Bloody Mary

Bloody Mary

Cylarie

24/01/2020

I

El sonido casi silencioso del motor no se detuvo ni un segundo a pesar de haber tocado muelle hacía un par de minutos. Nadie decía nada. La mayoría de los pasajeros se encontraban muy adormilados a aquellas horas como para atreverse a pronunciar palabra alguna. Ella, como tantos otros, caminaba con lentitud hacia el costado del navío, donde la rampa había sido enganchada para el desembarque.

Pasaba la media noche, pero aún quedaba tiempo de oscuridad, y más en aquellas épocas donde los días eran tan cortos. La joven se cerró más el abrigo que llevaba y aferró lo mejor que pudo su mochila al hombro; no llevaba casi nada consigo, pero era mucho más de lo que dejaba atrás.

Respiró profundamente y comenzó a caminar por el muelle hasta alejarse de la costa, y de la gente, un par de calles. Desconocía por completo la zona, pero a pesar de ello, estaba segura que si caminaba lo suficiente, probablemente encontraría algo o alguien quien le pudiese guiar.

El empedrado que se cernía delante de sus pies era oscuro, irregular. Las piedras que hubiesen colocado antaño, yacían hoy por hoy pulidas por el húmedo clima que era propio de ese poblado porteño. Las paredes desgastadas a su alrededor estaban mezcladas entre la vieja madera carcomida por la sal y la más reciente mezcla de concreto del mercado. La pintura de algunos estaba saliéndose cual piel quemada al sol. Bien podía decir que era un escenario sacado de alguno de los libros de crímenes policiales que ella había leído en el pasado.

Un clima policial, detectivesco. Y qué decir de la iluminación. Escasa. Nula. En la lejanía a todo lo que daba su mirada podía encontrar solo un farol encendido en la distancia. La luz era muy opacada, y tintineante, pareciendo que desaparecería en cualquier segundo.

Sus pasos resonaban en la distancia con cierta premura disimulada ¿Disimulada? ¿Necesitaba disimular que tenía prisa? ¿Por qué tenía prisa? Un ruido metálico la sobresaltó, haciendo que se detuviera en seco mirando hacia un callejón. La visión de la sombra de un gato corriendo calle abajo permitió que ella pegara un suspiro de alivio.

En ese instante se percató. Miró sus manos: estaban sudadas. Su corazón latía de tal manera que la ensordecía, su boca estaba seca, y estaba sensible a todo el clima a su alrededor. Tenía miedo.

Miedo. Terror. Instinto de supervivencia. Esa agridulce premisa que podía sentir recorrer cada centímetro de su piel. Conocía esa sensación demasiado bien, para su propio bien. Era tan común para ella el sentirse así, que ya había hecho de esa sensación su nivel de alerta normal. Era su configuración por defecto. Nunca se había llegado a cuestionar aquel estado, hasta ahora… que se encontraba lejos de él.

Se aferró nuevamente a las tiras de su mochila y reanudó la caminata, no era momento para quedarse de pie en ese lugar, a esa hora, ni mucho menos sola, debía de asegurarse de no darle ventaja. Seguro para él solo se trataba de un juego nuevo. No era tan tonta como para creer que las condiciones se habían dado de aquella manera tan fortuita sin su intervención directa.


—Se ha marchado. —Esa mujer le miraba con ojos angustiados. A pesar de la gran diferencia de edades, la señora que estaba de pie frente a ella, se notaba aún más aterrada que ella. — Es tu oportunidad para huir de acá.

—¿Qué caso tiene? Va a encontrarme en cualquier segundo ni bien cruce el portón —ella volvió su mirada al bordado que tenía entre manos y clavó la aguja en el ojo de un petirrojo— no tiene caso hacerme ilusiones de libertad, cuando tiene los medio para rastrearme y traerme de vuelta. Será aún más cruel cuando me encuentre.

La mujer le quitó el bordado, le tomó la mano y la obligó a colocarse de pie. Acto seguido la arrastró desde la sala de descanso hasta el hall de entrada. Soltó su mano un segundo y le extendió un abrigo.

—Va a hacer frío. Ya te conseguí un boleto para el primer barco fuera de esta infernal isla. Cúbrete la piel lo más que puedas, eso podrá ayudarte. —Mientras hablaba le ayudaba a colocarse el abrigo y llevarse la mochila al hombro— En cuanto llegues a tierra, vete lejos, hacia el sur, lo más que puedas.

La joven estaba completamente confundida, con una mueca de ligero disgusto. Dejó que la mochila resbalara por su hombro hasta su mano.

—¿Por qué te esfuerzas? Siempre me encuentra —replicó ella con hastío.— Además, nunca tuvimos la mejor de las relaciones ¿Por qué he de confiar en lo que me dices?

La mujer respiró profundamente, y la miró con seriedad.

—Porque ahora, sé que podrás cuidarte sola. Él se fue lejos, muy lejos, le costará encontrarte, y si logras utilizar tus habilidades para esconderte en el mundo exterior, al menos, podrás encontrar la paz.

—Ya estoy en paz. Mientras me quede callada y a su alcance-

—Nunca serás feliz —la interrumpió. Volvió a acomodar la mochila en su hombro.— Vete, ya, corre. Sigue el camino hacia la derecha, llegarás al muelle de Thomas, él te dirá qué barco tomar.


Cruzó un par de calles más.

Desoladas.

No había ni un alma por esas calles llenas de grises edificaciones de no más de 3 pisos de alto. Era una zona un tanto rural, un tanto citadina, aunque ella no podría contar la diferencia. Hacía tantos años que no colocaba un pie fuera de los terrenos que le pertenecían a él. Una vida entera dirían muchos. Pero quién cuenta el tiempo cuando no tienes noción del mundo en general, ni de lo que sucede en él.

