Prólogo

Llevábamos cuatro años y algunos pocos meses juntos, pero

yo no la amaba y ella lo sabía. Si sobrevivimos tanto tiempo fue

porque en su ser encontré a una compañera fiel. Su nombre era

Miranda; sus ojos pardos brillantes; su sonrisa cautivadora; su

pelo castaño claro, tan lacio y suave como la seda; su

inteligencia era sorprendente; su sentido del humor, atrayente;

su figura delgada, aunque curvada a la perfección; su estatura

rondaba el metro ochenta, siendo algunos centímetros más alta

que yo; su piel era mi mejor almohada. Ella era lo que cualquier

chico que tuviese al menos un dedo de frente, buscaría para

establecer una relación seria. Era hermosa tanto interna como

externamente. La honestidad era su lema; la responsabilidad, su

emblema; era solidaria, muy sociable, era simpáticamente seria

y seriamente simpática, era tierna, era amable, era infinitamente

querible, increíblemente adorable. Era sencilla y humilde; era

razonable, aunque a la vez pasional; era soñadora y luchadora;

lo tenía todo, era luz resplandeciente en una noche aterradora.

Digamos que ella era la chica ideal para la media de la

sociedad.

Fui terriblemente afortunado de tenerla a mi lado, y

terriblemente estúpido como para dejar que se enamore de mí,

sin detenerla antes. Yo no la amaba y ella lo sabía, pero no hice

nada más que dejarme llevar por los impulsos y, para cuando

me di cuenta, su corazón ya había perdido el contacto con su

razón; ya no podía, simplemente, dejar de quererme.

CAPÍTULO I: Terminar para volver a empezar

Yo la tenía que dejar si quería ser feliz; debía abandonarla

cobardemente y huir. Ella era perfecta, jamás tuve nada que

reprocharle, pero, en esencia, no era la mujer con la que yo

quería pasar el resto de mi vida. No soy exquisito, no estoy

diciendo que ella no era lo suficiente para mí; ocurrió,

simplemente, que nunca dejé de sentir que ella no era la ideal. A

su lado, yo era un basurero descuidado y descontrolado; a su

lado, yo básicamente no era más que un ente agraciado.

Cualquiera que nos haya visto juntos, seguramente se preguntó

por qué un ser tan sutil y delicado como ella, estaba con una

abominación tan despareja como yo. Miranda fue más de lo que

esperaba y merecía, pero por más esfuerzos que hice, por más

engaños que quise hacerme, nunca contemplé siquiera la

posibilidad potencial de sentir amor por ella.

Esa tarde, lo recuerdo bien, el catorce de Julio de dos mil trece,

fui a trabajar a la compañía “Oportunidad Eterna”, empresa

prestamista del padre de mi estimada Miranda. Trabajaba en la

empresa desde hacía tres años y había conseguido –un poco por

mis habilidades y otro poco por mi condición de yerno– un

buen puesto al cabo de poco tiempo. Miranda apareció por mi

oficina cerca de las 17 hhoras con un vestido rojo elegante, de

esos que estaba acostumbrada a usar; era extraño que ella me

visitara en el trabajo, generalmente me esperaba en la recepción

cada día para volver juntos a su casa.

Entonces, comenzó nuestra conversación:

–Miranda, ¿qué hacés por acá?

– ¡Buenas tardes, amor! Vine a verte.

– Qué grata sorpresa, pero… estoy trabajando.

–Si, lo sé. Te espero en recepción, como siempre.

–Mejor esperame en casa, hoy tengo que hacer unos trámites

cuando salga de acá.

–Bueno, amor, te espero con una sorpresa entonces.

¡No podía ella ser tan buena persona! ¡Tan adorable! Yo me

estaba volviendo loco por lo que estaba a punto de hacer.

Al terminar el trabajo, me fui caminando hasta la casa de

Miranda, reflexionando si era el momento oportuno. Estaba

seguro de que quería irme antes de que sea tarde, pero como

siempre suele pasar, uno siente más temor cuanto más cerca

está del cambio. Al llegar, ella me recibió con la mejor de sus

sonrisas y con una exclamación de “¡Sorpresa!” me señala una

torta bombón que había cocinado para mí, ¡torta bombón!, una

de mis debilidades con mayor poderío sobre mis sentimientos.

