MESA 4

Saucedo ya sabía. Tipo 10 de la mañana la mesa 4 al lado de la ventana estaba siempre libre. Allí venía el tipo y se sentaba. Mientras le pegaba una ojeada a los títulos del diario, así como quien no quiere la cosa entre escándalos políticos, alguno que otro muerto, un comerciante preso por contrabandista, el Gordo, rey de todos los mozos de Posadas se aparecía tras bambalinas con la bandeja lustrosa, la servilleta en el antebrazo, el liso y los lupines. Cómo andamos doctor, linda mañana, y se quedaba parado un rato con su ancha sonrisa esperando el primer trago que le dejaba al tordo un bigotito de espuma en el medio de la cara satisfecha.Y se iba. El se quedaba, saboreando cada trago, pelando cada lupín con la paciencia de quien le va quitando lentamente la ropa a la amante al borde de la cama. Y miraba a través de la ventana por donde pasaban apuradas las personas. Donde irán tan veloces, tan serios, tan mecánicos. Cuál será el final de cada uno de esos viajes. Qué pasará en el alma de cada caminante mientras yo saboreo este liso rubio y un poco suave de la cerveza tirada y siento en cada lupín desnudo algo así como la alegría de un día más en soledad entre la gente. Un día más. Nunca va a saber uno cuándo va a ser el último, el de uno, pero el liso y los lupines confirmaban por ahora que, al menos por ahora no era éste.El ritual cotidiano duraba hasta las doce, tres lisos de por medio, hasta que llegaba ella, veterana ya, un poquito entrada en carnes pero elegante en su vestido invariablemente floreado, con una bolsita de tela y la cartera. Los mirones nunca supimos qué habría en el bolsito, la diversión consistía en hacer conjeturas, cada cual más delirante. Durante muchos años fueron la pareja del bar por la mañana. Invierno y verano, cervecita y lupines, mesa 4. Hasta que un dia desaparecieron. A la semana de ausencia no tuvimos otro remedio que dejarnos de hablar al pedo y preguntarle a Saucedo, que como Dios, todo lo sabía. Y ahí nos enteramos. Mientras el tordo se bajaba sus birritas, ella tenía su mesita en en un bar de a la vuelta donde vendía cheques afanados de otras provincias a conocidos comerciantes de esta plaza que los utilizaban para bicicletear sus pagos a los proveedores. El último cliente fue un policía de la federal que se los llevó a los dos por separado. Cosas de la vida. Cosas de la vida en la Argentina. Cosas de la vida en esta patria que siempre nos sorprende repitiendo su historia. Y no aprendemos. Mozo, Saucedo, otro liso para el doctor…

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