Sopló sus manos para frotarlas. La temperatura parecía haber descendido más, pues ahora era capaz de ver su vaho con total claridad.

—¿Tienes frío? ¿Quién te dijo que salir a estas horas a caminar sería buena idea?

Ella se detuvo. Sus sentidos se agudizaron, pero no, no era él. Algo dentro de ella se relajó apenas un poco.

—Ah, acabo de llegar a la ciudad, no sabía que haría tanto frío —comentó al momento en que localizaba a su interlocutor, quien estaba recostado de la pared de un edificio, con un acompañante.— ¿Tienen idea de dónde puedo encontrar un lugar para dormir?

El que le había hablado se despegó de la pared y caminó hacia ella desde el otro lado de la angosta callejuela empedrada. Vestía de manera un poco formal, con una chaqueta al hombro, sujeta por uno de sus dedos de forma un poco pedante. La joven se quedó firme en su posición. No le daba confianza esa persona, pero tan amenazada no se sentía, había sufrido cosas peores que cualquiera de las que estos dos fuesen capaces. O al menos, eso era lo que ella creía con fervor.

—Oh ¿Nueva en la ciudad? ¿Qué tal si te mostramos un poco alrededor? —El compañero se acercó a la escena. Ambos tenían una postura bastante depredadora, y obvia, en esas instancias.— Así te relajas del viaje estresante en barco.

Ella entornó los ojos. Nunca mencionó cómo había llegado hasta allí.

—Pensándolo mejor, seguiré hacia el centro —contestó antes de que el compañero alcanzara a acercarse más de dos metros de ella.— No quiero interrumpirles la velada.

Pero antes de poderse dedicar a caminar, o correr, el segundo se cruzó frente a ella. El primero desenfundó una navaja de bolsillo con su mano libre y la apuntó hacia el vientre de la joven, presionando con suavidad.

—Entra al callejón, preciosa. —Ambos le cerraron el paso, obligándola a caminar de espaldas hacia una abertura entre edificios.

No dijo nada, ni peleó. Estaba acostumbrada. Lo mejor en aquellas situaciones era dejar ser y esperar a quedar viva. Pero esta vez era distinto. No le habían amenazado nunca con un objeto, y mucho menos había tenido a dos personas queriendo algo de ella.

En esta oportunidad, no tenía idea de qué era lo mejor para hacer.

El espacio no era muy grande, con suerte llegaba a los dos metros de ancho. El suelo ya no se trataba de un empedrado, era liso, pantanoso; una extraña mezcla de tierra, humedad y basura descompuesta. Los edificios que cerraban el espacio carecían de ventanas dispuestas al callejón, y se alzaban al menos tres pisos sobre sus cabezas. La única luz provenía de fuera del mismo. Era una luz fría y muy tenue, probablemente solo pertenecía a la luna. Había un par de bolsas de basura a los costados y un contenedor enorme en el fondo.

Antes de ella poder decir nada, el segundo le tomó la mochila sin preguntar y se alejó para revisarla a un costado. No opuso resistencia. Estaban ya casi al final del estrecho vertedero de basura, la chica se abrazó a sí misma en un gesto inconsciente. El que la amenazaba negó con la cabeza, haciendo un par de chasquidos con la lengua.

—Quítate el abrigo.

Ella obedeció. Con un gesto, él le indicó que lo dejara en el suelo. Avanzó hacia su presa y comenzó a pasear el revés de la navaja por la piel de sus brazos descubiertos. Llevaba un vestido con mangas cortas, abotonado al frente, de una tela muy liviana para esa estación del año.

El arma blanca paseó por su brazo derecho hacia el hombro, recorrió su clavícula y se posó sobre el primer botón. La punta se coló por debajo de la solapa de ojales y, de un leve tirón cortó el hilo del botón. Después fue el segundo, tercero y cuarto, los cuales dejaron al descubierto su pecho recubierto de un modesto sujetador de encaje.

Aún a esas alturas no estaba segura de qué querían. Había leído escenas similares, pero en libros que se encontraban en el sitio que anteriormente habitaba, y se trataban de circunstancias distintas.

Algo dentro de ella le pedía a gritos que dijese algo, que se alejase, que reaccionara. Pero su cuerpo se negaba a moverse un centímetro. Para ella, moverse era igual a salir herida de formas más grotescas.

—Esta no tiene nada de valor. —Farfulló el que había estado revisando sus cosas, antes de escupir al suelo.— Espero que al menos su cuerpo sea interesante.

Ella sintió como la adrenalina subía de golpe a su cabeza. Su cuerpo ¿Qué iban a hacer con su cuerpo? No estaba lista. No, aún no estaba lista para esa clase de eventos, y mucho menos en un callejón sucio, con personas que no conocía. Instintivamente dio un paso atrás. Era un pequeño animal acorralado.

—¿A dónde crees que vas? —Inquirió el de la navaja, observándola con una ligera mueca de desagrado.— Nos vamos a divertir ¿No es así?

—¿Qué clase de diversión encuentran en hostigar a una extranjera? —Las palabras brotaron de sus trémulos labios casi en un susurro, pero estaban cargadas de indignación.

El del cuchillo soltó su chaqueta y le aferró de la muñeca con fiereza, acercándola a él. La miraba ahora no con interés, sino como si fuese poco o nada. Su mirada le hacía pensar en ese ser que la estaría buscando para esas horas de la noche. La veía solo como un objeto.

—Extranjera o no, una mujer hermosa y sola en el medio de la noche es suficiente invitación —espetó entre dientes. El filo del arma ahora se posaba sobre la mejilla de la chica— Ahora cállate y obedece, o te apuñalo primero y te utilizo después.

El ambiente que ya era tenso se había vuelto hostil. Ella estaba aterrada. Su cuerpo ya había elevado todas sus defensas para ese instante. Iba a sufrir, seguro que sufriría, y esa premisa ya la predisponía. Su mente se nubló. Apretó los dientes y los labios sin pensarlo. Cerró sus ojos al momento en que una lágrima rodaba por su mejilla. Se estaba entregando.

