¿CÓMO ENFOCARSE EN LA PRIMERA PRIORIDAD?

Por Aquiles Julián

Si entendemos que los poderes fácticos, las fuerzas económicas y políticas que controlan nuestra sociedad, actúan de forma continua a través de los medios de comunicación y la presión social para mantenernos distraídos, desenfocados, con la mente ocupada en temas ajenos a nosotros, alimentando nuestro círculo de preocupación (aquel sobre el cual no ejercemos ningún tipo de influencia directa o indirecta), y que todo esto busca mantenernos en una actitud pasiva, resignada, fomentando la impotencia aprendida, la indefensión, el sentirnos a expensas del «destino», juguetes de fuerzas sobre las que no tenemos control alguno (lo que también fomenta la superstición y esa creencia en «la suerte» o la «mala suerte», y nos lleva a vivir irresponsablemente, creyendo en que «La yerba que está para un burro…» y otras creencias fatalistas y destinistas), entonces estamos en posibilidad de crear conciencia, asumir el control de nuestra vida y nuestro destino, actuar con responsabilidad y creerle a Dios que nos dio libre albedrío y nos llamó a ser buenos mayordomos de los talentos que él nos dio.

¿Y cuál fue el mayor y principal don que Dios nos dió? ¡La vida! Y fundamental para la vida es la buena salud.

Con el permiso tuyo voy a hablar desde mi perspectiva como cristiano: ni mi vida ni mi salud ni mi cuerpo me pertenecen: son regalos de Dios. Y esos regalos o dones: mi vida, mi salud, mi cuerpo, me fueron dados en mayordomía, para que yo los cuidara y multiplicara, como en la Parábola de los Talentos Jesús lo explicó.

¿Se puede multiplicar la vida, la salud y el cuerpo? Claro que sí.

Si cuidamos nuestra salud, nuestra vida y nuestro cuerpo eso extiende nuestros días en la tierra y la calidad de esos días. Si por el contrario no los cuidamos, valoramos, respetamos y protegemos podemos ver reducidos nuestro tiempo de vida por enfermedades y accidentes, mutilado nuestro cuerpo por enfermedades y accidentes, y arruinada nuestra salud y terminar disminuidos, postrados en una cama, incapaces de ser productivos, de aportar e incluso de cuidarse a uno mismo en lo más elemental, volviéndonos una carga para los demás.

Todos hemos conocidos esos lamentables casos.

Todos hemos visto y seguimos viendo las infaustas consecuencias de no asumir la responsabilidad sobre nuestra vida, nuestra salud y nuestro cuerpo.

La inconsciencia y la irresponsabilidad que prima en nuestra sociedad conduce a que muchos achaquen a “la mala suerte” las consecuencias previsibles de sus descuidos, ignorancia y abusos.

Si nos preguntan, decimos que no queremos morir pero hacemos todo lo posible por acelerar el proceso con una conducta irresponsable, plagada de malos hábitos, autodestructiva.

Decimos no querer enfermarnos pero a la vez todas nuestras acciones incentivan patologías severas.

Decimos que creemos en Dios pero no respetamos ni su obra ni sus dones sobre los que nos dio mayordomía para cuidarlos, protegerlos y multiplicarlos.

Y entonces cobra sentido aquello de que “Se le dará más al que tiene más, y al que tiene menos hasta lo poco que tiene se le quitará”. Y esas son palabras de Jesús.

¿Por qué suceden todas esas cosas? Porque hay personas que lucran de nuestra ignorancia, de nuestra inconsciencia, de nuestra irresponsabilidad; que nos inducen malos hábitos porque lucran de ello; que fomentan todo tipo de conductas dañinas porque eso las enriquece.

Malo por ellos, sin dudas. Pero peor por nosotros que nos dejamos engatusar y nos hacemos daño para que ellos se enriquezcan.

Nuestro cuerpo, nuestra salud, nuestra vida son agredidos, maltratados, abusados, intoxicados y descuidados, llenados de basura, tatuados y perforados, irrespetados y violentados, sometidos a esfuerzos y riesgos innecesarios, porque corremos tras imágenes creadas por Photoshop que nos establecen paradigmas de lo que debemos ser y cómo nos debemos ver.