Eso me puso aún más dubitativo, pero era el momento de

enfrentarme a mí mismo, tenía que superar esta prueba para ir

luego en busca de mi propia felicidad. Entonces tomé su mano y

le pregunté qué era lo que me había visto, qué era lo que le

llamaba tanto la atención de mí. Ruborizándose un poco, me

respondió de inmediato:

“¿Qué es lo que te vi? Tenés los labios más persuasivos y la

lengua más ágil que he conocido; tus brazos son mi abrigo más

seguro; tus masajes, mis momentos más placenteros; tus

comidas son las mejores que he probado, por lejos, en toda mi

vida; la manera en que mirás me enamora cada día. Con vos he

tenido las conversaciones más interesantes y los momentos más

bellos; con vos he aprendido a ser mejor persona. Me siento

cómoda a tu lado, me siento feliz a tu lado, me siento plena a tu

lado, me siento afortunada de estar contigo. Me encanta todo de

vos porque te amo; y te amo, porque me siento conectada a tu

sonrisa, a tu mirada, a tu mente, a tu corazón y a tu alma. Me

despierto y me acuesto pensándote porque sos todo lo que

quiero y no quiero que sea de otra manera. Y tengo claro que no

me amás, pero…”.

No pude escuchar más, tuve que hacer que se callara. Mis ojos

lagrimosos no soportaban esa tortura, mi corazón agonizaba un

poco más con cada palabra. Tuve que hacer que se callara,

porque me estaba arruinando el corazón.

Tomé coraje y entre sus líneas le dije con un tono de voz

quebrado, representante fiel de mi falta de agallas: “Lo siento,

Miranda, ya no podemos seguir. Mañana voy a borrarme de tu

vida.” Y así, sin decir más, con tan poca hombría, me di la

vuelta y me fui de la casa, haciendo caso omiso a su llanto,

tratando de no ceder ante el pedido de retorno de su voz

apabullada y su alma arrasada.

Ahora que me pongo a analizar todos estos hechos con detenimiento,

está claro que los problemas que me abordaron poco después eran un

pago indiscriminado de mi propio Karma, y que fueron leves, de

acuerdo a los castigos que me merecía por mi estúpida reacción. En

aquel momento no valoré el dolor que le estaba causando, la pena que le

estaba dejando, la angustia que le estaba pagando, después de tanto

amor que me había brindado.

Para que vayan entendiendo de a poco todo este embrollo, me siento

obligado a aclarar que no soy tan frío como siempre lo fui con

Miranda; no soy tan fuerte, como para olvidarla en un segundo; no soy

tan soberbio como acabo de mostrarme en este pequeño relato.

Simplemente tomé distancia de ella estando a su lado, para que la

costumbre no se quedara con mi felicidad y tampoco con la de ella. Mi

frialdad no era más que una defensa que protegía las partes más

inestables y frágiles de mí. Tuve que reaccionar de esa manera brusca,

porque de cualquier otra manera me hubiese fragmentado ante sus

ojos, y eso nos hubiese causado a ambos un dolor mucho mayor. Mi

soberbia fue la forma patética que encontré para intentar que ella me

odiara, aunque sea de a momentos, por lo menos en cierta parte y, de

esta manera, hacerle más fácil la continuidad de su camino.

Miranda se quedó con el comienzo de mi relato, pero vayan sabiendo

que nada tiene que ver con la protagonista principal de esta historia.

Les recuerdo que ella, lejos estaba de ser la que yo esperaba, lo que yo

quería, lo que necesitaba. Solo quería tomarme la molestia y el

atrevimiento de homenajearla como el ángel que es. Además, tengo la

creencia de que somos el resultado de la suma de hechos y recuerdos, y

Miranda, fue el cierre del ciclo anterior al que ahora estoy transitando.

Antes de ella, los hechos en mi vida carecen de significado.

Ahora sí, supongo que estoy listo, para comenzar a expresar la

verdadera trama de esta magnífica aventura.

CAPÍTULO II: La artista

No sabía hacia dónde, pero lo seguro era que había

comenzado un nuevo viaje, por un nuevo camino, en un nuevo

ciclo de mi vida. Tomé las pocas cosas de valor que tenía y las

guardé cuidadosamente en mi mochila de viaje; deposité mis

ahorros en una cuenta corriente, en el banco francés de Saint

Pain; me despedí con un abrazo fuerte de mis padres y de mi

tan apreciada hermana Luisa y, simulando que iba a tomarme

unas pequeñas vacaciones, dejé que mis pasos inercialmente

comenzaran a marcar mi nuevo sendero.