—No creo que sea agradable para la recién llegada, un recibimiento tan sombrío.

Los dos hombres volvieron sus miradas hacia la entrada del callejón. No había nada. El de la navaja le dio una señal al otro, y éste se alejó sacando una navaja para él mismo. La joven miraba asustada desde el fondo. La habían soltado, pero los dos hombres armados se interponían entre ella y la salida de ese sucio lugar. El ambiente se había tornado incluso más hostil, pero ahora, la hostilidad no era solo contra ella.

Caminó lenta y silenciosamente hacia atrás. Alguien más estaba allí. El que estaba cerca de ella se volvió a verla y la tomó del cabello con brusquedad.

—¿Por qué la prisa, preciosa? —El enojo era palpable en su voz.— No nos comentaste que no estabas sola.

—No tengo idea de quién-

Un tirón del cabello la hizo callar abruptamente. Un sonido seco, seguido de un extraño “crack” hizo que ambos dirigiesen sus miradas hacia la entrada del callejón. Dos figuras se encontraban en la entrada, una de las dos tambaleó un poco antes de caer al suelo. Todo estaba muy oscuro, pero ella pudo sentir “eso”. Ese deseo de muerte que había sentido posarse sobre ella tantas miles de veces antes.

—Yo sugeriría que dejaras a la joven en paz y te marcharas.

La voz era calma, sonaba poco agitado a pesar de haber probablemente forcejeado con quien ahora estaba tendido en el suelo. Era nada amenazante; pero en definitiva, algo en esa voz le erizaba los vellos de la piel a ella. Algo estaba muy mal con esa persona que acababa de desviarse de su camino para auxiliarla por buena caridad. Sus recuerdos volvían a ella, pero se vio obligada a neutralizarlos, no podía ponerse a divagar en esa situación; cada ínfimo movimiento podría desencadenar algo peor.

—¿Sugerirías? —El hombre se mofó— ¿La quieres? No pretendo pelearme por una miserable mujer. —No le había soltado el cabello, por lo que sin dejar de hacerlo le arrebató un beso forzado, del cual ella trató de alejarse a la fuerza.

El forcejeo causó que él le rompiese el labio inferior antes de arrojarla al suelo frente al desconocido.

—Toda tuya, no iba a divertirme lo suficiente de todas maneras. Ni me calentó, es una inútil. Un malgasto de aire.

La muchacha se pasó el dorso de la mano por el labio antes de tomar su abrigo que estaba convenientemente ubicado a poco de ella. Se colocó la ropa encima con temor. Elevó la vista hacia aquel que le estaba salvando. Este le estaba tendiendo una mano.

Por una fracción de segundo lo dudó. Ese vago brillo, esos ojos. Su corazón se detuvo, saltó a su garganta y la anudó ¿Era posible que justo ahora tuviese tan mala suerte? A pesar del terror, su mano encontró su camino entorno a la mano extendida del extraño.

En un suspiro se encontraba de pie. No sabía determinar si ella estaba demasiado liviana o si él tenía demasiada fuerza. Su mano era dura y tensa. Ella trató de hacer contacto visual de nuevo, debía asegurarse de que lo había imaginado, pero la falta de iluminación lo impedía; lo único que lograba identificar de él, era una bufanda color carmín.

—Huye. Lo más rápido que puedas. —Musitó el desconocido.

Ella no puso nada en tela de duda. Tomó sus cosas y salió del callejón, tan rápido como le daban sus pies. Temblaba. No se detuvo. No podía. Algo le decía que debía correr. Salió del callejón y corrió varias calles lejos.

—¿Para eso me obligas a soltarla? —Espetó enojado mirando a la figura que se interponía entre él y su salida del callejón.— ¿Por qué no te metes en tus asuntos? Maldito imbécil.

El hombre escupió en el suelo antes de disponerse a salir del callejón. O por lo menos fue su intención. Ni bien pasó al lado del desconocido, sintió un dolor agudo al momento en que caía al suelo de bruces.

—¿Pero qué…? —Su aterrada mirada se posicionó sobre su pierna derecha, que ahora lucía una fractura expuesta muy grave.— Malparido ¡¿Cómo mierda hiciste eso?! —Bramó el hombre con una mezcla de odio y terror en sus ojos.— ¡Ayuda!

El desconocido se agachó a un costado del herido. En ese instante el ambiente se volvió aún más frío que antes. Sus ojos tan rojos como la bufanda que colgaba alrededor de su cuello le daban un aire maquiavélico en todo sentido. Los vellos de la nuca del herido se erizaron. Su corazón se detuvo un segundo. Aquella visión era suficiente para hacer que el más poderoso hombre en la tierra se cagara en sus pantalones.

—Así que… ¿ella es un malgasto de aire? ¿Quieres que te muestre qué más es un malgasto de aire? —En un intento de no intimidarse, el hombre herido le clavó la daga en el cuello a aquel que estaba junto suyo.

El desconocido ni se inmutó. Lo miraba sereno, como si una mosca se hubiese posado sobre su cuello. El hombre del suelo se aterró aún más, empalideció, y sin más aviso vomitó a un costado. Su mirada volvió lenta y vidriosa a su interlocutor sin poder creer a sus ojos. Tenía una daga clavada en el cuello, una herida mortal, y no había ni pestañeado, tampoco brotaba sangre. Su agresor esbozó lentamente una sádica sonrisa.

—¿Debería haber mencionado que ya estoy muerto?

Sacó el arma de su cuello de un tirón, tomó al hombre por el cuello de la camisa salpicada de vómito y sangre, y lo miró con el odio consumiéndole en las pupilas.

