Bajo el nivel del suelo.

Y se cerró, lo había visto venir.

Era una de esas puertas de vasta plancha cuyo pestillo cedía con facilidad.

La casa se proclamaba en la lejanía, un par de kilómetros antes de llegar al final de aquel lúgubre paseo. Desde el cansancio de aquella lluviosa noche a él le pareció un palacio.

Parecía llevar abandonada lustros, sin cristal alguno que retuviese la perturbadora influencia que desbordaba por sus ventanas. En la tapia, dónde una cancela bloqueada con un candado impedía el paso, alguien había escrito: “huele a muerto”.

Arrojó su mochila y después, apoyando los pies cuidadosamente en los barrotes, saltó al otro lado.

Extrajo una pequeña linterna para alumbrar sus pasos y dando zancadas se dirigió a la entrada, la mala hierba había levantado el cemento del patio interior, bajo su desproporcionado y nauseabundo crecer se cobijaban fragmentos de cristal y objetos oxidados destinados a hacer tropezar en la oscuridad al intruso si sus miserables raíces no lograban enredarse a los tobillos con suficiente fuerza.

Unos metros más allá de la entrada unos escalones descendían bajo el nivel del suelo. Pensaba explorar aquello cuando acabase con las tres primeras plantas. En los últimos meses explorar había pasado de ser una inclinación natural en su vida de vagabundo a convertirse en el motor principal de sus actos, la expectación que le producía a veces también actuaba como combustible proporcionándole comida y/o alojamiento, como era el caso.

El silencio descendió amenazador sobre él al entrar, dejando en segundo plano los familiares sonidos y formas del exterior. Aquí también se encontraba reventado en algunas zonas el entarimado del suelo. Restos de ropa y mantas acartonadas evidenciaban el tiempo que hacía que nadie pasaba la noche en el lugar. A excepción de eso y algunas botellas de vino rotas el sitio estaba vacío y desamueblado, aunque lastrado, sin embargo, por el mal sino que señalaba la inscripción de la tapia, pues olía a flácida descomposición.

Unos diez metros de barranco adornado con todo tipo de deshechos llamaron su atención al asomarse a una de las ventanas del lado opuesto. Al fondo, entre las zarzas, discurría un arroyo que parecía brotar de los mismos cimientos de la casa. La oscuridad caía sobre todas las cosas como una túnica, velando sus detalles. Sintió la presencia de expectantes seres poblando las sombras, receptivos ante su llegada, y se le puso la piel de gallina.

Poco después la lluvia cesó, las nubes comenzaron a desintegrarse y la luna envolvió en su etéreo halo el lugar. Los pisos superiores se encontraban en mejor estado que la planta baja. Aunque cubiertos por una gruesa capa de polvo, le sorprendió encontrar cocina y cuarto de baño en buenas condiciones. Al fondo de la tercera planta halló habitación con cama y armario. Algunos extraños cuadros en los que se mezclaban fantasías cósmicas y submarinas sobrevivían en las paredes de los pasillos, tras un tiempo indefinido sustraído en la contemplación de sus morbosas formas, resolvió echar un rápido vistazo al sótano y anticipar su hora de irse a dormir.

Era curiosa la repulsiva impresión que le había causado el edificio desde fuera una vez testigo de la mera dejadez del interior, pues, aparte del maloliente jardín, de cuya maleza hubiese dicho ahora que lucía un aspecto más aseado y agradable, recordaba vagamente el tendido eléctrico, encajado firme junto al marco de la puerta, pendiendo inutilizado en la entrada. Sin duda lo desafortunado y fatigoso de aquel oscuro día de lluvia durante el cual no había visto posibilidad alguna de descanso había contribuido a añadir esa decadencia extra al aspecto de la casa, la cual se había desvanecido de la misma forma que sus necesidades se habían cubierto. Una vez de acuerdo con esta explicación suspiró aliviado y se puso en marcha a desvelar los secretos que escondía el subsuelo de la casa.

La convicción de no haber llegado hasta allí por azar sobrevino a la par que la puerta se cerró a sus espaldas. Algo hizo conexión en él al detenerse a observar. Aquel lugar parecía estar en construcción. Dada su configuración no era muy sencillo precisar su naturaleza. Las paredes desnudas, tan solo constituidas por tosco ladrillo, eran altas y delimitaban un amplio espacio abarrotado de embalajes y suplementos domésticos; Herramientas eléctricas y manuales, alfombras, mesas, sillas, cortinas, espejos, armarios, estanterías, reproductores musicales, aspiradoras u ordenadores. Desenvolvió dos voluminosos bultos que resultaron ser frigorífico y lavadora por estrenar. Continuando a la derecha descubrió sorprendido un par de paletas de jamón y varias botellas de vino al abrir una de las cajas. Un fugaz destello se abrió paso entre la multitud de objetos amontonados en el suelo. Su instinto explorador, como si se tratase de un detector humano, supo en ese momento que había hallado algo de valor, como presentía que iba a ocurrir desde que vio la casa. Alguien había dejado tirados varios colgantes y pulseras, los cuales su ojo analítico catalogó de oro y plata auténtica. Sin embargo, el hallazgo no suscitó euforia alguna en él, solamente le estimuló a continuar su evaluación.

De repente un leve golpe sonó en algún lugar entre todas aquellas cajas. Prestó atención inmóvil y expectante, confiado ante la posible existencia de ratas allá abajo y se fue acercando despacio a una de las estanterías situadas en la pared del fondo. Varios libros cayeron a plomo al suelo al moverla. El título de uno de ellos: “La extraña vida de Julián osokin” desató un caudal de recuerdos en él que le devolvieron a los años de carrera universitaria, el desenfado juvenil, los festivales de verano…

Varias convulsiones ocurridas en un grupo de maletas apoyadas en la penumbra desviaron su atención a la esquina. Abrió la más voluminosa. Ropa masculina. Tan parecida a Su propia ropa de entonces. Siguió revolviendo entre las maletas con el rostro descompuesto, esta vez sí, de euforia, y halló un retrato de bodas, y en el retrato él era el novio…Los golpes, más intensos cada vez, se sucedían constantemente, pero ya no se limitaban a las cajas, sonaban por todas partes, en la pared, en el suelo…Un estruendo sonó a sus espaldas. Una sección entera de ladrillos se vino abajo dejando al descubierto dos hermosos y ávidos rostros, el de una mujer y un niño de corta edad, los cuales acudieron a darle amorosa bienvenida.

¿Cuál era la necesidad de seguir día tras día, ciudad tras ciudad, vagando errante? Aquí había encontrado su hogar y debía cuidar de él. Finalmente, el suelo se resquebrajó y el gran abismo, el vacío insaciable, devoró a Juán y a todas sus ilusiones.

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