Supongo que podría darles más detalles de mi familia, pero, por el

momento, no me parece importante, ni mucho menos interesante.

Caminé entonces, comenzando la noche, vagando primero por

las calles arenosas de Monte Deseado (que es el pueblo en

donde vivía), luego, tomé la ruta 111 en busca de algún

solidario aventón hacia cualquier lugar lejos de allí. Dos horas y

algunos cuantos minutos, pasados los veinte tal vez, estuve

caminando hasta que un auto rojo se detuvo delante de mí,

desplazándose hacia la banquina. Me acerqué eufórico, casi

corriendo, y me asomé por la ventanilla del acompañante de

adelante, que por cierto, estaba abierta. El auto estaba ocupado

por una sola persona, una mujer de cabello enrulado rojo, ojos

verdosos y labios sensuales. Antes de que pueda decir nada,

una voz enternecedora me dijo:

–– ¿Qué estás esperando? Subí que te llevo.

Sin titubear, abrí la puerta velozmente y me ubiqué en el asiento, a su lado.

––¿Hacia dónde vas? –me dijo.

Pero yo no pude responder enseguida, aunque la estaba

escuchando, no había palabra que se articulara desde mis

cuerdas vocales en ese momento. Había quedado fascinado con

la sutileza extrema de tanta hermosura; tanto, que no podía

apartar mi mirada de sus ojos de jade.

––¿Qué sucede? –me preguntó, soltando una sonrisa nerviosa.

En ese momento, junté todas las migajas de concentración que

me quedaban para volver en mí y no quedar como un psicópata

ante ella. Entonces respondí, y comenzamos así una fluida

conversación.

– ¡No, nada, nada!

– ¿Te encontrás bien?

– ¡Sí, sí, a la perfección! Me sorprendí un poco nada más.

– ¿Te sorprendiste? ¿Puedo saber el motivo? –Preguntó soltando

la risa más tierna que había contemplado en mi vida.

–No entiendo por qué frenaste para llevarme.

–Tal vez porque estabas buscando que alguien frene y te lleve.

Aunque todavía no sé hasta dónde vas.

–Me refiero a que, una chica tan linda como vos, viajando sola,

frena a buscar un desconocido en la ruta para darle un

aventón…

– ¿Eso tiene algo de malo?

– ¡No, no, nada de malo! Pero… ¿no pensaste que tal vez yo

podría ser un loco, un violador, un psicópata, o algo similar?

Ella sonrió y dijo irónicamente:

–– Por un momento lo pensé, pero ahora veo que estoy a salvo.

Yo comencé a reírme, pero no por su respuesta inteligente, sino

por la estupidez de mi propia pregunta.

–Perdón, es que, aun así, me siento tan sorprendido como

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agradecido de que me estés ayudando.

–Es un placer, señor; por cierto, ¿me va a decir su nombre o

prefiere que lo llame señor X?

–Señor X me gusta, tiene elegancia. Pero me gustaría conocer el

suyo.

–Bueno, en ese caso, ¡es un placer, señor X! Soy Angélica, pero

puede usted llamarme como quiera.

–Demasiado hermoso su nombre como para andar

sustituyéndolo.

–No comience a coquetearme si quiere viajar conmigo.

Estaba sorprendido ante la imperante personalidad que tenía

esa joven, se me hacía difícil creerlo. Respondí a su comentario

con una risa vergonzosa.

–Debajo de tu asiento hay un termo con agua caliente y en el

asiento de atrás hay mate, yerba y azúcar.

Sin decir nada, tomé enseguida todos los elementos, los

preparé y comencé a cebar. Estaba bastante nervioso, Angélica

me había arrollado con todo su ímpetu; sinceramente, no sabía

de qué hablarle. De repente una idea pasó por mi cabeza, una

idea que estaba seguro que no iba a fallar en mi intento de

conocerla un poco más. Entonces dije:

–– Hace un tiempo inventé un test, ¿Quiere usted que se lo

haga, señorita?

Ella me miró con una sonrisa que de a poco se iba quedando

con los suspiros más profundos de mi ser, y asintió con la

cabeza.

––Comencemos, entonces. Las pautas son básicas; le hago una

serie de preguntas sencillas y, de acuerdo a sus respuestas, le

doy una devolución de como creo que es su personalidad.