Era definitivo. Iba a morir. No había cómo escapar de ello. La sentencia estaba dictada y él se encontraba en el asiento del culpable. Iba a pagar por un intento de gozar a expensas de otros. Un aura negra rodeaba al agresor. Era palpable. Se podía saborear. Ese amargo gusto a derrota, mezclado con la inminente desesperación. Esa necesidad ferviente de aferrarse a la vida a pesar de la falta de esperanza absoluta.

—Por favor… no quiero morir ¡No quiero morir!

Un crack. La otra pierna yacía inerte; rota en dos. El hombre en el suelo le dio un manotazo para que le soltara la camisa y comenzó a arrastrarse en un intento lamentable de escapar. De su boca se escapaban jadeos histéricos, gemidos de dolor acallados. Sus ojos llorosos y sus manos temblorosas buscaban la luz de la calle a metros de distancia. Una cucaracha despreciable buscando escapar del veneno impuesto sobre ella.

El agresor se incorporó lentamente y esperó. Dejó que se alejara con la vaga ilusión de libertad. Tronó sus dedos uno a uno, para darle esos diez segundos de gracia. Luego caminó con parsimonia hacia el moribundo. Los pasos sobre la suciedad del suelo daban un sonido desagradable. Para el hombre herido, un sonido tormentoso. El hombre se detuvo frente al moribundo y le pisó un antebrazo.

—¡AH! No… ¡NO! ¡Por favor! Te lo ruego…

Otro crack. Adiós antebrazo. El alarido de dolor y desesperación inundó el aire. Pero nadie parecía escuchar nada. Era una noche muy tranquila y desolada. Fría. Perfecta para pecar. El hombre se agachó. Sus ojos se posaron sobre los del herido. Eran unos ojos bien abiertos, rojos, con un brillo de sadismo y odio consumido. Era el rostro de alguien que disfrutaba con cada segundo

Su sonrisa sádica lo delataba. Estaba disfrutando de su sufrimiento.

—Uno a uno. Déjame escuchar cómo se rompen…

—¡AYUDAAA!


No sabía cuánto había corrido ya. Se había detenido en el momento en que pisó una calle más ancha. Estaba bien iluminada y pavimentada. Eran buenas señales. O eso creía ella. Para alguien que jamás había pisado el exterior, ni salido de la prisión que tenía por casa, el instinto le decía que aquello era lo mejor que podría encontrar.

Se tocó la frente. Sudaba, estaba fría, temblaba como baraja al viento. Sus dedos fueron instintivamente a sus labios. Tenía algo de sangre aún. Respiró profundo. Sus ojos se abrieron de par en par ante el terror de aquella idea. Buscó en la mochila un pañuelo y se lo llevó a los labios, presionando la herida con insistencia. Debía detenerla.

Se maldijo internamente por no pensarlo, por correr en la noche sin curarse la herida antes. No podía arriesgarse a ser encontrada así.

Miró alrededor suyo.

No había nada. Ningún indicio de vida por varios metros. A diferencia del callejón, esa calle tenía más postes de iluminación cerca unos de otros y las fachadas de las edificaciones no se veían tan deterioradas. Tenían un aire antiguo, lleno de arquitectura restaurada que engalanaba y veneraba lo que en siglos atrás podría haber sido un imperio. Columnas jónicas que decoraban fachadas que parecían bóvedas, o rincones con fachadas muy rectas llenas de adornos en las cornisas. Era el aire arquitectónico románico el que se respiraba.

No muy lejos fue capaz de localizar una banca. Decidió acercarse y sentarse un segundo. Algo dentro de sí la inquietaba. Debía crear más distancia entre ella y su perseguidor. Pero necesitaba pasar el mal trago.

Se desplomó ni bien encontró el banco tras sus piernas.

Sus manos temblaban sobre su regazo. Estaba segura. Quizás no tanto. Pero algo dentro de su corazón se lo decía con fervor. Ese… ser, que la ayudó era de la misma estirpe que aquel que estaba tras sus talones. Lo que no lograba determinar, era por qué la había ayudado. Más aún, cómo se había contenido, cuando ella estaba herida de esa manera. Llevó el pañuelo nuevamente a su boca.


—¿Estás segura que no te duele? —Indagó una mujer mayor.

Ella se limitó a negar levemente. Era adolescente, apenas, se encontraba en sus primeros años. Los ojos azul zafiro de la joven se encontraban vacíos. Estaba pálida, débil. Pendía de un hilo su vida.

Tenía el labio roto, los brazos moreteados con marcas de dedos y el cuello del vestido que llevaba puesto estaba rasgado. Estaba sentada sobre un taburete. La habitación donde se encontraban era completamente blanca; paredes y piso de cerámica blanca. Había un par de estanterías y armarios pintados de blanco con numerosos implementos quirúrgicos y de primeros auxilios. Era una enfermería pequeña.

El ambiente era frío, solitario, y en cierta forma pacifico. La mujer le estaba aplicando algún líquido irritante en el labio con unas pinzas y algodón. Si, le dolía, podía sentir ese insufrible picor carcomer las células de su sangre y cosquillear su labio, pero no era más doloroso que los morados. Esta vez, ella había protestado, le había alzado la voz y eso provocó su cólera.

La mujer terminó de parar la sangre de su labio y de aplicar un cicatrizante. Desechó el algodón y acercó la mortecina luz de una lámpara de pie a la altura del cuello de la criatura. Desvió el rostro de la niña con la mano apoyada en su mentón.

Ahí, sobre la yugular, había dos aberturas. Los huecos no estaban perfectos. Era signo de que ella había forcejeado. Las líneas de sangre casi coagulada que brotaban de los mismos también eran signo de ello.

La mujer suspiró con cierto dolor en el pecho. Esta imagen era nueva. Él no se había permitido morderle en ese lugar, pues repetía una y otra vez, que era demasiado potente la sangre bombeada por allí. Que sería demasiado fácil vaciarla en segundos. No, él prefería vaciar un par de litros y al día siguiente vaciar más.

