vistas en cientos de fotos, en la red, te puedes imaginar: Delhi, gigantesca, caótica y colonial; en Agra el Taj Mahal, reluciente y fabuloso, el orfanato de la madre Teresa; el palacio del Rajá de Udaipur, habitación de las Mil y una Noches; el tráfico imposible de Jaipur, los monos en la piscina del hotel por la noche; las incineraciones de los muertos en Benarés, y la visión alucinógena de otro cuerpo arrojado al Ganges, envuelto en una tela blanca y la explicación del guía, los muertos impuros no se incineran, esto es, enfermos de cáncer, embarazadas o niños pequeños; las fotos que quieren hacerse conmigo muchas mujeres indias en los sitios visitados, y más explicaciones del guía, son mujeres de aldeas que han venido de visita y nunca han visto una mujer occidental; paseo en elefante, comida muy picante aunque la pidas no spicy, da igual…Te lo imaginabas, no digas que no, todo esto el India, y mucho más, por supuesto…olores, sabores, colores…blablablá…te lo habían contado, los viajeros anteriores a ti, esos que te cuentan todo todo y te dan consejos prácticos, y te recomiendan looooos mejooooores sitiooooos, y te dicen lo que no te puedes perder…por supuesto, también te hablan de la pobreza, la suciedad, las vacas sueltas, la basura a los lados de todos los caminos, pero merece la pena, te dicen, es taaaaan exótico, los saris de las mujeres, los turbantes de los sij, los puntos rojos en la frente, la música de Bollywood en la televisión, porque claro, si va a India no te vas a ir a ver a los ejecutivos de Delhi, tan parecidos a los de cualquier city, tienes que ver la esencia e hincharte de hacer fotos a los niños de ojos grandes y descalzos que te persiguen para que les des una rupia o un chicle. Esto es India, ya lo veras.
Llega el final, vuelves a casa, a tu país, tu continente, tu mundo y cuando te das cuenta estás contando lo mismo que te contaron a ti, vaya…Pero empecé a soñar con mi viaje y en mis sueños no aparecía el Taj Mahal, ni, los monos, ni los palacios, ni los niños, ni las mujeres con su saris, ni los muertos de Benarés. Sólo un sitio aparecía en ellos, Jojawar, el pequeño pueblo en el que solo pasé una noche, en tránsito hacia otro lugar más importante. Jojawar, sin turistas, con un solo hotel propiedad del Rao, una especie de Rajá de menor categoría, una gran familia a juzgar por las fotos de tiempos mejores que se había adaptado a los tiempos y había convertido su pequeño palacio en un hotel. Si lujo, ni orientar ni occidental. Todo lo que tenía el Rao era su hotel, un par de coches antiguos y dos hijos, recepcionistas del hotel, bellos como príncipes de cuento.
Pobre es aquél al que se le puede quitar todo, rico al que no se le puede quitar nada. Cuando tienes en tu vida cosas que se bastan a sí mismas, eso que no haces porque nadie te lo pida y sin más fin que el del ser bueno para ti, entonces eres rico. Jojawar era rica por eso, se bastaba a sí misma. Cruce de caminos, pueblo de paso, había superado los tópicos del país en el que se aposentaba. No aspiraba a competir con nada, no luchaba por atraer el dinero occidental. Tengo que decirlo bien alto SE ESTABA BIEN ALLI. Nada más. Después de días sin saber bien donde mirar, sin saber qué te hacía sentir cada cosa que mirabas, después de querer exprimir el tiempo al máximo, tal y como te dijeron que hicieses, de ponerte Relex,a todas horas, de descalzarte en los templos, de hacer cientos de fotos, de mostrar tu cara de turista-concienciado-trotamundos, llegué a ese pueblo y sencillamente estaba bien. No era otro mundo, era el mundo, no había nada especial y era como si lo tuviera todo. Cuando descubras qué cosas hay en tu vida que se bastan a sí mismas y qué es lo bueno para ti, encontrarás tu Jojawar y sabrás a qué me refiero.
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