Sólo que detrás de esas imágenes hay intereses y se mueve el afán de lucro. El amor al dinero, que como bien dijo Jesús es la fuente de todos los males.

Es tiempo, entonces, de recuperar la cordura y ante cualquier reclamo, inducción, promesa, modelo o sugerencia que recibamos de los medios de comunicación (que recordemos de quiénes son y a quiénes sirven), o de parientes, amigos, vecinos y conocidos que irresponsablemente repiten como cotorra lo que esos mismos medios que les tienen las mentes alienadas y los convierten en bocinas gratuitas, nos hagamos preguntas, que, como sabemos, son el indicador y el detonador de la inteligencia.

¿Es eso sano para mí?

¿Mejorar mi vida, mi salud y mi bienestar?

¿Es seguro?

¿Respeta mi cuerpo, mi salud y mi vida?

¿Es la mejor opción disponible?

¿Es algo que me permite honrar, como buen mayordomo, el regalo de mi vida, mi cuerpo y mi salud?

Si las respuestas no son SI descartémoslo instantáneamente.

Sigamos haciéndonos preguntas:

¿Quién se beneficia si hago esto, yo y mi familia u otra persona?

¿Quién gana dinero con que yo dañe mi salud y arruine mi vida?

¿En qué ese consumo o esa conducta me es útil y me beneficia?

Hay personas, familias, apellidos, que se enriquecen de que las personas se droguen, se emborrachen, fumen, jueguen su dinero, gasten lo que no tienen y se endeuden, coman comida basura, sin nutrientes y recargadas de todo tipo de aditivos y químicos, tengan hábitos de consumo perjudiciales, llenen sus hogares de productos con ingredientes tóxicos y agresivos, arriesguen sus vidas y se enfermen.

La salud no es negocio para la industria farmacéutica o las clínicas.

Hay quienes sacan beneficio de nuestras desgracias y necesitan nuestra desgracia para ellos ganar dinero.

Como la frase que se le atribuye al dueño de una funeraria: “Yo no quiero que nadie se muera, pero quiero que mi negocio prospere”.

Al entender que nuestra primera prioridad somos nosotros mismos: nuestra salud, nuestro bienestar, nuestro cuerpo, nuestra vida, creamos conciencia de que nos fueron dados en mayordomía, para cuidarlos, respetarlos, protegerlos, amarlos y dignificarlos, porque a través de ellos mostramos nuestro agradecimiento a quien nos lo concedió y que somos merecedores de esa confianza y ese regalo.

No podemos amar a otros si no nos amamos a nosotros mismos, porque ¿qué clase de amor es aquel que busca de forma objetiva provocarle a los seres amados el dolor de vernos postrados, enfermos, o nuestra falta por una muerte prematura y evitable?

Cuidar lo que comemos, lo que hacemos, nuestra forma de vivir, los productos que usamos, a qué nos exponemos, en qué ambiente estamos, con quién nos relacionamos, qué introducimos en nuestro cuerpo o nuestra mente, nuestra higiene física, pero también mental y emocional, y asumir la plena responsabilidad por nuestra salud, nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestro bienestar es un indicador de que recuperamos la cordura y dejamos de ser marionetas manipuladas latinamente por intereses bastarnos de lucran de nuestra imbecilidad.

Es exactamente eso: dejar de ser imbéciles que nos dejamos manipular para que otros enriquezcan a nuestra costa.

Es recuperar el buen juicio.

Es recuperar nuestra propia dignidad.

LAS CUATRO ÁREAS DE ENFOQUE DE LA PRIMERA PRIORIDAD

Por Aquiles Julián

Ya sabemos que la primera prioridad de cualquier persona es su salud e integridad física, mental, emocional y espiritual: cuidar, respetar y apreciar su cuerpo, sus órganos, su nivel de energía, la calidad de sus emociones, la forma de pensar, la actitud, su vida, lo que incluye no sólo la parte física, sino también la mental, la emocional y la espiritual.

