Capítulo 2
Celeste Cielo
“De todas las personas, nunca creí que tú me buscarías para algo así” fueron las molestas palabras con tono burlesco y sarcástico que profirió la persona a quién menos quería buscar para “algo así”.
La verdad es que no tenía opción, es decir, cuando una persona se ve acorralada ante una situación es de su plena naturaleza recurrir ante la ayuda de alguien más (aunque esta ayuda nunca llegue) y yo pues, no iba a ir en contra de mis instintos y para ser sincero, no tenía otra opción y no quise arriesgarme acudiendo a alguien que no conociera.
– Bueno, entonces… ¿Puedes o no? –pregunté con un tono aseverando mi molestia-.
– ¡Claro! –respondió-, pero debo aclararte que…
– Sí, lo sé, tiene su costo, deja de farfullar tanta onda y dime de una vez cuánto será –replicaba tratando de hacerle notar que no estaba contento desde ya con el precio-…
– Bueno –dijo-, siendo tú y por el hecho de que seguido compras mi mercancía…
– Por favor no hables de una forma en que las personas puedan mal entender, después de todo estamos en un parque y la cara que puso la señora que acaba de pasar con su hija me preocupa… Quien quita y llame a la policía pensando que soy un oficinista buscando droga –y al terminar de hablar, el sujeto que estaba sentado a mi lado en la banca de aquel parque no pudo más que reírse de mi habladuría-. Por favor, no te hagas el inocente… En el último concierto vi como tú y “tus amigos” estuvieron zampándose en la nariz el montón de polvos y no me digas que era talco porque desde luego eso no se usa de esa manera…
– ¿Me creerías si te digo que era harina? –me dijo con cierta ironía-.
– Sí, claro, y yo nací anteayer –diciendo esto ambos reímos-.
– Serán tres grandes -me dijo después de recuperar el aliento de la carcajada-.
– Grandes… ¿Tres o cuatro ceros? –pregunté-.
– Tres –respondió-, ya hiciste la mayoría del trabajo hackeando la base de datos de la municipalidad así que lo único que deberás hacer es pagarme y luego tramitar los documentos oficiales…
– Tres, eh –dije dejando salir un suspiro y deslizándome un poco hacia abajo sin caerme-… ¿Te puedo pagar en 100 pagos de 30?
– No –respondió severamente y a lo cual deje ir un chasquido-.
– Tenía que intentarlo –dije-.
– Si aceptara negocios así, moriría de hambre –reclamó-.
– Ah… Te puedo dar la mitad antes de hacer el trabajo y el resto cuando hayas acabado –le dije-.
– Oh… Creí que me pedirías descuento –dijo con cierta maña mientras sujetadas ambas manos agachaba el torso y me dirigía una mirada fulminante-.
– ¡Ah, claro! He considerado el descuento que me podrías dar, no es necesario preguntar, el resto del dinero es para comprar tu silencio –terminé diciendo a lo que hizo que ahora él chasqueara con cierto inconformismo-. ¿A vos nadie te gana verdad?
– ¿Quieres que te siga comprando camisas en los conciertos o no? –aseveré-.
– ¡Eres un maldito zorro! –dijo molesto y alzando la vos- ¡Está bien! Pero que sepas que si veo un centavo menos de lo acordado no pienso hacer el trabajo ¡y tampoco devolverte el dinero!
– Si yo soy un zorro tú debes ser la perfecta sanguijuela –repliqué-.
– Bueno, da igual ya… ¿Tienes los datos? –preguntó- Me estoy aburriendo de ver como juegan futbol los tipos de allá –dijo viendo a un grupo de personas que estaban en la cancha de tierra de aquel parque y pues, es tal como él dijo, el modo en que estaban jugando futbol era realmente aburrido-.
– Sí, acá tengo los datos, incluso la foto… Tuve que llamar a un amigo que es profesional en fotografía para que pudiera tomarla y, por otro lado, creo que esa gente está jugando así porque no quieren que la pelota caiga en la calle o en las casas del derredor…
– ¡Aun así debería haber sangre! –exclamó con fuerza- ¡Si no hay sangre no sirve! –“y he aquí con ustedes un ferviente fanático del deporte más famoso del mundo”, pensé-.
– Anda a reclamarle a ellos no a mí –dije mientras vi como abría el sobre que le di y observaba los datos dejando ir un silbido de asombro-.
– ¡Vaya, que hermosura! –exclamó-.
