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Dante

03/12/2025


“Trece días” es una obra del escritor peruano José Agustín Machuca Urbina que retrata, con una profunda carga emocional y ética, los horrores y dilemas humanos vividos durante los años de violencia política en el Perú. A través de una narración íntima y reflexiva, el autor muestra cómo el sufrimiento, el miedo y la culpa se entrelazan en medio de la represión y la injusticia. De esta manera, el presente análisis sostiene que la obra no solo expone el dolor de una época marcada por la violencia, sino que, también invita a reflexionar sobre la resistencia moral y la condición humana frente a la opresión. La obra denuncia la violencia y la represión política, destacando la resistencia y la dignidad de las víctimas, y busca mantener viva la memoria para evitar que la historia se repita. En efecto, el libro narra los trece días de encierro y tortura de un joven, durante la violencia política en el Perú. Asimismo, denuncia los abusos de un sistema represivo y cómo la tortura destruye tanto el cuerpo como la conciencia. A pesar del horror, el relato se convierte en un testimonio de la fortaleza moral, la dignidad y la capacidad de resistir, invitando a una reflexión sobre la memoria, la culpa y la esperanza. Esta investigación busca hacer reflexionar a los lectores sobre cómo la violencia y la represión política impactan de manera significativa en la vida de las personas.

En primer lugar, uno de los temas presentes en el libro es la tortura y el silencio como formas de resistencia frente al poder opresor. Esto se da cuando el protagonista soporta el dolor físico y decide callar para no traicionar sus ideales ni a los demás.
Para ejemplificar hemos considerado el siguiente fragmento:

Me ataron las manos a la espalda y me colgaron como un fardo; los hombros crujían mientras escuchaba las preguntas que no pensaba responder. El aire era espeso, los gritos se confundían con los pasos de los guardias. Sentía que el silencio valía más que cualquier palabra, aunque el cuerpo ya no pudiera resistir. (Machuca, 2009, p. 37)

Este fragmento revela con crudeza cómo la tortura se convirtió en un mecanismo de control político durante los años de violencia interna en el Perú. Más allá del dolor físico, muestra la dimensión psicológica del castigo, pues busca despojar al detenido de su dignidad y voluntad. En ese sentido, la narración expone la deshumanización de un sistema que usa el miedo como instrumento de poder, evidenciando el quiebre entre la autoridad y lo moral. Asimismo, la imagen corporal, los hombros que crujen y la atadura, Funciona como metáfora de una sociedad que se tensa y se fractura bajo la presión de la violencia institucional. Esta representación se convierte en una denuncia contundente contra las violaciones de derechos humanos y, al mismo tiempo, en una defensa de la memoria histórica. El autor, al evitar el sensacionalismo, humaniza el sufrimiento y promueve la empatía, lo que invita a una reflexión crítica sobre las estructuras de poder y los límites del Estado frente a la represión. Así, surgen cuestionamientos inevitables: ¿hasta qué punto puede el Estado justificar la tortura en nombre de la seguridad?, ¿Qué huellas psicológicas permanecen en quienes sobreviven a tales abusos?, ¿y qué responsabilidad tiene la sociedad en garantizar la verdad, la justicia y la reparación para las víctimas? De este modo, el pasaje no solo expone el horror de la violencia institucional, sino que también nos confronta con la necesidad de preservar la memoria como una forma de resistencia ética. Recordar y reconocer el dolor ajeno se vuelve un acto de justicia moral, un recordatorio de que ninguna forma de poder puede sostenerse sobre la negación de la dignidad humana. Por otro lado, otro aspecto importante en el libro es el dolor como medio de dominación y pérdida de identidad. Esto se evidencia cuando el protagonista es torturado con descargas eléctricas que buscan doblegar su voluntad y anular su humanidad. Así pues:

La electricidad recorría mi cuerpo mientras me obligaban a responder. Cerraba los ojos y esperaba que el dolor pasara. Cada convulsión era también una pérdida de memoria momentánea; las preguntas y los nombres se mezclaban hasta que la identidad parecía desvanecerse. (Machuca, 2009, p. 42)

