Me sentí sola, me sentí incomprendida, sentí como cada una de sus palabras desgarraba toda confesión hablada o escrita. Sentí miedo, sentí furia, sentí como la rabia y el rencor se apoderaba de mi mente, de mi corazón. No había nada que hacer. Estaba endiablada, estaba perdida en un mar de tormento.

En cambio mis labios solo rezumaban una sonrisa quisquillosa. La expresión de mi cara era firme, tranquila, casi parecia no inmutarse. Mostraba indiferencia, pero ¿y mis ojos? ¿qué pasaba en mis ojos? Eran puro fuego, pura dinamita a punto de explotar en ríos de lava fríos. Por dentro estaba en plena ebullición volcánica de sentimientos.

No podía dejar que vieran mi miedo, mi debilidad, lo fácil que era volverme frágil a la destrucción con una sola palabra. Ellos tenían poder sobre mi, me tenían amarrada a sus mismas cadenas.

Tengo la llave, pero no puedo, no quiero usarla, porque les quiero y eso es más fuerte que mi orgullo. Estoy atrapada en mi jaula de frustración e indecisión.

Soy una balanza de dudas, cada cual con más peso.

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