Durante el transcurso del test, usted no tiene derecho a

preguntarme nada, salvo que el test así lo requiera. ¿Está de

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acuerdo, señorita?

–Sí, estimado, estoy de acuerdo. Suena interesante, comience.

–¡Está bien!

––Usted prefiere ¿día o noche?

–Noche.

– ¿Sol o luna?

–Luna.

– ¿Luz u oscuridad?

–Luz.

– ¿Blanco o negro?

–Blanco.

– ¿Cuál es su color favorito?

–Rojo, sin dudas.

– ¿Su comida favorita?

– La lasaña, no la cambio por nada.

– ¿Y su bebida predilecta?

–El agua, mi estimado; y la absenta mi bebida alcohólica

preferida.

–Ajam.

– ¿Mate, café o té? Aunque tengo la sensación de ya conocer la

respuesta. –Angélica comenzó a reírse.

–Está usted acertado en el presentimiento, el mate, sin dudas.

– Lo sospeché desde un principio.

–– ¿Dulce o salado?

–Salado, aunque amo el chocolate.

––Entonces, si le pregunto si prefiere rosas o chocolates,

supongo que su respuesta es obvia.

–Así es, mi estimado, me encantan las rosas, pero amo el

chocolate.

–– ¿Prefiere el calor o el frío?

–El equilibrio entre ambos, mi estimado compañero de coche.

–– ¿Cuál es su animal preferido?

–El puma, sin lugar a dudas.

– Ajam. ¿Cuál es su mayor sueño?

–Mmm, evolucionar y ser feliz.

–Interesante respuesta.–– ¿Cuál es su mayor miedo?

–Fracasar en mi sueño.

–– ¿Prefiere un beso de una persona especial o mil besos de

cualquiera?

–Estimado, no sé cuántas veces ha hecho este test, pero estoy

segura de que todo el mundo ha respondido “un beso de una

persona especial”, es lo que está en el subconsciente colectivo.

Así que yo voy a responder lo contrario. Hoy en día prefiero mil

besos de cualquiera, si es que cualquiera incluye diversidad.

No pude evitar sonreír ante tan inteligente respuesta, mucho

menos pude evitar mirarla con un toque de admiración.

Supongo que ella, era mucho más inteligente que yo.

–Bien, señorita, hemos concluido con las primeras preguntas del

test, ahora me toca darle una devolución.

–Escucho.

–Bueno, supongo que es una chica rebelde, con grandes deseos

de libertad. Tengo la sensación de que, a pesar de que tiene

mucha fortaleza, intenta demostrar que nada puede afectarla y

en el fondo sabe bien que eso no es posible. Supongo que parte

de lo que hoy es, o aquello que busca ser, se debe a que en un

pasado, no creo que muy lejano, haya sufrido demasiado por un

hecho o una persona y, aunque ambas son igual de probables,

me inclino mucho más por la segunda opción. Me parece que se

está poniendo a prueba a sí misma, demostrándose que puede

ganarle a sus propios miedos, que puede comerse el mundo,

que puede alcanzar su meta. Creo que es una chica muy

inteligente, y la felicito por eso. Sabe controlarse, generalmente,

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y suele ser equilibrada o, al menos, buscar el equilibrio. No

tengo mucho más que decir por ahora.

Ella me miró sorprendida y en silencio por un instante, luego

estacionó su auto en la banquina, volvió a mirarme y me dijo: –

¿cómo es posible que sepas todo eso?

A lo que respondí: –Es sencillo señorita, los secretos se esconden

detrás de los detalles.

En ese momento respiró profundo, la sorpresa se borró de su

rostro y volvió a retomar su camino.

Doscientos cincuenta kilómetros y unas tres horas habían

pasado desde que nos habíamos conocido y ya teníamos una

excelente relación. Mi test había cumplido con su objetivo de

romper el hielo… y mucho mejor aún, había captado su

curiosidad y con ello su atención. Cruzamos palabras y miradas,

mates y galletas, sonrisas y hasta, tal vez, cruzamos heridas de

nuestro pasado.

Angélica era una chica sumamente interesante, la verdad es

que me encantaba mucho su cara y su cuerpo, pero creo que lo

que me más atraía de ella era su misterio y la curiosidad que se

escondía detrás de su exótica personalidad. Al margen del test,

me contó que había nacido en Holanda, pero que sus padres se

habían mudado a Argentina cuando ella tenía dos años. Me dijo

que iba a la gran ciudad de Velo Paraíso, que quedaba a otros

doscientos kilómetros de distancia y le dije que con gusto la

acompañaría hasta allí. Entonces, continuamos con la segunda

parte del test.