—¿Alyssa? —No hubo respuesta.— ¿Qué hiciste para que se enojara?

La chica volvió el rostro y miró a la mujer. Sus ojos lo decían todo. Estaba atónita, indignada ¿Ella tenía la obligación de evitar que él se enojara? ¿No tenía derecho a negarse a ser abusada?

—No puedes seguir así, se va a terminar pasando de los límites y te va a matar.

—Bien por mí. —Espetó la joven con marcado enojo en su voz— Que termine de matarme de una maldita vez. Es lo único que deseo. Pero no, él tiene tantos siglos encima que es perfectamente capaz de contenerse en el límite. No me va a matar Dalhia. Soy su droga ¿No lo entiendes? Va a mantenerme viva, bebiendo de mí, tanto como mi cuerpo se lo permita.

El silencio se hizo. Dalhia se dispuso a continuar la desinfección de la herida. Le vendó el cuello y le masajeó con una crema los hematomas del cuerpo. Alyssa miraba la nada. Esa pequeña enfermería se encontraba en el sótano, nadie más que ellas y… él, conocían de su ubicación.

Era un sitio adecuado para cualquier problema e inconveniente que se pudiese presentar en caso de que ella saliese lastimada, y para poder asistirla diariamente después del momento de la caza. Ella detestaba ese lugar. Solo servía para recordarle que no era más que un mero bocadillo nocturno para un ser que no pertenecía a la norma. Que no era lo que era por ser algo “natural”.


Natural. La naturaleza no los había creado. Por lo menos ella no lo concebía así.

Miró al cielo nocturno. Ese era su reinado, la noche. Sabía perfectamente que no iba a estar a salvo de día tampoco, pero al menos durante el día no tenían sus habilidades sobrehumanas. Eran solo un cuerpo descomponiéndose lentamente. Respiró profundo y trató de salir de ese mar de recuerdos tormentosos.

Si, estaba asustada de caer en manos de otro, pero debía recomponerse antes de que ese “buen samaritano” decidiera que ella sería una buena presa esa noche. Ya había escapado de uno, no podía darse el lujo de recién probar la libertad y terminar muerta.

Volvió a observar la calle desolada, y los edificios. No eran residenciales. Al menos no la mayoría. Por lo que seguro no abrirían hasta bien salido el sol. Si tenía suerte capaz encontraba alguna especie de bar, taberna ¿Existían siquiera? Estaba perdida a grandes rasgos. No conocía en absoluto cómo era la sociedad, ni cómo se manejaban las cosas. Había sido privada de todo por tanto tiempo que en esos momentos en lo único que podía confiar era su instinto.

Observó un enorme reloj que se encontraba sobre uno de los edificios cercanos. Eran pasadas las tres de la mañana. Siempre y cuando el reloj aún funcionase. Era la hora de caza.

Decidió caminar. El clima estaba frío, y aunque no había viento, estaba segura que podía llegar a congelarse ahí sentada.

Sus pasos resonaban mucho menos que sobre el camino de piedras. Estaba menos apremiada que antes. Quizás por el estado de shock. Quizás por encontrarse ante la idea ilusoria que la luz le resguardaba del peligro. No podía mentirse, la verdad era que estaba asustada aún, pero era primordial encontrar un lugar donde poder esperar, al menos, a que saliera el sol.

Tras caminar un par de cuadras sobre la misma calle iluminada, escuchó algo de ruido a poco menos de cincuenta metros.

Entre un par de edificios antiguos pudo notar unas enormes puertas negras entreabiertas. Detrás de las mismas se encontraba una escalera que llevaba al primer piso, desde donde se podían apreciar un juego de cálidas luces. El sonido de voces era bastante perceptible desde la acera, pero era aplacado lo suficiente para no molestar.

Se acomodó la ropa lo mejor que pudo. Respiró y empujó una de las puertas.

Era pesada, y oponía resistencia. Empujó hasta tener el espacio suficiente para pasar. Subió las escaleras sintiendo cómo la puerta se entrecerraba tras de ella. Cuando logró pisar el primer piso, su mirada divagó un rato.

El sitio era considerablemente espacioso. Frente a ella, una barra lustrada en negro se disponía con un par de asientos a un costado. Tras de la misma podía apreciar botellas de distintos colores y formas en una especie de expositor iluminado que distraía la mirada. Hacia su derecha se extendía el salón. Había unas cuantas mesas dispuestas en los costados y un escenario al fondo.

Estaba abarrotado de gente. Nunca había visto tanta gente junta antes, en un espacio tan reducido. Había gente sentada, parada, caminando, bailando. Jóvenes de distintas edades, vestidos de forma moderadamente elegante. Ciertamente era sorprendente para ella.

Mientras pivoteaba entre su carta de posibilidades, un tambaleante trío compuesto de dos mujeres y un hombre la empujaron al tiempo que trataban de no caerse por las escaleras.

—¡Disculpa!

La voz del hombre no sonaba muy en sus cabales, pero al menos conservaba sus modales. Las acompañantes simplemente se rieron mientras, abrazados, forcejeaban con la puerta de salida.

Alyssa entornó sus ojos y logró encontrar uno de los asientos de la barra desocupados. Se sentó y no tardó mucho en acercarse un mozo.

—¿Qué le sirvo señorita? —Inquirió un pelirrojo galante mientras jugaba con un par de botellas.

—Un vaso con agua estará bien. —Su voz fue apagada casi por completo a causa del bullicio, pero el hombre supo escucharle.

Cuando éste se alejó, ella decidió revisar su mochila.

No le habían sacado nada de adentro. Por pura suerte el bolsito donde escondía el poco dinero que Dalhia le había suministrado, había pasado desapercibido. Tomó unas monedas y las contó, para cerciorarse de cuánto tenía encima.