La salud espiritual significa vivir de acuerdo a los principios y valores de la fe cristiana, modelar a Cristo, respetar su palabra y acogernos a sus guías y directrices que se resumen en dos principios claves: Amar a Dios sobre todas las cosas (ponerlo por prioridad) y a nuestros prójimos (servir a los demás) como a nosotros mismos. Por igual, cultivar en nosotros los frutos del Espíritu, la misericordia, el perdón, el amor, la templanza o dominio propio, la paciencia, la perseverancia, el servicio.

La salud mental tiene que ver con el desarrollo de nuestros talentos y capacidades, con cada día aprender, mejorar, dar lo mejor de nosotros y actuar a nuestro mayor potencial, pensando siempre que es para Dios que lo hacemos; pulir nuestras habilidades, perfeccionar nuestras destrezas, ser humildes y estar siempre en modo de aprendizaje, desarrollando las cualidades que son los frutos del espíritu. Y por igual ser cuidadoso de lo que permitimos que entre a nuestra mente tanto como lo somos de lo que permitimos que entre a nuestro cuerpo. Así como hay comida-basura hay información-basura y temas-basura que nos contaminan y dañan en nuestra actitud, ánimo y nos distraen y drenan.

Nuestra salud mental requiere desarrollar nuestro discernimiento, la capacidad de evaluar, discriminar, separar lo importante de lo no importante, enfocarnos y concentrarnos, fijarnos metas, desarrollar estámina emocional frente a los inevitables inconvenientes y tropiezos, y sostener nuestro entusiasmo y nuestra fe mientras cruzamos cualquier desierto de nos separe de nuestra tierra prometida.

Nuestra salud emocional pasa por una sana autoestima y un sano aprecio de los demás. Incluye desarrollar la aceptación, la tolerancia y el respeto. Entender que todo sucede por algo y siempre para uno lo que pasa, pasa para bien. No dejarnos arrebatar por la ira, nos dejar que un malentendido perturbe nuestra paz, ser íntegro, transparente y cultivar relaciones que aporten y contribuyan, evitando las que drenan y perjudican.

Tanto la mente, el espíritu y las emociones tienen repercusiones directas sobre nuestra calidad de vida, nuestros resultados, nuestra paz y sosiego, nuestro bienestar y nuestro futuro.

La falta de una salud espiritual, mental y emocional apropiadas llevan a catástrofes prevenibles que destruyen vidas, laceran, producen dolor y daño terribles, por actuaciones impulsivas, reacciones fuera de control, agresiones, lenguaje ofensivo, suposiciones, invenciones, etc.

La salud física va a tener que ver con nuestra nutrición, nuestra integridad, nuestra higiene, nuestro nivel de tonificación física, nuestra energía. No es sólo cuidar lo que ingerimos, también lo que inhalamos y aquello a lo que nos exponemos y podemos absorber por la piel.

Mientras más conciencia hagamos de que nuestro cuerpo reacciona a lo que entra en él sea por vía oral, al respirarlo o por absorción vía la piel, más cuidadoso seremos de a qué exponemos nuestro cuerpo y el de nuestra familia.

Por igual está el manejo cuidado de nuestra conducta: conducción a la defensiva, no exceder los límites de velocidad, cuidar los lugares que frecuentamos, con quién nos relacionamos, no exponernos descuidadamente a atracos ni participar de rencillas y controversias que puedan derivar en agresiones.

Nuestro cuerpo, nuestra mente, nuestro cerebro emocional y nuestro espíritu son prestados, nos fueron dados en mayordomía y se nos preguntará qué hicimos con ellos: los honramos, cuidamos, protegimos y desarrollamos o nos abandonamos, los descuidamos, los dañamos o permitimos que fueran dañados por nuestra indolencia, nuestra inconciencia o nuestra apatía.

Tenemos la responsabilidad de ser buenos mayordomos de aquello que nos fue concedido, pues “Se le dará más al que tiene más, y al que tiene menos hasta lo que tiene se le quitará”.

EL ENFOQUE EN LA SEGUNDA PRIORIDAD: SER PRODUCTIVOS

Por Aquiles Julián

Si la salud, tanto física como espiritual, mental como emocional, es nuestra primera prioridad, la segunda prioridad siempre será el ser capaz de ser autosuficientes, de producir nuestros medios de vida. La prioridad económica o financiera, como usted prefiera llamarla.