El pasaje retrata con crudeza el modo en que la tortura pretende quebrar la voluntad del individuo y reducirlo a un estado absoluto de indefensión. La referencia a la “electricidad” resalta las técnicas específicas empleadas para causar daño físico y trauma neuronal, mientras que el “cierre de ojos” y la “espera pasiva del fin del dolor” reflejan estrategias internas de supervivencia, como el aislamiento sensorial y la disociación, que permiten soportar lo insoportable. Desde esta perspectiva, el texto puede interpretarse también como una crítica a la instrumentalización del cuerpo, convertido en un simple medio para la extracción de información. Esta representación constituye una denuncia directa contra la brutalidad del método y su efecto deshumanizante. Además, evidencia el valor negativo de la despersonalización del sujeto, pero también rescata la experiencia íntima de la víctima, aspecto esencial para comprender el impacto humano de las políticas de represión. Desde el punto de vista literario, el uso de imágenes sensoriales intensas posibilita que el lector se conecte empáticamente con el protagonista y perciba la magnitud del sufrimiento vivido.

Ante ello, surgen interrogantes inevitables: ¿es posible que quienes ejercieron estas prácticas reconozcan alguna vez sus crímenes?, ¿Qué medidas preventivas y educativas se requieren para evitar la normalización de la tortura en contextos de conflicto?, y ¿Cómo deben documentarse estos testimonios para que contribuyan de manera efectiva a los procesos de justicia transicional? De esta forma, este pasaje
no solo evidencia la crueldad y el daño psicológico que deja la tortura, sino que también invita a una reflexión más profunda sobre la memoria, la verdad y la responsabilidad colectiva. Recordar estas experiencias no es un acto de dolor, sino una forma de resistencia ética que busca garantizar que tales atrocidades no vuelvan a repetirse.

Del mismo modo, el fragmento revela cómo la pérdida de identidad se profundiza a través del dolor y la humillación. Esto se muestra cuando el protagonista es sometido a torturas que buscan quebrar su voluntad y despojarlo de su humanidad:

A pesar de que los gomazos le caían a discreción, sin piedad, en la espalda, los brazos y las piernas, mi compañero no soltaba un grito. Su mente, en cambio, repetía como un mantra: ‘resiste, resiste, resiste… de mí no sacarán nada, absolutamente nada.’ El dolor era un mar que le arrancaba pedazos de piel y de alma, pero la convicción de no fallar a la causa lo mantenía erguido, temblando, chorreándose al piso, pero firme en su silencio. (Machuca, 2009, p. 75)

A pesar de que los gomazos le caían a discreción, sin piedad, en la espalda, los brazos y las piernas, mi compañero no soltaba un grito. Por el contrario, su mente repetía como un mantra: “resiste, resiste, resiste… de mí no sacarán nada, absolutamente nada”. Aunque el dolor era un mar que le arrancaba pedazos de piel y de alma, su convicción de no fallar a la causa lo mantenía erguido, temblando, chorreándose al piso, pero firme en su silencio. Por lo tanto, el texto no solo describe la tortura física brutal, sino que además profundiza en la batalla interna que se libra entre la resistencia mental y el sufrimiento corporal. De esta manera, la resistencia se eleva a un imperativo ético y político (no debo fallar), convirtiendo el dolor en una prueba de la fortaleza ideológica del detenido.

Asimismo, se presenta un valor positivo fundamental: se exalta el heroísmo estoico y la disciplina revolucionaria de los militantes, pues incluso en el escenario extremo de la anulación física, la dignidad y la lealtad se mantienen gracias a la pura fuerza de voluntad, que funciona como el último bastión de humanidad. De igual manera, el pasaje abre una reflexión más profunda sobre el significado colectivo del dolor individual, ya que cuestiona no solo el acto de resistir, sino también las implicancias que dicha resistencia tiene para el movimiento al que pertenece.

