El último adiós a Tía Marta fue agradable, ella lucía dentro del ataúd casi como en vida, una vida de joyas y glamour. Viuda de un Senador peronista e hija de una familia adinerada estuvo en constante presencia de personas elegantes y aristocráticas, y su lecho de muerte no sería la excepción. Los hombres de traje y corbata negra con camisa blanca, desprolijos, ya que sufrían por la pérdida; las mujeres llevaban variedad de vestimentas entre traje sastre, falda o vestido en negro o gris, y un pañuelo en sus manos así secarse las lagrimas que caían incipientemente. Le obsequiaron alrededor de cinco coronas de flores, rosas blancas, rosas y rojas, por parte de personalidades influyentes, periodistas, empresarios y políticos.

— Disculpe joven ¿Puede traernos mas té para nosotros cuatro —me dijo un señor gordo y petiso, quien me confundió con un trabajador de la funeraria.

— Si, ahora vuelvo —respondí, sin ganas de explicarle que yo pertenecía a la familia. Servicial a mi Tía y los suyos hasta el ultimo día.

Una vez oculta en un Panteón del Cementerio de la Recoleta me retiré hacia mi hogar, al salir del sitio pude escuchar mi nombre en una conversación ajena.

— ¿Es usted Roberto Martinez? —dijo un señor alto que tenía un maletín en su mano derecha a un primo mío que hace tiempo no veía.

— No, se equivoca. Roberto se encuentra por allá —dijo, en señal hacia mi.

Al voltear observé que era el Dr. D’Onofrio, abogado de la familia, con quien compartí varias cenas en casa de la Tía. El Doctor me comunicó que se encargaría de la división de la herencia, y que mi nombre formaba parte del testimonio, pero que no podía comunicar su contenido hasta formalizar algunos papeles. Sacó una tarjeta de su estudio de abogados, y me dijo que llame al número de teléfono el viernes próximo.

Al llegar a mi departamento entendí que ya no debería renegar del futuro. Todos mis problemas económicos de los últimos cuatro años ya habían quedado en el pasado. Respire profundo, con calma, con el andar de quien solo piensa en sus objetivos sin preocupaciones. Podría terminar la carrera de Letras sin necesidad de trabajar nueve horas diarias como repositor en un hipermercado para saldar deudas, expensas y vivir. Sonreía, mientras cocinaba pollo al horno para cenar en la espera de una amiga, al imaginar que tal vez este departamento que era de la tía ahora sería mío, o con otras propiedades, o alguna importante suma de dinero, reliquias o automóviles; mi mayor objetivo era la mansión aunque bastante improbable. Cocine con ánimo, y mi amiga lo noto.

— Ay esto es increíble, enserio —dijo ella—. Jugoso…y las papas también… crocantes.

— Que bueno que te gusten —dije yo— creo que cuando uno se encuentra bien en la vida hace todo mucho mejor.

— Así no cabe ninguna duda de que me quedaré a dormir… aunque ya era obvio —dijo ella, con una sonrisa pícara—. ¿Pero Tenes algo para contarme, se te nota en los ojos?

— No quisiera dar nada por seguro, pero quizás a partir de ahora tenga tiempo de poner el foco en escribir, estudiar, publicar… hacer una carrera como se debe.

— Eso está muy bien, te lo mereces.

Luego de comer y beber algunas copas de vino fuimos a la cama, terminando un excelente día.

El viernes resuelto me encontré con el abogado en su estudio, quien al sacar el testimonio también tomó del sobre una llave, la llave de la mansión. Y comenzó a leer, mientras pasaban los minutos yo no encontraba sentido a mi presencia, no me mencionaba en ningún párrafo. Dijo que salvo la mansión todas las propiedades, capital, objetos de valor y automóviles estarían a la venta, y el dinero sería parte para beneficencia y parte para el Partido Justicialista. Pero en el último renglón del último párrafo de la última hoja dijo:

— “A mi sobrino Roberto Martinez, le pido que cuide la Residencia de Boedo hasta que se fije la posesión de dicha casa a su prima Lucia Concepción Anchorena Alzaga” —dijo el abogado.

Luego de un momento de silencio, sin poder mencionar ninguna palabra, el abogado finalizó.