– Te van a pegar -le dije-.
– No, si no le cuentas –dijo, a lo cual esbocé una sonrisa burlona-. ¿Y de dónde ha salido tal belleza? –preguntó-.
– Los tres grandes no implican dar más información de la que te estoy proporcionando, pero… Digamos que es una extranjera que está huyendo de un país conflictivo, la encontré en la calle pidiendo pan y la acogí en mi hogar.
– ¡Esa ni los muertos te la creen! –replicó y yo chasqueé nuevamente-. Te hubiera creído que me dijeras que es una prostituta indocumentada o algo así…
– ¿Por qué todos los de tu calaña sólo piensan en prostitutas? –pregunté mientras le dirigía una mirada de misericordia, no hacia él, sino a su novia que gracias al cielo no estaba presente en ese momento-.
– Cambiando de tema –dijo haciendo notar que le molestó mi comentario-, ¿para cuándo necesitas que esté listo?
– Lo más pronto posible, el dinero te lo depositaré hoy mismo, el resto cuando tenga los documentos en mano.
– Dando y dando, ¿no? –dijo interrumpiéndome-.
– Desde luego, no te estaría pidiendo esta clase de ayudas si no tuviera el dinero, pero te aclaro, estoy invirtiendo todos mis ahorros en esto –dije con plena sinceridad, una sinceridad del 99.99%-.
– ¿Me ves cara de ladrón? –dijo con un tono sereno-.
– No, pero no está demás ser un poco desconfiado –dije-, nos conocemos desde hace algunos años, pero tampoco me puedo dar el lujo de arriesgarme a perder una pequeña fortuna que podría servirme en tiempos de necesidad –terminé diciendo-.
– Vaya tipo –dijo-, pero la verdad es que… Viendo su foto entiendo porque te estas arriesgando a hacer algo así –dijo después de una breve pausa-. Te debe importar mucho, ¿no? –a su pregunta vino un breve silencio de mi parte y él sólo se río, se despidió de mí y se marchó-.
– ¡Hey! –grité cuando ya se encontraba un tanto lejos-.
– ¡¿Qué?! –me gritó al voltearse-.
– ¡No te gastes todo en talco para bebé! –grité con tono burlesco a lo que él respondió sacándome el dedo y yo no pude más que reírme de eso-.
“Yace unos días de eso”, pensaba mientras estaba frente a mi computadora del trabajo y veía que se acercaba la hora del almuerzo, en la mañana al despertar no pude despertar a Celeste por más que lo intenté y me estaba preguntando si habrá visto el desayuno que dejé en el refrigerador.
Lo que me trajo a mis memorias el hecho de que fue todo un reto enseñarle a usar el microondas, aunque en parte no me preocupa que lo arruine… Al menos eso si es mío.
“Hey”, dijo mi compañero de al lado, Wilber. Le devolví una mirada condescendiente mientras vi que me extendía una lata de jugo recién sacada de la máquina expendedora.
– Me das un jugo helado en un día helado –le dije mientras lo agarraba con cierta confianza-.
– ¿Y qué puedo hacer? –reclamó-, a ti no te gusta el café y dudo que quieras alcohol dado que tampoco bebes.
– No se puede beber en el trabajo -le dije mientras seguía tecleando tal cual un obseso haría al escribir una novela en una computadora-.
– Y a mí me lo dices –replicó-.
Era ya hora de almuerzo cuando vi que todo mundo empezó a salir para consumir sus “sagrados alimentos” mientras que yo, no tenía hambre, tenía otra cosa en mente.
Abrí otra pestaña del navegador y puse las palabras claves “alquiler apartamentos San Salvador” y entré en el sitio que solía frecuentar para buscar cosas usadas o alquileres de todo tipo. Justo cuando estaba por poner en el filtro de búsqueda “Habitaciones: 2” sentí un golpeteo en mi espalda que me sacó un leve susto… Era mi jefa inmediata.
– ¡Hey! ¿Qué haces? –me dijo con toda confianza-. ¿No vas a almorzar?
– Ah… Sí, quizá en unos minutos, la verdad no tengo mucha hambre –dije tratando de minimizar la ventana del navegador cuando ella acerco su rostro a la pantalla-.