– ¿Preferís besos o miradas?

–Miradas.

– ¿Miradas o sonrisas?

–Miradas, aunque hay sonrisas que me pueden.

– ¿Abrazos o besos?

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–Abrazos, pero solamente si están dados con amor.

–Descríbame a su hombre perfecto.

–No puedo, aún no lo he conocido.

–Interesante respuesta, señorita.

– ¿Cómo se lo imagina?

–No creo que uno pueda imaginar algo como eso, es algo que

simplemente voy a saber cuando lo encuentre.

–Ajam. Dígame, ¿cuál es, para usted, su mayor defecto?

–Mi defecto para los demás es mi libertad y autonomía. Puedo

ir a donde quiera, cuando quiera, el tiempo que quiera, sin

preocuparme por nadie, sin atarme a nadie, sin depender de

nadie. Como verá, eso para mí, es mi mejor virtud. ¿Eso

responde a su pregunta?

–Sí, señorita. Me respondió más de lo que había preguntado.

– ¿Cuál sería su momento perfecto?

–Este es mi único momento, supongo que eso lo hace perfecto.

– ¿Prefiere las puertas o las ventanas?

–Mmm, las ventanas.

– ¿Deporte preferido?

–El patín, es una de las cosas que más disfuto hacer.

–Ajam, y ¿tiene algún otro hobbie, además del patín?

–Canto, bailo, actúo, escribo y pinto.

–Veo que es toda una artista.

–Amo cocinar también.

–Se acaba de comprometer a cantarme, a demostrarme sus

cualidades en la danza, a deleitarme con algún monólogo, a

fascinarme con alguna historia o poema, a alumbrar mis ojos

con una de sus pinturas y a contentar mi estómago con alguna

de sus delicadezas culinarias.

Angélica soltó una carcajada.

–Estimado, aunque es muy probable que no nos volvamos a ver,

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supongo que algún día tendré el placer de cumplir con todo eso

a lo cual usted me ha comprometido sin mi consentimiento.

–Está bien, digamos entonces que es un hecho. ¿Cuántos

integrantes componen su familia y qué parentesco tienen con

usted?

–Padre y Madre. Soy hija única.

–Ajam. ¿Cuánto duró la relación más larga que tuvo y cuánto

hace que terminó?

–Seis meses. Hace dos años terminó, por suerte.

–Bueno señorita, creo que es hora de darle una segunda

devolución. Primero que nada debo decir que es una mujer

sumamente interesante que no ha dejado de sorprenderme con

sus respuestas, sus gestos, sus actos. ¿Es usted humana? (ella

soltó una risa tenue) Creo que la relación con sus padres no es la

mejor y que posiblemente, parte de su rebeldía también venga

de allí; posiblemente ellos se la pasen peleando o están

separados. Nunca se enamoró profundamente, eso está bien

claro, pero me parece que tampoco estuvo ni cerca de eso. Tal

vez haya tenido varias relaciones a lo largo de su vida, pero

ninguna ha causado el impacto lo suficientemente fuerte como

para romper sus esquemas. Creo que es de actitud proactiva y

positiva; me parece también que tiene mucha energía y muchos

deseos de crecer y mejorar. Hay algunos fantasmas en su

interior, pero está luchando muy bien contra ellos. No me

extraña que en algunas noches de soledad, la calma la abandone

un poco, pero no es nada lo suficientemente grave. Es una

artista en esencia y debe tener tendencias espirituales. Es todo

por ahora.

Ella volvió a mirarme con asombro y me dijo que no podía

creer cómo era capaz de describir con tantos detalles su vida a

partir de preguntas tan sencillas. Elogió también mi

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personalidad, alegando que era una persona inteligente. Olvidó

lo que le había dicho antes, la realidad es que sus respuestas no

eran tan importantes, pero sí lo era su tono de voz, sus gestos,

sus tiempos de respuesta, sus dudas y sus certezas al responder.

Lo fundamental está siempre en los detalles. Yo la escuché

sonriente, supongo que esa fue mi mejor respuesta ante su

reacción.

Antes de continuar esta historia, quería recomendarles que no se

encariñen demasiado con Angélica, si bien ella me llamaba

terriblemente la atención y me atraía de igual manera, era demasiado

liberal y rebelde como para ser lo que estaba esperando.

