SOLO

Siempre tiritando, incluso cuando el sol pasea por estas calles. Barba de mil días, arrugas en los ojos, alma en remojo, pies sin cosquillas. Buscando en el cielo algún sueño roto.Hombre sin rumbo, ni patria, ni casa. Alcohol y tabaco es lo que tiene para comer. En su mano izquierda, el segundo tomo de una vencida enciclopedia. En su derecha, un dedo acusador. En su corazón cuelga el cartel de Se vende. Nadie hace nada. Se ha vuelto cotidiano, con lo cual, insignificante a los ojos de los bigotes distinguidos que atestan su calle. Siempre allí, envuelto en cajas de embalaje, unos días mojadas, otros días resquebrajadas, algunos días invisibles. Tal vez unas monedas, o tal vez ninguna. A veces molesto, a veces molesta. Borracho imperecedero, loco de vocación y albañil de profesión. Fue padre y esposo algún día. Hoy, según él, Carlomagno.


NOCHE

Nadie nos veía, ni siquiera la luna. Escondidos en noventa centímetros con el consuelo de sobrarnos cuarenta. Soñando donde todos duermen con los ojos despiertos del que no quiere dormir. Hincando en tu pupila mi bandera blanca. Rindiéndome al regazo de tu pecho, esperando otro rayo de sol posado en tu mejilla, imaginando tu primera sonrisa, preparándome para el inevitable escalofrío del abrir de tus ojos.


VIDA MAQUILLADA

Otra mañana sin recordar otra noche. Dos siluetas marcadas en el colchón, la suya, y la de alguien sin nombre ni cuerpo ni rostro. Sólo olor. El olor del perfume impregnado en cada centímetro de las sábanas, mezclado con el hedor de decenas de cervezas derramadas y centenas de colillas consumidas. Dos vasos en el suelo. El suyo, medio vacío. El de ella, medio lleno y manchado de rojo carmín. Él desnudo. Su ropa esparcida estratégicamente durante todo el trayecto desde la entrada hasta la cama. Ella sin nombre ni cuerpo ni rostro. Bebió del medio vacío vaciándolo por completo. Recogió la ropa y recorrió la casa. Entró en el baño y se detuvo ante el espejo manchado de rojo carmín. Hijo de puta escrito de lado a lado y de arriba abajo. Sonrió. – Otra más, se dijo. Volvió a la habitación y acabó de llenar el medio lleno. Sonó el móvil. Otro día en busca de otra silueta. Salió de la casa en la que ya no había perfume, sólo hedor, y en el suelo dos vasos. El de ella, lleno. El de él, vacío.


«FINDE»

El tenue resplandor del fuego encendido. El tibio calor de la madera en brasas. La noche entrando por la ventana. La luz ahogada. Las puertas cerradas. El olor a montaña fresca y madera vieja. La primera rayita de cobertura móvil a cincuenta kilómetros. La segunda a cien. Los pies descalzos. Las copas de vino llenas. La ciudad en el olvido. La leve música de tu voz en los oídos. La suavidad de tu mano derecha sobre mi hombro. La delicadeza de tu izquierda jugueteando con el dorado de tu pelo. Dos lagos embotellados en tus ojos. Todo lo que merece la pena encerrado en tus labios cuando pretenden sonreír. La noche pasando serena. Tu cuerpo adherido al mío y el peso de tu cabeza sobre mi pecho. Las brasas humeando. Las copas vacías. Tu sueño junto al mío. Dormidos con las ganas de que nada ocurra, ni siquiera el tiempo.


¡SILENCIO!

Un aula repleta de adolescentes y molestas voces, siempre a destiempo. Quiero silencio. ¿De verdad es tan difícil? Miro tras la ventana y veo el roble. Me concentro en la rama. Calculo mi peso imaginando el punto de sujeción perfecto. Me veo pendiendo. Las voces me devuelven a mi realidad. Sólo pido cuarenta minutos de silencio y largarme. No pretendo ser su amigo, sólo su maestro. Hoy citaré a otro a mi casa. Al más desaventajado, o al más molesto, no lo sé. Allí sí escuchará en silencio mi enseñanza. Ya son dos en la improvisada aula de mi sótano. Sus apagados ojos al frente ni pestañean. No hay murmullos inoportunos ni risitas excedidas. Silencio en mis clases. Sólo mi voz. Hoy serán tres, sentados en sus pupitres de madera, atendiendo. A las cinco llega mi nuevo alumno. Mi tercera tráquea seccionada. Quiero silencio. ¿De verdad es tan difícil?


EL ESCUADRÓN INVENCIBLE

Atravesó el pasillo con la misma cabeza rendida, los mismos dedos burlones y las mismas risas crueles de cada día. Al tercer codazo logró salir al patio. Desenredó el hilo temblando. Ensambló la cruz de madera tensando aquel halcón dibujado. Esperó la ráfaga perfecta y liberó el rombo de plástico. Las risas agolpadas se fueron acallando. Admiradas con aquel vuelo, exclamaron en la primera pirueta y aplaudieron en la segunda. La siguiente mañana, tres cometas más planeaban al lado de su halcón como un escuadrón invencible, devolviendo las risas a ese patio, incluso las suyas.

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