En tanto personas vivas generamos un consumo y ese consumo hay que solventarlo, tiene que salir de algún lado.

Cuando somos niños o menores de edad suelen ser los padres los que cargan con el peso económico de nuestros gastos, de nuestro consumo.

La adultez nos lanza a tener que producir nuestros medios de vida. Y luego, cuando nos casamos, nos hacemos cargo de los gastos de nuestros hijos y de nuestro hogar.

Muchas personas rehúyen asumir la responsabilidad financiera de sus vidas. La mayoría delega esa responsabilidad en otros: sus empleadores. Entran en el mecanismo social de los empleos, se vuelven una tuerca o un tornillo sustituible de una maquinaria ajena en la que invierten años de vida y que puede, inesperadamente, lanzarnos al deshaucio, dejarnos sin empleo.

De alguna manera sustituyen a los padres proveedores por los jefes proveedores, rehusando asumir la responsabilidad sobre su vida financiera. Se adaptan y amoldan a un salario siempre insuficiente, a tareas impuestas, no elegidas; a horarios extenuantes que no toman en cuenta que el tiempo de trabajo debe incluir el que no figura como tal: el tiempo que va en prepararse para ir al empleo y transportarse al empleo; y el que va desde la salida formal del empleo hasta la llegada al hogar, pues esos tiempos son parte del tiempo total que una persona dedica a su empleo.

Ahora bien, el ser productivos no se limita a simplemente obtener los recursos para pagarnos una vivienda, comer, pagar las facturas y de vez en cuando darnos un gusto. El reto es mucho mayor de ahí.

Tenemos la responsabilidad con nosotros mismos y con nuestras familias de construir activos.

La dinámica social busca distraernos, embobarnos, mantenernos engañados y lelos, con la mente llena de todo tipo de temas extemporáneos y ajenos, mientras nos hace consumir hasta el último centavo de nuestros magros salarios y a la vez nos endeudan con sus tarjetas de crédito.

Somos pastos de la voracidad de tantos tiburones financieros que lucran de nosotros.

Y, peor aún, somos víctimas de nuestro propio embobamiento en no prever el futuro.

Vivimos la creencia en una juventud eterna, pasando por alto que cada año estamos un año más viejo y vamos hacia la vejez.

Creemos que la juventud es eterna.

Que siempre tendremos el mismo nivel de energía y salud.

Y el medio social nos aturde con el alcohol, las drogas, las fantasías del cine y la TV, las canciones lacrimógenas, los dramones sentimentaloides, el circo político, los torneos y campeonatos, las noticias y la chercha, para que nos entretengamos y no hagamos nada.

Vemos cómo las personas viven irresponsablemente, sin idea alguna del mañana, consumiendo hoy todo como si nunca hubiese que asumir las deudas y, en suma, cortejando el desastre.

Y ni siquiera los fracasos ajenos nos alertan y despiertan.

Cubrir más o menos las condiciones de vida no basta.

¿Estamos construyendo un activo, algo que produzca dinero sin depender de nosotros, para garantizar nuestra estabilidad financiera en el futuro al igual que la de nuestra familia?

Lo que vemos, lastimosamente, es cómo muchas personas y familias se dejan seducir por los reclamos publicitarios y la presión social para llevar un tren de gastos y un nivel de despilfarro que los endeuda y hunde cada vez más.

Nos “convencen” a través de los medios de comunicación y de sus presentadores, todos a sueldo de los dueños de esos medios que son los grandes capitalistas, de que “tenemos que darnos vida”.

Y ellos se enriquecen mientras tanto.

¿Cuál es el plan que tienen las personas para los próximos cinco años de su vida? Increíblemente ¡Ninguno!

Se conforman con una vida plaga de rutina y de desperdicio del tiempo, que es el mayor tesoro que cada quien tiene.

No queremos reaccionar, aprender y cambiar el rumbo.

Tenemos que apartarnos de ese desenfoque y esa vida desquiciada y sin propósito ni lógica y elegir tener éxito.

Y tener éxito, a nivel financiero, consiste en enfocarse y lograr construir activos.

No es ganar más dinero. Es construir un activo.

¿Y qué es un activo? Eso lo veremos en el siguiente post

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