Llegamos a Velo Paraíso y ella comenzó a cantar una canción

increíblemente hermosa, con la voz más dulce y afinada que

nunca antes había escuchado en vivo y directo. Al concluir, me

preguntó si quería acompañarla hasta la casa. “¡Sin dudas!”,

afirmé entusiasmado. El viaje había sido largo y un buen

descanso no venía nada mal en aquel momento. Además, no

tenía un destino fijo, ni a dónde ir.

Llegamos a su casa y tengo que aceptar que quedé anonado

con su magnitud y su belleza. Ladrillos rojos y negros

decoraban el frente; dos ventanales enormes, uno a cada lado de

la puerta, duplicaban la majestuosidad; sobre el techo un tejado

que combinaba también un rojizo con un negro degradado; la

puerta era de roble barnizado con un tono marrón oscuro, todo,

pero absolutamente todo, era una maravilla para mis ojos. Al

ingresar, todo fue igual de sorprendente, realmente era una

artista en todo lo que hacía. La decoración era sumamente

agradable, los tonos multicolores relajaban la vista y la mente; la

organización de los muebles parecía perfectamente planificada

en comodidad de uso y aprovechamiento de espacio; cuadros y

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esculturas por toda la casa le daban elegancia. Ese sitio

realmente era toda una obra de arte.

Me mostró su enorme jardín, también; estaba repleto de árboles

frutales y rosales. El pasto estaba perfectamente cuidado, se

notaba un enorme cuidado en cada sector al cual dirigía mi

mirada. Pero mi atención terminó en el fondo del amplio

terreno, en donde yacía un recinto cerrado, en forma de esfera,

de unos tres metros de altura aproximadamente, y sobre la

parte superior derecha, asomaba un gigantesco lente. Ella notó

mi interés por ese dispositivo y sin preguntarme nada me dijo

que era su pequeño observatorio, en donde contemplaba las

estrellas cada noche.

No voy a mentirles, en ese momento sentí deseos de besarla,

pero pude contener mis impulsos.

Luego del pequeño tour por su asombroso hogar, entramos y

me hizo esperar en la sala de estar mientras ponía en su

televisor de Led un video de una de sus prácticas de baile. Sus

movimientos eran sutiles y armónicos, la sonrisa que

acompañaba cada uno de sus pasos era placentera y asimismo

generaba placer. Verla moverse, tan laxa, tan libremente estaba

comenzando a excitar mis sentidos. Por suerte, diez minutos

después de haberse ido, regresó con una bandeja en su mano.

La miré, interrogante:

– ¿Qué es esto?

–Es un menú rápido que preparé para vos. ¡Probalo!

Esa chica tenía unas manos iluminadas, tengo que aceptarlo;

aquello que estaba probando me pareció sumamente delicioso.

Sabía que tenía que irme, pero me estaba sintiendo demasiado

cómodo y bien atendido; por eso, por lo pronto, no dije nada y

me dediqué a disfrutar aquello que me estaba pasando.

Mientras comíamos, me fue mostrando distintos cuadros y

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esculturas que ella misma había creado, explicándome el

significado y el origen de cada uno. El siguiente siempre me

parecía mejor que el anterior, algunos eran más misteriosos,

otros más sofisticados, pero definitivamente todos eran

increíbles. De pronto se escuchó una frenada brusca de un

automóvil y ella tomó mi mano con una firmeza brutal.

– ¡Tenés que esconderte! ¡Debe ser mi marido! ¡Rápido,

encerrate en el armario del cuarto o tirate debajo de la cama!

–Me dijo a los gritos, con cara de pánico y gesticulaciones

pavorosas, mientras me indicaba la ubicación del cuarto.

Créanme que no me daban los pies para correr, ni el cuerpo

para escabullirme con tanta rapidez como lo hice. De unas

pocas zancadas llegué a la habitación mencionada y, de un salto

sin precedentes, me arrojé debajo de la cama. Mi corazón estaba

exaltado al extremo, palpitando a un ritmo elevado; había

comenzado a traspirar de los nervios y el miedo, cuando de

pronto Angélica entró riéndose a carcajadas al sector donde me

encontraba.

–Soné bastante creíble, ¿no es cierto? Era mentira, cobarde, no

tengo marido, ni siquiera tengo novio.

Salí de la cama exaltado, soltando una sonrisa e intentando

sacar la tensión de mis músculos faciales.