– ¿Buscas apartamento? ¿Quieres uno más cerca del trabajo? ¿O te han dicho que le van a subir al alquiler? Donde yo vivo están con eso y uf –exclamaba mientras se daba aire con las manos y dejaba entre abierto su saco de oficinista-… Me está sacando de quicio eso, no gano lo suficiente para darme ese lujo de pagar alquileres altos y además…
– Jefa, lo busca el jefe de ventas –dijo otro de mis compañeros, era de los que apenas si trato-.
– ¿En serio? ¿A ésta hora? ¿No te dijo qué quiere? –preguntaba y preguntaba-.
– Ni idea –respondió el pobre tipo mientras se limpiaba los lentes y se me quedaba viendo con cierta desconfianza, “y a éste qué le pasa…”, pensé-.
– Bueno, ni modo –dijo mientras se levantaba y salía-, hablamos luego y ¡ah!… Por cierto, el modulo que hiciste la semana pasada parece que ha solventado el problema del proyecto que colocamos en producción la semana pasada, ¡buen trabajo! –dijo y se marchó-.
– Como que si esas cosas me alegraran –dije con voz baja y proseguí con mi búsqueda-.
Tal como había imaginado, los alquileres de apartamentos con dos cuartos eran más caros y una casa con dos cuartos estaba también fuera de lugar, eran precios más cómodos, pero eran en zonas donde la seguridad era bastante baja.
“¡Qué problema!”, pensé, algunos apartamentos eran más baratos, pero no tenían el servicio de lavandería o los otros beneficios que tenía el apartamento donde vivía, aunque, siendo sincero, nunca había hecho uso de la piscina por lo que podía vivir sin eso o incluso de otras cosas que nunca vi necesarias.
En ese momento empezó a sonar mi teléfono y reconocí el número al instante.
Esa misma tarde me reuní de nuevo con aquel sujeto con el que estuve hablando en el parque días atrás, solamente que esta vez estábamos reunidos en un bar.
Aquel sitio no me era desconocido, la verdad es que solía frecuentarlo seguido debido a los conciertos que se suelen darse ahí, desde bandas nacionales hasta bandas internacionales, aunque suelo ir más a las internacionales…
Aquel sujeto que tenía más de media hora en esperarme, por lo que apenas llegué sacó un sobre de su mochila y viendo a los alrededores se dispuso a explicarme toda la documentación que contenía aquel sobre, me dijo claramente que no me pensaba repetir nada de lo que me estaba diciendo y que tratara de recordar todo lo que me estaba diciendo.
Cuando terminó de explicarme todo aquello, me hizo una señal con la mano que daba a entender que era un “haber, dámelo” y saqué de mi mochila un sobre de carta sin sellar con el resto del dinero; luego de dárselo se dispuso a contar con ahínco y me dijo “Ok, todo en orden” y se retiró dejándome el sobre del que estuve hablando antes.
“No olvides comprarme una camisa en el siguiente toque” dijo y se retiró con una cara enorme de felicidad mientras yo miraba seriamente aquel sobre y dejaba ir un profundo suspiro.
Al llegar a casa, Celeste se sorprendió de verme llegar temprano y me preguntó a qué se debía eso:
– Pedí permiso en el trabajo, alguien me dio algunas cosas que necesitábamos y pues, quería aprovechar la tarde para hacer varias cosas –le dije-.
– ¿Necesitábamos? –preguntó ella con cierta desconfianza-.
– Sí, de hecho, alístate, vamos a salir –dije-.
– ¿Alistarme? ¿Con qué ropa? –pregunté-.
– Pues, tendremos que comprarla –repliqué-.
Así pues, llevando apenas una camiseta azul y un pants un tanto flojo fuimos a la comercial más cercana y a la primera vendedora que vi le dije que le diera un conjunto completo.
No sé porque, pero aquello de pronto se convirtió en un desfile de modas que tomó alrededor de una hora y media, aparentemente la vendedora dijo que al ser ella bastante bonita no estaría satisfecha de no verla con algo sublime a su belleza y dejara a su novio “encantando”; estuve de acuerdo con su impresión a excepción de que no era su novio…
Al final la vendedora salió dejando ir una exclamación como si presentará a su reina ante algún plebeyo y bueno… No podía negar el hecho de que ella estaba bien vestida si lo comparo a como estaba vestida antes.
No sé mucho de ropas de mujeres, pero la verdad es que estaba realmente encantando por como Celeste vestía. Si bien ella me ha insistido mucho en que es una hechicera, no exagero al decir que me tenía un poco “hechizado”.