—Ten linda —el mozo acababa de colocar delante de ella una copa en forma de triángulo, con un líquido rojo y una decoración frutal. Aparte también le había traído un vaso con agua— Invita la casa.

No la dejó negarse. Simplemente le sonrió galante mientras se alejaba para atender pedidos. Ella miró la copa no muy convencida. Seguramente tendría alcohol, y no estaba en una instancia donde pudiese permitirse perder el juicio.

Fingió tomar para no ser descortés con el presente. Pero pasó el resto del tiempo tomando del agua que había pedido.

¿Qué se supone que haría? Estaba sola. No tenía dinero. No sabía a dónde debía dirigirse, y se encontraba ante una sociedad que seguramente habría evolucionado en sus cerca de veinte años de encierro. Ella respiró tratando de entrar en calma. Se las arreglaría, pero antes que nada debía buscar la manera de limpiarse la ropa.

Había olvidado por completo que había sido tirada al suelo del callejón, lleno de basura y suciedad.

Preguntó por el baño y se dirigió allí con calma. Era un lugar pequeño, pero aseado a pesar de todo. Poseía dos cubículos y una barra con dos lavamanos. Se deshizo del abrigo y comenzó a lavar los bordes de su vestido bajo el agua. Aprovechando la situación limpió su rostro, sus brazos y el abrigo. Cuando llevó agua a su rostro se miró al espejo.

A pesar de su agotamiento emocional, su rostro seguía terso ¿Sería a causa de la maldición? Suspiró negando sus pensamientos. Acomodó su largo cabello rubio en una cola alta.

Debía de estar soñando. Pero sus conclusiones no estaban muy lejos de la realidad. Ella era consciente que se suponía que esa maldición debía perseguirla hasta que uno de esos seres terminara con su vida en un suspiro, pero estaba negada. No quería creer que realmente estuviese maldita. Quería creer que todo era solo una mera patraña que le dijo ese ser para poderle infundir miedo y hacerla quedarse por su propia voluntad.

Cuando por fin terminó de limpiarse, salió nuevamente al local y recuperó su puesto en la barra. No sabía cómo, pero debía hacer pasar las horas. Bebió un sorbo de su agua y comenzó a curiosear la multitud. Fue su peor error. Su mirada se detuvo en un rincón alejado, bien al fondo. Desde ese lugar, un hombre muy alto e imponente la miraba intensamente mientras una joven trataba de coquetear con él.

Era una broma. Tenía que serlo. Ocultó nuevamente su rostro, pero era inútil. Quizás la vida estaba encaprichada con ella. Quizás la leyenda era cierta. Quizás simplemente debía suicidarse y acabar con su propio sufrimiento.

Alyssa no dudó en tomar sus cosas y salir del lugar a toda prisa. Quizás no era la mejor idea que se le pudo ocurrir. Quizás lo mejor era buscar la manera de hacerse un grupo de gente y evitar a toda costa estar sola. No ¿En qué demonios pensaba? Él era capaz de matar a un millón de personas inocentes si eso lo conducía a ella. Su corazón estaba precipitado, bombeaba sangre cargada de adrenalina conforme bajaba los peldaños de la escalera de dos en dos.

Tras tropezar con el último peldaño y luchar con la puerta de la entrada, sus ojos pecaron de curiosos volviendo atrás. En el primer piso, su figura estaba clavada en todo el centro, mirándola. Ese ligero brillo rojo le anudó la garganta. Era él.

Salió sin mirar atrás y corrió por la acera. Mucho le había durado su travesía. Demasiado. Corría regresando sus pasos. No quería. No podía permitirlo. Lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Se había hecho ilusiones. Podía sentir la desesperación subiendo por su garganta, el cosquilleo de sus tibias lágrimas sobre su piel helada a causa del frío. Quería gritar. Quería llorar. Quería que alguien, cualquiera, la ayudara. No quería volver. No se lo permitiría. Prefería matarse antes que ello.

No había recorrido mucho más de una cuadra, cuando una mano la detuvo de forma abrupta, tomándola por la muñeca. Ella temblaba. Estaba pálida, con el cabello alborotado pegado a su rostro. Su pecho subía y bajaba con violencia mientras se detenía a mirar a su captor.


Silencio. Después de unos pocos minutos el hombre simplemente dejó de respirar. Él chasqueó la lengua en frustración. No le había durado lo suficiente su objeto de diversión.

Había sangre en todas partes, cosa que aturdía su nariz. El cuerpo inerte a sus pies, sobre la mugrienta callejuela, tendría al menos unos veinte huesos rotos; no había llegado tan lejos como con otros antes que ese. Quizás se había precipitado. No. Sabía que se había precipitado. Al momento en que sus emociones dominaron sus acciones ya sabía que no duraría.

No se molestó en ocultar los cuerpos. Serían encontrados y lo archivarían como un caso cerrado e imposible de descifrar. Salió del callejón y elevó la nariz para olfatear el aire.

Podía sentirlo. El olor a hierro de la sangre fresca de esa joven mujer. Era dulce. Extrañamente dulce. Le hacía agua la boca. Sus recuerdos de varios minutos antes volvieron a él. Había decidido tomar un desvío en cuanto notó que una joven era forzada a entrar a un callejón. Había estado buscando alguna presa desde los tejados, pero ninguna se encontraba convenientemente sola. Ella, en cambio, se encontraba amenazada por desconocidos, era una situación perfecta. Pudo ser distinto. Pudo quedar como héroe y ella se entregaría sola. Pero aquellas palabras de desprecio que le dedicaron a ella fueron el gatillo necesario para enfurecerlo al punto de dejar ir a su alimento.

Esa noche ya no comería. Lo había decidido. Una noche más, una noche menos. Aún no estaba hambriento. Un día más podría aguantar sin ceder a la locura que conllevaba la falta de alimento.