— Bueno, eso es todo.

— ¿Eso es todo? Fíjese que debe haber algo mas allí, quizás algo se traspapelo —dije, en señal al sobre dónde sacó la carta—. ¡Fíjese! ¡Fíjese!

— Eso fue lo último, ya he hecho todo el reparto —dijo el abogado, que sonreía con malicia. Tomé la llave, di un portazo y salí.

Siempre pensé que Marta era una vieja arpía, aunque nunca lo demostré. Fui un sobrino ejemplar, el hijo que nunca tuvo, cuando ella se enfermaba, cuando se sentía sola, cuando necesitaba alguna ayuda, era yo quien le hacía compañía. Los últimos dos años, solos sin el Senador, desperdicie tiempo de la universidad en ella. Sin imaginar que el último gesto hacia mi fuera pedirme un favor. El Senador, ese si que era un hombre digno, el me quería y no como la vieja, ella supo usarme de compañía los últimos días de su vida. Yo sabía sus sentimientos hacia mi, solo pensé que el tiempo, la vejez, hizo de ella alguien bondadosa y frágil.

Aquellas palabras de Marta al Senador el día que me adoptaron al fallecer mi madre y mi padre —hermano del Senador— pensé que quedarían en el pasado “yo no voy a criar a este niño pobretón, poco inteligente y de mal gusto” decía ella. Sin embargo, el Senador me mantuvo, me dio de comer, me vistió y educó. En tanto ella se acostumbro a verme y tratarme. Con el pasar de los años comprendí su desprecio, el cual no se trataba de mi sino de mi madre y mi padre y lo que ellos representaron, cayendo yo en sus garras. Ambos tuvieron una partida súbita al ser atropellados por un camión, en regreso de una manifestación política en las jornadas de revueltas en diciembre de dos mil uno. Tal vez eso era lo que la vieja odiaba, la lucha política popular de un obrero y una maestra.

La furia me brotaba por los poros, tanto tiempo en vano. Quería revivir a mi Tía y volverla a matar. Caminaba por la calle y maldecía en voz alta, hasta discutí con un taxista a punto de irnos a las manos. Recuerdos venían a mi cabeza. Las mezquindades de ella hacia a mi, como con los regalos que el Senador me traía de sus viajes diplomáticos. En particular quedaron en mi memoria tres importantes, Una edición original de “veinte mil legua de viaje submarino” de Julio Verne, traídas de Francia; un par de palillos chinos de bambú de la época de la Dinastía Shang; y una pequeña calavera Azteca del siglo XIV.

— Rober, es frágil, se puede quebrar. Dámelo que lo pongo a resguardo —me decía con dulzura la vieja.

— Está bien Tía, luego que haga un buen lugar en mi dormitorio para ponerlo al resguardo te lo pido —decía yo, un niñito inocente .

Con los tres objetos pasó lo mismo, la vieja nunca mas me los dio y creo que lo escondió en el sótano siempre bajo llaves, al cual nunca tuve oportunidad de entrar

Luego de aquellos transcursos de catarsis, y una larga caminata por la Ciudad de Buenos Aires, mis ideas se iluminaron, y pensé… “tengo la llave de la vieja. Ah vieja…, tan inteligente que siempre te creíste, tu soberbia opacó las consecuencias de tus actos, sabes ahora yo ya no quiero nada material, lo que no era para mi no lo quiero en mi futuro. Aunque tampoco ningún miembro de la familia tendrá algo, y menos a la concheta de Lucia que se quedó en Miami de vacaciones y no fue capaz de regresar al velorio. Mira que en la agonía de tu enfermedad tuviste tiempo de pensar mejor las cosas, ruego que desde el infierno observes las consecuencias”. Ojalá le hubiera dicho en persona todo esto. Hasta en sus últimos días en una cama del sanatorio me pedía que la atienda, desde darle de comer en la boca a vestirla… y yo lo hacía. Si bien le diagnosticaron un cuadro leve de demencia senil aun me pedía favores que sobrepasaban lo inmediato.

— Rober, tienes que ocuparte de arreglar la cañería de la casa, el agua se filtra y hay humedad, y creo, creo, em, em, el sótano… cae agua —me dijo la vieja con dificultad.