El conjunto que llevaba puesto era realmente algo de admiración, tenía una blusa blanca desmangada que apenas si dejaba al descubierto sus hombros y un poco la parte arriba de su pecho, al nivel de las axilas. Tenía un jeans ajustado azul y unos zapatos de lona cafés que hacían juego con el resto de la ropa (la verdad no sabía que vendían zapatos en esa tienda).
“¿Te gusta?” me preguntó ella a lo cual únicamente pude asentir y siguió diciendo cosas como que era bastante cómoda esa ropa, aunque no estaba acostumbrada y que incluso la ropa interior se sentía muy a gusto. “¿Ropa interior?”, pensé.
“Ustedes deben ser realmente una pareja muy unida, ¿verdad?”, dijo la vendedora, a lo que me hizo preguntar porque lo decía, “Vaya”, dijo, “es que se quieren tanto hasta el punto que comparten hasta la ropa interior”.
Eso me hizo sonrojarme tanto que solo le dije que me cobrara, pagué en caja y me fui de ahí halando de la muñeca a Celeste con sumo cuidado tal y como hiciera cuando salimos del apartamento.
– Dime –dijo-, ¿realmente me veo bien con esta ropa? –preguntó con cierta timidez-.
– Sí –le dije mientras no paraba de dejar de pensar lo incomodo que pudo haberle resultado a la vendedora ver que ella no tenía ropa interior adecuada y descubrir que tanto los boxers, la camisa y los pants, eran míos-. Dime –dije después de una breve pausa-, ¿le dijiste algo a ella acerca de la ropa?
– ¿Sobre ésta? –preguntó Celeste-.
– No –le respondí-, la que llevas en la bolsa café.
– ¡Ah! –dijo soltándose de mí de repente-. No… ¡En realidad nada!
– En serio –le dije tratando de no perder la compostura-. Y pues –empecé a hablar en voz baja- ¿y ella te dijo algo? –pregunté tratando de ocultar mi rostro-.
– ¿Cómo? -me dijo-.
– Olvídalo, debemos darnos prisa o no llegaremos a tiempo.
– ¿A dónde? –preguntó ella mientras me seguía el paso sin necesidad de que yo la tomara de la muñeca para que me siguiera-.
– A registrarte –le dije, mientras ella me miraba confundida-.
Al llegar al Centro de Registros, presenté la documentación correspondiente a la persona que nos atendió y le dije que Celeste era extranjera y que no tenía mucha idea de cómo eran los trámites del país, traté de aclarar todo lo posible a modo de que no le hicieran preguntas al respecto.
Antes de entrar, le expliqué todo en el camino a Celeste, le hablé de aquel sitio y también le expliqué qué era un documento de identidad y del por qué debía tenerlo, así como también las posibles respuestas que debía dar en caso le preguntaran algunas cosas que, desde luego me tomé la molestia de adelantarme y darlas a la persona que nos atendió en la entrada. Aunque en parte eso no servía porque eran otro los que al final hacían la mayoría del trabajo.
Únicamente restaba esperar afuera del edificio.
Siendo temporada de lluvias, la verdad estaba un poco intranquilo y no porque, a pesar de que estaba bajo un toldo y no me estaba empapando mucho y digo… No mucho porque los zapatos y las mangas del pantalón se estaban empapando a toda ley. Estaba intranquilo porque no quería que se dieran cuenta que toda la documentación era falsa y de que algún modo se dieran cuenta que los registros de ella estaban fuera de sitio o que incluso, intentaran comunicarse con la embajada del disque “país extranjero” del que venía para saber algo adicional a los documentos que entregué…
Porque, de hecho, soy programador y aunque hubo un tiempo en que fui un hacker empedernido, había perdido práctica y los niveles de seguridad de otro país me dieron lata, modificar los registros de la municipalidad fue pan comido… Bueno, no tanto… Pero los de otro país fue realmente una vil basura…
De pronto la lluvia cesó y el cielo empezó a aclarar, el limpio color celeste del cielo empezó a relucirse ante la mirada de todo mundo y me puse a pensar en el tiempo que llevábamos juntos, un tiempo en el que nunca hemos sido íntimos hasta ayer en la noche (aunque no sé si deba llamar “intimidad” a eso); pero lejos de eso, ella no ha pensado en nada más que en volver a su hogar… “¿Realmente valía la pena éste esfuerzo?”, pensaba mientras me imaginaba la posibilidad de que en estos momentos la tuvieran encerrada en un cuarto haciendo un sinfín de preguntas acerca de la documentación que entregué, que de pronto me llamarían y que incluso me sujetarían e intentarían apresarme…
La verdad, nunca me puse a pensar en las consecuencias.
