Bella luna…, ¿dónde estás?

Bella luna…, ¿dónde estás?

Saira

25/09/2021

Había una vez, una luna que tenía miedo del anochecer y, un cielo que, tenía miedo a la luz del sol.

La luna, en su temor, decidió no salir en la oscura noche y, el cielo, a su vez, decidió no ver el amanecer pues temía cegarse con los radiantes rayos del sol.

Fue así como se detuvo la noche y el día: en la tenue luz del alba. Todo era quietud, silencio, nada sucedía…

El tiempo pasaba y sólo existía la luz del alba en un inmenso silencio y vacío dónde absolutamente nada sucedía. Excepto una cosa: la luna, impasible ante la decisión tomada, sintió cierto consuelo, teñido de alivio, al no tener que enfrentarse a la oscuridad de la noche y, el cielo, por su parte, se complació con no tener que ver al sol que, para su gusto, era ostentoso pretendiendo acaparar la totalidad de su propio espacio.

Ninguno de los dos tenía pensado dar su brazo a torcer…

Y, mientras tanto, los días se sucedían sin noche y, las noches sin día…, hasta que ocurrió algo inesperado.

La luna, repentinamente, dejó de percibir su propio reflejo, no se hallaba a si misma. ¿Dónde estaba su brillante y hermoso cuerpo? Ni su luna llena, ni su creciente ni su cuarto menguante podía ver… ¡Ni siquiera, en su luna nueva, podía reconocer su falta de presencia! ¿Qué le había sucedido?

El cielo, por su parte, no fue menos. Súbitamente, había dejado de sentir su infinidad y, tampoco podía sentir la vida que antes llenaba su espacio. Ni siquiera el eco de su voz ancestral podía escucharse en él. Sentía ahogarse en un espacio coartado y asfixiante. ¿Qué le estaba sucediendo?

Al parecer, ellos no eran los únicos afectados… Pues el mar, también sufría la falta de la noche y del día… inmerso en la infinita luz del alba, sus mareas no se podían suceder. Entonces, la furia se adueñó de sus aguas, tachando al cielo de pedante y, a la luna, de cobarde.

El viento, no fue menos y, en su reproche, castigó al cielo con huracanes y, a la luna, le escupió basura para que pudiese verse reflejada en ella…

La luna, se sintió culpable y, dispuesta a pagar su pena, se lanzó al más profundo y oscuro vacío del universo dónde sólo la muerte podía sobrevivir.

Ante tal panorama, la tierra empezó a temblar de miedo. Temblores primero secos, angustiosos, cada vez más rápidos hasta hacerse irrefrenables al tiempo que su cuerpo se quebraba en múltiples brechas que partían su propio corazón. Ante su imperioso temblor, la furia del mar cedió de forma abrupta y, el viento se paralizó. La tierra gemía en su dolor en un estruendo estremecedor mientras su cuerpo se quebraba en infinitos ríos de lava incandescente. Mientras la tierra moría a sus pies, el cielo se dio cuenta de su error y, en su congoja, imploró perdón y, en su estallido, ocupó lo infinito de su espacio e invocó a los más viejos espíritus en un baile indómito y salvaje al tiempo que abrazaba a la tierra y ocupaba la totalidad de su espacio. Se rindió en alma y corazón para prestar su servicio al sol, entregándole la inmensidad de su cielo para que irradiase su luz.

El sol, en su agradecimiento, entregó su luz para que aquella luna que se hallaba sola y perdida en el infinito Universo, pudiese verse reflejada, pues él sabía que ella era bella y majestuosa y, simplemente, la amaba.

Se dice que, desde entonces, bailan el vals por la noche y, un tango por el día y, a la luz del alba, con el silbido del viento y la caricia de las olas, hacen el amor.


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