A partir de ello, el fragmento conduce inevitablemente a interrogantes esenciales que se desprenden de la situación descrita: ¿Qué implicaciones tiene para el movimiento la caída de un compañero, y cómo se relaciona el silencio individual con la supervivencia colectiva? Desde la perspectiva del torturador, ¿Cuál es el objetivo real: el castigo físico o la destrucción de la moral y la ideología del detenido? Si el cuerpo cede por la tortura, ¿puede el ideal político sobrevivir íntegro a la humillación del tormento? El fragmento revela la fragilidad humana ante la tortura, mostrando cómo incluso quienes parecen fuertes pueden quebrarse cuando el sufrimiento se vuelve insoportable. La delación del compañero no aparece como un acto de maldad, sino como el resultado inevitable de un cuerpo y una mente agotados, lo que despierta en el narrador una empatía que reconoce el conflicto entre lealtad y supervivencia.

Vi a un compañero, un hombre fuerte que había enfrentado la muerte, romperse. Entre sollozos y lágrimas que le quemaban el rostro, pidió perdón a la causa antes de dar nombres. No pude juzgar su flaqueza, pues la imagen de mi propio quiebre se me apareció en la mente. En ese calabozo, solo atiné a pensar: ‘¿qué haría yo en su lugar después de días de electricidad y golpes?’ En ese momento, la lealtad se puso en la balanza contra el instinto más primario de la supervivencia. (Machuca, 2009, p. 112)

“Vi a un compañero, un hombre fuerte que había enfrentado la muerte, romperse. Entre sollozos y lágrimas que le quemaban el rostro, pidió perdón a la causa antes de dar nombres. No pude juzgar su flaqueza, pues la imagen de mi propio quiebre se me apareció en la mente. En ese calabozo, solo atiné a pensar: ¿Qué haría yo en su lugar después de días de electricidad y golpes? En ese momento, la lealtad se puso en la balanza contra el instinto más primario de la supervivencia. El fragmento captura la universalidad de la fragilidad humana bajo la coacción extrema. De hecho, refleja que el quiebre del código de lealtad no surge como un acto de maldad, sino como un resultado inevitable de la tortura que anula la voluntad. Por ello, la reacción del narrador es una empatía trágica, pues reconoce el dilema desgarrador entre sobrevivir o mantener la ética. Asimismo, se presenta un valor positivo crucial: el narrador demuestra una comprensión profunda de la complejidad humana, una comprensión que supera la rigidez de los juicios políticos. De este modo, se valora la piedad y la capacidad de reconocer que la tortura opera como una fuerza capaz de despojar al individuo de su libertad moral. la culpa, la delación y el perdón dejan de ser absolutos para convertirse en parte de un drama humano donde la brutalidad del tormento redefine los límites de lo que puede exigirse a alguien.

Finalmente, el fragmento conduce a interrogantes que emergen de esta tensión entre humanidad, ideología y violencia: ¿Es éticamente válido pedir un «perdón» cuando la delación ha sido impuesta por la tortura, o la traición es absoluta independientemente de las circunstancias? ¿De qué manera el régimen de terror busca intencionalmente no solo obtener información, sino también destruir los lazos de confianza entre los militantes? Si el objetivo de la lucha es un ideal superior, ¿hasta qué punto se justifica el juicio moral al compañero que, por debilidad humana, traiciona ese ideal?

En conclusión, Trece días de José Agustín Machuca Urbina es una obra que combina el realismo histórico con una profunda reflexión sobre la moral y la condición humana. A través de una narración cargada de emoción, el autor muestra los efectos de la violencia y el sufrimiento, pero también la fuerza interior que permite mantener la esperanza y la dignidad. A partir de ello, esta obra invita al lector a pensar en los dilemas éticos que surgen en tiempos de injusticia y en la importancia del perdón y la empatía como caminos hacia la reconciliación. Sin duda, es un relato que deja una huella profunda por su mensaje humano y su mirada sincera sobre la realidad del Perú.

Referencias:

Machuca Urbina, J. A. (2009). Trece días. Editorial San Marcos.

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