“Falsificar su información para que ella pudiera vivir una vida normal en nuestra sociedad”, ¿qué demonios estaba pensando?, de verdad vale la pena sacrificarse por alguien que solo te da dolores de cabeza, pasa holgazaneando todo el día y no te da más que problemas… ¿Acaso esperaba obtener un beneficio de esto? ¿Su consideración? ¿Su amabilidad? ¿Su amor?
Me restregaba la mano en la cabeza ante todas las ideas que se me venían en ese momento, incluso recordé la conversación que tuvimos de la ropa a la salida del centro comercial. No me puse a pensar si la gente nos vería raro o si alguien tuvo la intención de llamar a la policía al verme arrastrándola de un lugar para otro.
De pronto escuché una voz que dijo “Jove, su bolsa se está empapando” y vi hacia un lado y era una anciana que al igual que mí, estaba esperando a alguien que saliera del centro de registros y mientras ella señalaba hacia abajo, vi la bolsa donde estaba la ropa sucia que tenía antes ella puesta y vi como uno de los charcos que se formó con la lluvia estaba mojando la bolsa.
Di gracias a la señora y tomé la bolsa con mis manos y me sentía un poco escéptico ante aquella situación, me decía “No seas tan negativo, está tomando tiempo debido a que es ‘extranjera’, no es como si hubieran descubierto el engaño”.
“Ah… Con un demonio…” dije en voz alta y la anciana se me quedó viendo raro, por lo que no pude más que quedarme callado y mirando hacia otro lado.
Al momento de estar en un punto en que estaba descubriendo que era una persona poco paciente, salió ella un poco más peinada de como cuando entró y me dijo “me peinaron”.
– ¿Cómo fue? –pregunté-.
– Me dijeron si me acababa de levantar y una señora me peinó antes de que me arrojaran un hechizo –me respondió mientras veía que me miraba entusiasmada y con el sobre que antes tenía yo en sus manos-.
– ¿Hechizo? –pregunté mientras la apartaba del resto de personas que se quedaron anonadados cuando ella dijo la palabra “hechizo”-, ¿de qué hablas?
– Mira –dijo mientras me enseñaba los papeles que le dieron y su documento de identidad-, soy yo, ¿no?
– Ah… Te refieres a la foto –dije mientras sentía como un alivio venía de pronto a mí y dejaba que mi mano derecha se posara en mi frente-.
– ¿Qué te pasa? Te veo un poco pálido y sudado -me dijo-.
– No, nada –repliqué-, es sólo que… Estaba pensando que ese ha de ser el documento de identidad más caro de la historia de éste país –decía mientras sonreía con un descaro recordando las noches de desvelo intentando inyectar información en los cientos de bases de información que encontré, así como el dinero que le di al tipo de las camisas-.
– ¿El más caro? Si me dijeron que la primera vez es gratis –dijo ella mientras tomaba la bolsa de la ropa y metía el sobre con el documento dentro de esta.
– Sí, lo sé. Dime, ¿tienes hambre? –pregunté tratando de eludir el tema del costo-.
– Sí –me respondió-.
– ¿Te apetecen unas pupusas? –le dije, a lo que ella asintió emocionada-.
– Celeste Cielo, ¿eh? –me dijo mientras me volteé para tomar rumbo a una pupusería cercana-.
– Ah, sí… No se me ocurrió otro apellido –le dije-.
– Me dijeron que era un bonito nombre, un bonito nombre para una persona bonita como yo –dijo, mientras pensaba “qué le pasa a éste país que últimamente tienen cierta condescendencia con todo lo que es bonito”-.
– Ya veo –respondí a secas mientras reanudaba la marcha y ella trataba de seguirme el paso-.
– Este… ¿Cómo se te ocurrió?
“¿Cómo se te ocurrió ese nombre?”, me preguntó también el tipo de las camisas y pues, eso también me preguntó yo. Creo que fue porque, cuando estábamos en el gramado cuando la aparté de la calle cuando estaba a punto de ser atropellada, lo primero que vi fue el cielo celeste y trataba de no perder la consciencia en ese sitio debido a la adrenalina del momento.