–Realmente me hiciste creerte: tu cara y todas tus reacciones

ante esa frenada parecieron totalmente naturales.

–Te dije que me gustaba la actuación. Fue una pequeña broma,

no me guardes rencor.

–No te preocupes, la venganza será terrible –exclamé riéndome.

Me senté luego sobre su cama y ella se sentó a mi lado,

mirándome fijo a los ojos y sin decirme nada. Poco a poco se fue

acercando y, cuando me quise dar cuenta, la tenía tan cerca que

su respiración y la mía se fundían en una sola corriente de aire.

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Le di un beso tímido, para asegurarme de que no recibiría un

cachetazo por descaro, pero en cambio y para mi sorpresa, me

respondió con un pasional beso que finalizó en una leve

mordida labial. Luego metió el lóbulo inferior de mi oreja

derecha en su boca y comenzó a jugar con su lengua en ese sitio,

erizándome la piel, incentivando la excitación de mi cuerpo.

Cuando acabó, segundos después, nos miramos por un segundo

y a continuación, caricia tras caricia, beso tras beso, me convidó

del sexo más placentero que hasta el día de hoy tuve el placer

de gozar.

Al final, nos quedamos abrazados entre las sábanas,

entrelazados piel con piel, haciendo de nuestras miradas un

puente que conectaba nuestros pensamientos. Yo sabía que no la

volvería a ver, y estoy seguro de que ella sentía lo mismo. Una

hora pasamos así, en la comodidad del silencio, luego me vestí y

me retiré de su cuarto dejándole mi número de teléfono y mi

correo electrónico. Me dirigí hacia el baño, para comenzar mi

nuevo viaje arreglado y sin cuentas pendientes, sin cargas

innecesarias y, para cuando salí, ella me estaba esperando al

lado de la puerta sosteniendo una hoja doblada a la mitad. Al

pasar por su lado, mete su mano en la parte posterior de mi

cuello, debajo de mi nuca y me impulsa hacia ella dándome el

último de sus deliciosos besos. Guarda la hoja en el bolsillo

izquierdo de mi saco con una habilidad increíble y luego me

abre la puerta, manteniendo ese armónico silencio que tanta

calma nos regalaba en aquel momento.

Al salir, la curiosidad fue más fuerte que la paciencia. Saqué

de mi bolsillo el papel, lo desdoblé con cuidado y comencé a

leer con mi voz interna todo aquello que se encontraba grabado

con una impecable caligrafía y algunas cuantas innovaciones

gráficas artísticas. El mismo se dividía en un breve texto que

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parecía una poesía y en una nota situada debajo. El primero

decía:

“De eso se trata la vida, piel con piel fundida, breves momentos

y despedidas. Miradas que llenan vacíos y abrazos que abrigan

del frío.

De eso se trata la vida, a prueba y error, se cierran heridas.

Encuentros inesperados, momentos a ser recordados.

De eso se trata la vida, de una sonrisa y una caricia; de disfrutar

de la armonía y del caos que nos domina.

De eso se trata la vida, amores eternos que duran un día;

historias reales, a partir de utopías.”

Mi corazón estaba abatido y motivado a la vez, tanto que tuve

ganas de volver, por un segundo, a buscarla. Pero mi razón

volvió en mí al leer la nota que se encontraba debajo. Esta decía:

“Fue un placer haberlo conocido, casi de casualidad. Pero sé que

esta no existe, así que debe existir un motivo. En fin, la pasé

muy bien con usted, Señor X. Como se habrá dado cuenta, en

poco tiempo cumplí con todo aquello a lo cual usted me había

comprometido en contra de mi voluntad, y debo aceptar que

fue un gusto cumplir con sus peticiones. Que tenga buen viaje,

le deseo lo mejor en cada paso. Hasta la próxima ocasión, o

hasta la próxima vida.”

La sonrisa quedó firmemente grabada en mi cara por un

tiempo prolongado. Rompí el papel en trozos pequeños, los

arrojé en el primer cesto de basura que encontré y seguí con mi

camino.

Angélica, como habrán notado, era una chica intensa, distinta a

Miranda, pero igual de perfecta. Aun así, no era “la chica”. Me deshice

del papel para no cargar con recuerdos innecesarios, ese momento

había sido todo un sueño, pero ya había terminado. Mi camino se

encontraba delante de mis pies y no en la huellas de mis pasos.

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