La brisa golpea su cara acercándolo a recuerdos de otros tiempos, quizá no lejanos, quizá mas felices.
Mientras juega con unas monedas en su bolsillo, aprieta el paso y se evade del mundo.
Una tarde de abril, ni fría ni calurosa, se funde lentamente, meciendo sensaciones mágicas que llenan su alma.
Puede descolgar de su memoria el olor a mermelada de naranja cociéndose en el fogón de su madre; puede sentir la ansiedad en sus manos de ese niño que espera con ilusión el pan enmantecado y untado con aquella jalea pegajosa y dulce.
Percibir ese olor a clavo y canela que emerge de la olla humeante hace que una imperceptible sonrisa se le dibuje sin querer.
Cruza una calle tras otra, abstraído, como metido en su propio frasco de aromáticos recuerdos.
El sol comienza a volverse tímido y la brisa, mas caliente que fría. Entonces le parece oír a su madre pronosticando tormenta.
Corriendo por la casa y alertando a todos: ¡ juntar la ropa! ¡Recontar a los niños y a los perros y a los gatos! Cerrar las ventanas y guarecerlo todo como si la lluvia fuese un desastre desatado por los demonios en lugar de un regalo de la Naturaleza.
Su madre ya está lenta y no cuenta tantas historias. Quien sabe se le habrán perdido en esa mente loca que ella afirma tener.
Pero canta igual que siempre mientras cuelga la ropa al sol del mediodía.
Suele cantar tango como si eso la ayudara a reconciliarse con la vida, como si la letra, no muy exacta, la elevara a otro lugar del planeta.
-¡Cantar no se me da bien!
Dice siempre que entra con las mejillas rojas por el atrevido calor.
-Pero igual ¿quién va a cuestionar a esta vieja?
Y su asimétrica sonrisa se dibuja, aseverando las arrugas de sus ojos, acelerando el corazón de quien la ve.
La noche comienza a comerse al día como un roedor lento pero constante. Las sombras se van haciendo largas y las luces empiezan a asomar.
Su madre es su talismán. Es ese halo de paz y buena fortuna que cuando nos ronda nos sentimos agradecidos.
Pasó la vida como un soplo rápido por su cuerpo.
Se volvió pequeña y frágil pero poderosa de alma como si el Cielo y la Tierra hubieran hecho una alianza para darle ese poder.
Ella es viuda. Pero no viuda por la muerte de su marido, ella nació viuda de la buena suerte.
Siempre sorteando el camino, siempre luchando sin perder el pulso.
-Aquí, tirando.-Dice – ¡Porque la sonrisa no hay que perderla!
Él la admira. Quiere tener un poco de esa pócima mágica de su madre.
Ella se levanta cada mañana con la energía de un huracán y cose botones y remendones, riega las plantas, barre el patio, regaña a los perros, cuelga las sábanas mientras canta, abre las ventanas y se sienta a observarlo todo.
Dice que observando se aprende. Sabe cuando son las doce porque el sol está en lo alto. También sabe si lloverá porque las hormigas corren y si cambiará el tiempo porque canta el «churrinche».
Es una sabia de la vida.
Al llegar, él abre la puerta, la mira mientras sube la escalera y aún no entiende cuál es el secreto que guarda esa mujer. El secreto que hace que lo agradezca todo, hasta las bravas tormentas que tanto la alteran.
La busca y la abraza. Agradece tenerla porque él también salió agradecido, y ella sonríe, con esa sonrisa asimétrica y le dice:
-Hice mermelada de naranja con clavo y canela ¿te pongo en un pancito?
OPINIONES Y COMENTARIOS