Después de aquello, no sé si fue por la emoción del momento, pero ella fácilmente accedió a regresar a mi apartamento. Recuerdo que la hice sentarse en un sillón y acercando una piecera, me senté frente a ella y le di un poco de té de manzanilla para calmar los nervios.
– Bueno, antes que nada, disculpa si te sorprendí antes –le dije-. Y… Como te habrás percatado, ésta no es tu casa y no sé cómo habrás llegado aquí, pero…
– ¿Entonces dónde estoy? -dijo ella tirando la taza al suelo quebrándose ésta y ensuciando al mismo tiempo el piso-.
– Pues –proseguí diciendo a pesar de ese desastre-, creo que ambos estamos muy confusos con lo que está pasando, no sé si vendrá la policía o el casero a reclamarme algo…
– ¿Policía? ¿Casero? –preguntaba ella-.
– Pero creo que deberíamos empezar desde cero –me enderecé y dejando de lado el nerviosismo, me propuse a presentarme-: Mi nombre es Kevin Gómez y ésta es mi casa, en estos momentos te encuentras en un apartamento justo en el quinto piso de un edificio ubicado en San Salvador, El Salvador, Centro América, continente americano, en el planeta Tierra, ubicado en un rinconcito de la galaxia conocida como “La Vía Láctea” –creo que me “pelé” con esa explicación y lo puedo notar por la forma en que me mira-.
– Creo que me bastaba hasta la parte de continente americano –dijo-.
– Sí, tienes razón –le respondí dándome cuenta que era yo quién necesitaba tranquilizarse más-.
– Yo soy Celes Teur Ania de Mneiae –si alguien quiere imaginarse mi rostro ante aquella revelación pues, ríase porque de seguro tenía una cara de asombro que de seguro daba risa-.
– Celeste, un gusto en conocerte –dije mientras extendía mi mano-.
– Es Celes Teur Ania de Mneiae –dijo enojada golpeando mi mano-.
– ¿Quién demonios se va recordar de un nombre tan complicado como ese? –repliqué levantándome de mi asiento-.
– De donde yo vengo este tipo de nombres es muy común, es más, ¡el tuyo es el que me parece raro! –dijo alzando la voz y levantándose de su asiento-.
– ¡Discúlpate con todos los Kevin y Gómez del mundo! –enfaticé con demencia y de una forma infantil-.
– ¡Entonces discúlpate tú antes con mi madre y mi padre que se esforzaron en darme un bonito nombre y me hicieron llevar orgullosamente el apellido Ania de Mneiae!
– ¡A eso llamas un apellido! Espera… La verdad es que hay nombres más complicados… Tienes razón –dije tratando de recuperar la compostura-. Lo siento, no quise ofenderte –le dije al mismo tiempo que ella me daba una bofetada que me arrojó al suelo y al verle la cara para reclamarle vi que estaba llorando-. Realmente, perdóname… En este momento debes estar muy confusa con lo que está pasando, creo que me sobrepasé un poco.
“Oye, me escuchas”, decía la voz de Celeste mientras trataba de decirme que clase de pupusas debería pedir. Sin sentirlo mucho, estábamos en una pupusería de la calle y la noche ya se estaba cerniendo sobre nosotros y me preguntaba si el efectivo que tenía en mano alcanzaría para un taxi para ir de regreso al apartamento.
“Porque no pruebas la pupusa loca” le dije, a lo que ella me empezó a decir que en el menú que le habían dado (conste, lo menús son raros en las pupuserías y sobre todo las de calle), decía que era una sola y le expliqué que la pupusa loca era un enorme pupusa y que una sola de esas le bastaría para llenarse hasta el punto que quizá no querría desayunar, por lo que la sola idea de no desayunar le desanimó un poco y pidió de las normales.
Me dio un poco de risa porque recordé la primera vez que llevé pupusas a la casa y las probó. La verdad no sé cómo será el mundo del que viene e incluso si podrá regresar a éste, pero mientras tanto me siento un poco más tranquilo al saber que (aunque por medios nada éticos) ya no era una indocumentada y que ahora podría cubrir todas sus necesidades sin problemas.
“Por cierto” me dijo, “porque en el documento que diste dijiste que tenía 24 años si en realidad tengo…”, ante aquello le cambié el tema y traté de asegurarme de que nadie la hubiera escuchado. De solo recordar su edad real me puso la carne de gallina y realmente me dio risa.
“De verdad eres de otro mundo”, pensé mientras empecé a disfrutar de aquella peculiar cena.
OPINIONES Y COMENTARIOS