— Si Tía, en estos días llamo al plomero —mentí.

— Y tráigame el urinario muchacho—dijo ella.

“Sin duda la vieja está grave… es la primera vez que me menciona el sótano” pensé.

Rejuvenecí, mi alma volvió al cuerpo, a pesar de los nervios que llegan justo antes de hacer algo grandioso. Entonces mande mensaje por WhatsApp a todos mis amigos, que si bien no eran muchos les indique que invitaran a la mayor cantidad de personas que puedan con el fin de hacer una fiesta.

— ¡Vamos a romper todo muchacho! —dije.

— ¡Si! Organicemos, aunque… ¿Hasta qué punto vamos a romper todo? —mencionó un amigo.

— Si es posible, literalmente, de esa casa no debe quedar mas nada.

— Estás seguro de querer eso ¿No tendrás problemas?

— Las puertas van a estar abiertas, y la música encendida. De todos modos no soy el dueño de la casa, por lo tanto no tengo el derecho de sacar a nadie que allí se meta.

La casa de la vieja en el barrio de Boedo sobre la calle José Mármol entre Inician y Garay, era antigua, donde transcurrieron dos generaciones de la familia. Sus dos pisos de altura, e innumerables espacios ocupaban alrededor de la mitad de la manzana de la cuadra. La entrada tenía un jardín muy respetable, de flores y arbustos, una fuente de agua y unos enanos de jardín. Luego el patio del fondo, con su piscina, pinos y jacarandas. Una verdadera mansión. Sin embargo, utilizaría la casa de la vieja para una fiesta que duraría por días, tardes y noches, no habría regla alguna, la música no dejará de sonar, el alcohol y las drogas tampoco, podrían molerse a palos si se quisiera, sexo en cualquier sitio, fogatas dentro de la casa, en el piso de parque o en el patio de pasto sintético, se podía orinar y cagar en la piscina, comer en las camas de sábanas de seda, pisar las alfombras con barro, hasta hacer pochoclos en las ollas essen y agarrar una cuchara de metal para rasparla. De subvenir cada invitado se llevaría lo que quisiera de la casa.

En el transcurso de mi caminata por la ciudad, y ya mi mente lúcida, me dirigí a la casa y abrí todas las aberturas, puse música dentro de la casa y en el patio. Solo cabía esperar que la muchedumbre llegará, quien quisiera cruzar las puertas podría hacerlo sin ningún tipo de problemas. Sin embargo, recordé al Senador con remordimiento, él no se merecía esto. Supo ser bueno conmigo,

— Perdóname Senador, esto no es contra ti —murmuré.

Y su recuerdo me llevó a querer ir en busca de sus regalos, el libro, los palillos y la calavera. Así que revisé toda la casa; el dormitorio de la vieja, los baños, comedor, cocina, living, quincho, altillo, galpón, etc., sin éxito. Pero al buscar en un mueble de la recepción, percibí que un cajón tenía un fondo hueco. El cajón poseía un cuarto de su espacio cerrado. Una caja atornillada dentro suya. Tomé un destornillador y lo abrí. Allí se encontraban unas diez llaves de todo tamaño y formas. Las tomé y me dirigí al sótano. Con vehemencia me fui al sótano, inundada por una buena cantidad de agua que hacía difícil caminar, pensé “las cañerías rotas que quería que arregle la vieja”. Probé todas las llaves hasta que una de las diez dio en el clavo. Al abrir, prendí la luz, entré con cautela y pude observar a lo lejos un mueble de vidrio con innumerables objetos dentro suyo. Había joyas de oro, cristales, relojes y fotos antiguas, collares, pulseras, esculturas, pinturas y artesanías de pueblos antiguos Allí vi lo que buscaba, los agarré, al darme vuelta y dirigirme hacia la puerta patine por el agua y me golpeé con fuerza la cabeza contra el mueble.

Supongo que estoy en estado vegetativo, solo con mis pensamientos ya que mi cuerpo no responde. Puedo imaginar la forma en la que moriré, tal vez me ahogare en el sótano que cada vez se inunda mas, o bajo las ruinas de la casa que se desmorona tras una fiesta fuera de control.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS