Capítulo 115 – Furibundo diluvio.
Hänä recogió todo su cabello y cristalizó con rapidez un casco de hielo negro sobre su mano izquierda, para poder cubrir toda su cabeza y dejar solo visibles sus ojos a través de una visera que recordaba mucho a las cuencas vacías de un cráneo calcinado.
¡Tchi! –rezongó Jur, invocando también una espada de hielo, aunque de un profundo color azulado, admirando como la hechicera había logrado el oscuro color de sus espadas y armadura, a pesar de su aparente corta edad.
Te haces llamar el rey de todos los mares y ni siquiera sabes hacer algo como esto… Si eso –dijo Hänä, apuntando a la espada de Jur— es lo máximo que puedes hacer, la verdad es que deberías ser el rey de los charcos o de los lodazales.
La hechicera comenzó a caminar lentamente en torno al hombre, empezando lentamente a cubrirse de neblina el campo de batalla.
¡No me hago llamar así! –exclamó Jur con determinación, girando en su lugar para no perder de vista a Hänä—. Es como mi rey me ha declarado…
Maldita, no se va a ver nada así –refunfuñó Blaze, intentando disipar sin éxito la espesa niebla que rodeaba a los contrincantes agitando sus manos con fuerza, empezando a flotar en el aire para intentar ver desde arriba, siendo atacada por el maestro Hi con una bola de fuego que alcanzó a esquivar sin problemas—. ¿Cuál es tu problema, idiota?
¿Acaso estás intentando intervenir en su pelea? –preguntó Hi, preparando otra bola de fuego para arrojársela a Blaze.
No, solo estoy intentando… –dijo la maga mientras flotaba sobre el muro de niebla y miraba en todas direcciones, percatándose de que no se podía ver nada desde ninguna posición, cejando en su explicación al maestro de fuego atacante, bajando al piso para sentarse a esperar que el enfrentamiento terminara—. Qué aburrimiento…
Hi se enfureció con Blaze al confundir su aburrimiento por no poder ver la pelea con un desaire para con él, invitándola a pelear contra él en ese mismo momento, recibiendo esta vez una respuesta realmente despectiva hacia su persona.
Como si estuviera tan aburrida –dijo Blaze con cara de frivolidad, levantándose del piso, palmoteándose ambas rodillas—. Me voy a beber.
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Jur no dejaba de mirar a Hänä mientras lo rodeaba, notando como si una imagen residual de ella estuviera caminando detrás de la hechicera, solidificándose después de un rato. Al cabo de unos segundos ya eran diez hechiceras idénticas a Hänä que lo estaban rodeando, todas vistiendo armaduras iguales, todas portando la misma espada de hielo oscuro en su mano derecha, todas caminando en torno a él.
Este truco ya me lo sé, sería más efectivo si te movieras más rápido, así podrías haberme confundido entre cuál es la real y cuáles son las copias, pero no te he quitado la vista de encima –pensó Jur, mirando fijamente a la Hänä que tenía en frente y de la cual no había separado sus ojos desde que la niebla los rodeó.
Nueve de las diez hechiceras presentes se abalanzaron sobre Jur, quedando una esperando en el borde interno de la niebla. Jur sabía que esa era la verdadera hechicera, esperando para poder atacar cuando sus copias le interrumpieran la vista, limitándose a destruir las detalladas reproducciones con golpes de su espada de hielo, resultando ser solo cúmulos de agua que estallaron al contacto de su arma. Después de destruir a seis de las copias, recibió un ligero corte a lo largo de su brazo derecho y otro en su pantorrilla izquierda. La Hänä que él estaba seguro era la real se deshizo, cayendo al piso como si una burbuja de agua hubiera explotado, pasándole lo mismo a otra más. Quedó en frente de dos hechiceras del agua.
¿Cuál de las dos es la real? –escuchó Jur decir a Hänä, no sabiendo de cuál de las dos mujeres que tenía frente a él provino la pregunta, dado que ambas portaban casco.
Jur analizó las heridas que había recibido. Fueron dos ataques distintos y en diferentes partes de su cuerpo, además de ir en diferentes direcciones, por lo que determinó que al menos una de esas mujeres era la verdadera Hänä y la otra una copia cargando un arma. Se decidió y se abalanzó sobre una de las dos mujeres, atacándola con su espada, mientras le daba la espalda a la otra. Logró vencer con un solo y simple golpe a la mujer que atacó, resultando ser la copia restante, sabiendo que tenía a la verdadera Hänä detrás de él, valiéndose de la misma agua que componía la niebla para generar una estaca que atravesó la armadura de la hechicera cuando esta se aprontaba a atacarlo por la espalda, deteniendo su ataque.
Tú eras la real –dijo Jur, mientras la hechicera enfundada en su armadura dejaba caer su espada de hielo negro.
¿Oíste caer mi espada? –preguntó Hänä, con voz compungida.
Claramente, acaba de caer –dijo Jur, alejándose victorioso de la apuñalada mujer, comenzando a disiparse la niebla.
¿Y oíste caer la espada que portaba la copia? –preguntó Hänä, con voz burlona.
Jur notó tarde su error. La última copia que venció se desarmó en una masa amorfa de agua que cayó de inmediato al piso después de recibir su ataque, pero no escuchó una espada caer al piso; de hecho, ninguna otra dejó caer una espada al piso. Se giró para ver la armadura que había atravesado con su estaca de hielo, solo para encontrarse con la verdadera Hänä no portando su armadura y escondida entre la poca niebla que quedaba, recibiendo de improviso una explosión de esquirlas negras que atravesaron partes de sus brazos y piernas, no recibiendo ataques en órganos vitales, saliendo expulsado por la onda expansiva del estallido de la armadura vacía.
El corte en tu pierna fue un ataque que lancé desde la niebla, una delgada e imperceptible cuchilla de hielo, la copia que usaba la armadura y atravesaste se quedó una espada y la otra me la quedé yo –declaró Hänä, apuntando con su oscura arma al caído Jur para que no se levantara del piso—. Estás vencido.
Hänä se alejó victoriosa y calmadamente, disolviendo su espada oscura y dejándola caer al suelo, dándole la espalda al derrotado Jur. Alardeó despectivamente haciendo leña del árbol caído.
Si tan solo se tratara de poder, podrías haberme vencido, pero tu pobre control sobre lo que se supone sabes manejar con maestría demuestra que eres solamente un perdedor que tuvo la gran suerte de toparse con una mina repleta de oro, pero que no sabes cómo extraer para darle real provecho –declaró Hänä, deteniendo su caminar para dejar caer tales palabras antes de comenzar a retirarse del lugar—. Además, eres un cobarde e inútil…
¡Detente! –exclamó Jur, levantándose del piso, disolviendo las esquirlas de hielo que tenía ensartadas en el cuerpo, produciéndose varios sangrados de las múltiples heridas, aunque nada que fuera a matarlo prontamente.
¿Me detengo de caminar o de decirte tus merecidas verdades? –preguntó Hänä con una sonrisa levemente burlona, mirando con superioridad a Jur.
¡DETENTE! –volvió a gritar Jur con furia desatada, imponiendo su mano en la pequeña distancia que lo separaba de la maga.
¿Acaso quieres seguir pele…? –alcanzó a formular como pregunta Hänä, con ojos desorbitados ante los exasperantes e imperativos gritos del hombre, notando que ya no podía moverse a voluntad, quedando en la ofensiva posición que alcanzó a adoptar, pensando—. ¿Qué es lo que me pasa?
Me harté de ti, me aburrí de tolerar tus insultos, tu altanería, tu prepotencia, chiquilla mimada… Sí, el rey Baal me dio parte de su poder, sí, tienes razón, pero antes de conocerlo ya era reconocido por mis pares como un maestro del agua, no necesito de tu validación ni juicio para saber cuál es mi valía, me contuve contigo pensando en lo verde que estás y todo el camino que te falta por recorrer, no quería hacerte daño y tampoco quise que mi rey te humillara, por eso me disculpo –declaró Jur con ofuscación, levantando una gran masa de agua del río cercano y otra del mar que quedaba a varios kilómetros del lugar del enfrentamiento, viéndose como si fueran dos gigantescas olas que surcaban el aire prontas a colisionar, dirigiéndose a su posición—, pero no me disculparé por lo que te voy a hacer ahora.
Increíble, eso sí… que es… poder –masculló Hänä a duras penas, incapaz de mover desde su cuello hacía abajo, restringiéndose completamente sus movimientos después de eso, solo pudiendo expresarse con sus pensamientos—. Tengo que robarle su poder antes de que me mate con esa cantidad de agua.
El agua se acercó con rapidez a pesar de la distancia, haciendo que la gente de los alrededores huyera despavorida en todas direcciones, pensando que les caerían encima las inmensas masas de agua, produciéndose un griterío ensordecedor, lo que poco llamó la atención de Blaze, que ya se encontraba en un bar hidratándose con el dorado brebaje local.
¿Qué les pasa? Dejen relajarse, es muy temprano para esos bullicios –dijo Blaze con desdén, mostrándole la jarra vacía al tendero, pidiéndole otra ronda de cerveza, con la imagen de Albert aún en su mente, intentado despejarla o ahogarla en alcohol.
Hielo negro… ¡Hielo negro! Lo conocía antes de que nacieras, niñata –dijo Jur, llegando toda el agua que atrajo con sus poderes al sitio del enfrentamiento, encima de las cabezas de los retadores, quedando solo en las cercanías el maestro Hi, Cástor y Pólux—. ¿Hielo negro querías, era eso lo que pedías? ¡Eso es lo que vas a obtener!
Los dos volúmenes distintos de agua se mezclaron en el aire, comenzando un proceso de cristalización, para luego cambiar su color a un profundo y tétrico negro, formándose un gigantesco cubo de hielo oscuro sobre sus cabezas.
¿Estaremos seguros acá? –preguntó Cástor a su hermano, mirando con nerviosismo hacia el cielo—. Supongo que Jur lo tiene completamente controlado…
Creo que deberíamos movernos un poco hacia atrás, solo por si acaso –respondió Pólux, viendo el rostro de locura desenfrenada de Jur, no habiendo visto esta faceta en él, presumiendo que este era un hombre calmo y desapasionado.
El cubo de hielo oscuro se comprimió un tanto, resquebrajándose y dejando caer filosas y delgadas láminas negras que atravesaron el suelo como si este fuera una hogaza de pan fresco.
¡Muévete, muévete! –gritó Cástor, poniendo la palma de su mano en el pecho de su hermano para hacerlo retroceder, para evitar los afilados cristales de hielo.
Adiós, niña, pero tú te lo buscaste –dijo Jur, dejando caer con velocidad el cubo oscuro sobre la inmóvil e indefensa Hänä.
Hasta aquí llegué –pensó Hänä, resignándose—. Qué muerte más humillante.
Hänä cerró los ojos, como si hacer eso fuera a disminuir el dolor de ser aplastada por tamaño témpano de cálido hielo negro, pero este se detuvo a unos aproximados cinco metros de su cabeza. La hechicera abrió los ojos, sorprendida por no haberse desvanecido después de un estruendo que nunca llegó, viendo que Jur luchaba por seguir arrojando el cubo sobre ella, pero algo se lo estaba impidiendo, algo completamente invisible y, al parecer, más poderoso que el mago.
¡A…van… za! –exclamó con dificultad Jur, poniendo toda su fuerza en ello, incluso perdiendo el control sobre el agua del cuerpo de Hänä, permitiéndole a la maga moverse nuevamente, poniéndose a salvo de inmediato.
Una profunda voz que lo inundó todo tomó la palabra, reclamando por el agua que estaba siendo utilizada para intentar asesinar a Hänä.
¿Quién osa a tomar sin mi permiso parte de mis dominios? –dijo la voz, apareciendo una gigantesca mano etérea en el aire, la cual agarró el cubo de hielo y lo lanzó de vuelta al mar, produciendo lo que solo podía describirse como una apocalíptica salpicadura.
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