El joven se estiró la espalda antes de disponerse a caminar por el empedrado hacia donde la joven había desaparecido. Volvería a casa caminando. No había apuros. De esa manera podía aprovechar en patrullar su zona de caza y se olvidada del sinsabor que había pasado.

El eco de sus pasos ante las frías calles oscuras era quedo y solitario. No había una sola alma a la vista. Era típico, era aún día de semana, pocos eran los que salían hasta altas horas de la noche. Sumido en sus pensamientos llegó a pisar la calle principal. Fue en ese instante que lo percibió. No era sangre. Era otro. Otro como él.

Aquello provocó en él una mueca de disgusto. No era propio que uno de los suyos se interpusiese en su zona de caza. Hacía años que cazaba en esa zona, algo de respeto era esperable y exigible.

El problema era, que no lo encontraba.

No podía ubicarlo con precisión, y siendo así, capaz no se trataba de alguien inexperto. Lo más probable es que estaba haciéndose perceptible por respeto hacia él. Eso lo hacía aún menos agradable.

Confió en su instinto y caminó siguiendo la presencia lo mejor que podía. Después de todo debía atender a su “invitado”.

Fue unas calles más adelante que se detuvo a observar una escena que despertó su atención.

Una joven de largo cabello rubio salía corriendo de “Le Pub” un bar de concentración de jóvenes que él solía frecuentar en busca de presas. Era ella. La sangre dulce en persona. Seguida de ella, una figura masculina se supo posicionar fuera de la puerta de entrada con demasiada gracilidad.

El joven frunció el ceño. Se encontraba en la acera de enfrente oculto en un callejón oscuro desde donde podía observar todo con detalle. No estaba a la vista de los involucrados, pero sabía que esa figura imponente ya sabía de su presencia, pues no era otro que su no tan bienvenido “invitado”. Él estaba a la expectativa, relajado, con las manos en los bolsillos de su chaqueta. No tenía las intenciones de actuar a menos que descubriese las intenciones del hombre.

Las mismas no tardaron en ser obvias.

La joven lo conocía. O como mínimo, sabía lo que él significaba. Estaba nerviosa. Él lo sabía, podía sentirlo. Desde lejos podía escuchar y oler la cantidad de flujo sanguíneo que corría por las venas de ella como si fuese propio. Era un flujo más acelerado de lo normal. Era el flujo de un animal que está haciendo lo posible por sobrevivir a un ataque inminente. Y, sin embargo…

Entornó su mirada con curiosidad hacia la rubia que corría por la acera lejos del hombre.

Su olor era de miedo, sí. Pero no era miedo a morir. Su mirada se posó en el hombre. Éste había hecho su movimiento muy claro: la perseguía a ella.

Se movilizó entre las sombras hacia la ubicación de ella. Se había decidido. Si ella era el objetivo de su invitado, debía tomar ventaja y entablar contacto. Después de todo, no permitiría que otro de los suyos cazara en su zona.

Logró llegar al otro lado de la calle principal sin alertarla a ella. Se detuvo en la esquina a la que estaba llegando la joven y, en cuanto se cruzó frente a él, la tomó de la muñeca. Los ojos color zafiro de ella se clavaron en los oscuros de él y lo atravesaron como un rayo. No se había dado cuenta en el callejón, minutos atrás, que era una joven tan llamativa. Pero no era solo su apariencia. Algo en ella lo ató en una fracción de segundo. No sabía si era su aura, su olor, el hecho de que era una cálida vida luchando para mantenerse a flote. Pero era algo que lo había clavado en el suelo. Estaba sin habla y eso era raro en él. No se sentía tan mudo desde que había sido convertido en lo que era.

—¿Estás bien? —Alcanzó a soltar aún sin recobrarse del todo de ese contacto. Ella le miraba asustada.

Alyssa trató de arrebatar su mano en vano. El agarre de él era firme ¿Quién era? ¿Qué quería? Sus aterrados ojos volvieron a la figura que le había perseguido con calma hasta allí. Se encontraba a poco más de cinco metros de ellos, aguardando.

—¿Estás bien? —Volvió a preguntar su captor ante el silencio de ella. Omitiendo el hecho de que había otra persona presente.— No debió ser fácil digerir que estuvieron a punto de violarte, me preocupaba que te hubieses alejado mucho. Esta ciudad es peligrosa de noche. —Para ese punto de su diálogo la había soltado lentamente. Quería tratar de apaciguarla, darle algo en lo que confiar. Pero se mantuvo frente a ella compartiendo parte de su espacio personal, para poder mantenerla a la distancia de su brazo.

Ella se volvió a mirarlo nuevamente. Era un joven de al menos una cabeza más alto que ella. Llevaba el cabello algo alborotado, negro, en un corte que destacaba lo juvenil y pícaro. Tenía facciones un poco afinadas y una constitución un poco más delgada que la del ser que la perseguía. Sus ojos eran oscuros como la noche. En ese momento no pudo encontrar el destello rojo que creyó haber visto en el callejón.

—Yo… —La voz de ella era quebrada. Él miró hacia el hombre que estaba a cierta distancia. Éste le miraba en cierta forma amenazante, pero parecía respetar sus códigos. Ese hombre era un ajeno entrando a la zona de caza de otro, y no podía atreverse a tomar a la fuerza a alguien con quien él entablara contacto primero, tenía prioridad por ser su área de caza.

La mente de ella viajaba de una idea a otra con extrema velocidad. “Me encontró” “¿Ahora qué hago?” “Este joven corre peligro conmigo” “No quiero más muertes” “¿Debería entregarme?”. Cubrió sus ojos con una mano con el único deseo de querer desaparecer en ese instante. Las lágrimas volvieron a aparecer en sus ojos y comenzó a sollozar nerviosa.

El joven le colocó una mano en su hombro sintiendo simpatía por ella. No parecía tener la mejor de las suertes esa noche.

—Hey, respira un poco. Ya pasó, esos dos no te van a molestar más. —Su voz sonaba cálida, compasiva. Eso causó en ella aún más lágrimas.

—P-Perdón… Yo no sé qué hacer. Estoy… Estás en peligro, no puedes estar acá, deberías irte. —Temblaba. Nerviosamente miró sobre su hombro y se congeló al notar la mirada de odio de aquel que estaba cerca. Su corazón dio un vuelco. “Hasta aquí llegó mi aventura… Voy a volver a sus garras, a mi tortura diaria… No quiero”.

No había caído en cuenta hasta ese momento que toda su vida de resignación escondía un sufrimiento mental y emocional que la tenía quebrada en mil pedazos. Su única protección había sido eso, resignarse a ser maltratada, a que era solo un pedazo de carne, a no oponerse al yugo que ese hombre imponía en su casa. Ahora, fuera de esa presión constante, muy a pesar de no haber empezado de la mejor manera, tras llevar solo medio día libre de la expectativa de ser un alimento: su pánico había salido a flote. Esa pequeña probada de libertad la había ilusionado muy en el fondo. Alyssa no pudo evitar reír con nerviosismo.

—No quiero —habló en un jadeo, alargando su mano hacia él, tomándolo débilmente por el borde de una de las solapas de su chaqueta— por favor… No me dejes a solas con él. —Su voz era un susurro, pero fue lo suficientemente aterrado, y suplicante, para que él entendiese a la perfección la clase de miedo y ayuda que pedía.

Él apretó sus dientes. Sintió cómo su espalda y nuca se erizaban en enojo. No podía evitarlo. Antes de ser transformado, él también había sido humano, él también había estado en esa posición de súplica, pero nadie le había dado un solo aliento de ayuda o descanso en toda su miserable vida. Nadie mejor que él entendía lo que era estar contra la pared y que todo el mundo mirase el maltrato al que eras sometido sin tratar de librarte de la agonía.

Con su mano aún en el hombro ajeno, la condujo tras su cuerpo, posicionándose frente al hombre. Encarándolo. Estaba enojado, y sabía que eso no era bueno, mucho menos para enfrentarse a otro como él que tenía más experiencia.

El otro permanecía imperturbable. El joven lo analizó con la mirada para encontrar algún indicio que le ayudase a salir de forma calma de aquella situación. El mayor tenía porte. Más alto que él. Era de contextura más gruesa, y a pesar de que llevaba toda la piel cubierta por un elegante traje oscuro, era bastante evidente que su cuerpo estaba perfectamente trabajado físicamente.

Los ojos de aquel eran amarillos. Destacaban diabólicamente sobre su piel a pesar de ser tan pálida como la de él. Tenían el claro destello rojizo de aquel que anhela sangre humana.

—Dejemos las formalidades. No eres bienvenido, eso lo sabes. No parece agradarte que la haya marcado ¿Qué estás haciendo en mi zona? —Dijo él con su mirada fija en el mayor.

El hombre se aflojó levemente la corbata. Derrochaba fuerza y poder en cualquier leve acción. Llevaba el cabello grisáceo atado en una cola caída que llegaba poco más debajo de sus hombros. Miró al joven con desprecio, como si fuese poca cosa.

—Tú mejor que yo sabes que esto no terminará bien si te me opones. Eres un convertido aún muy joven. No durarás nada contra mí.

Alyssa sintió como si un balde de agua helada cayese sobre su cabeza. Sus vidriosos ojos observaron el perfil del joven frente a ella. Lo era. Él también lo era. Sintió que el mundo se escapaba de sus manos. “Quizás, solo quizás, al menos él me mataría rápidamente…” ¿En qué demonios estaba pensando? ¿Estaba ansiando su muerte? Su mirada se nubló. No tenía futuro. Su destino era morir esa noche de una forma u otra, o terminar en manos de un hombre que la haría sufrir todos los días de su vida hasta que ella muriese por causas naturales.

—Existen muchas mujeres en el mundo, incluso mejores dotadas que esta humana ¿Por qué perseguirla hasta el área de caza de otro? ¿Qué tiene de especial que estás dispuesto a romper los códigos por tenerla para ti? —Su voz delataba su genuina curiosidad.

El hombre frente a él no se inmutaba. Llevó sus manos a los bolsillos de su pantalón de vestir y la señaló con la cabeza.

—Estoy dispuesto a matar a cualquiera e incluso romper nuestros códigos sólo por la sangre de esa chica. Tú puedes decir por qué con solo olerla. No hace falta que tenga expuesta su sangre para saber lo dulce que es su sabor. Lo adictiva que es. Ella sola es un deleite a los sentidos para los de nuestra clase. Una droga como ninguna otra.

El joven frunció el ceño. De eso no había duda. Sabía que el hombre solo estaba destacando lo obvio, pues desde el primer momento supo que ella tenía algo distinto. Pero expresado de la manera en que él lo expresaba, le hacía pensar en lo primero que aprendió cuando se convirtió en lo que era. Él volvió el rostro para mirarla. Ella miraba el suelo hacia un costado. Su mirada estaba perdida, vacía y resignada, entregada a la muerte. Aún con esa expresión de desolación se veía como la tentación más apetecible que pudiese colocarse frente a cualquiera. Ella estaba dando la razón sin decir nada.

—Felicidades muchacho. —Musitó el hombre haciendo una pausa.

Sacó una pequeña caja del bolsillo interno de su abrigo, la abrió y extrajo un cigarro. Sacó un encendedor y encendió el cilindro para darle una rápida inhalación. Poco después exhaló el humo por sus labios entrecerrados. El joven había vuelto a mirarle.

— Es muy extraño que en toda una vida, un vampiro sea capaz de toparse con la mismísima Bloody Mary en persona.

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