No tenía idea por qué se me ocurrió salir a caminar con aquel calor, pero los 45° y más parecían querer atraerme hacia el suelo. Cada paso va acompañado de un molesto roce en las piernas que me obligan a abrirlas un poco, como si estuviera montado a un pequeño caballo invisible, caminar así es molestísimo –además de que seguramente me veo como un imbécil-.
Transpiro mucho, las gotas que se me forman en la frente se escurren hasta alcanzar el suelo donde estallan en una nube de vapor. ¿Acaso es posible? Sí que lo es.
La botella de agua hace rato que está vacía y no encuentro una sola canilla por ninguna parte para aplacar la sed.
Es imposible aplacar el inmenso dolor de cabeza que me produce estar caminando aquella siesta bajo los rayos del sol. Trato de imaginarme otro clima, convenzo a mi cuerpo de que el calor no es tanto… pero no. Es imposible.
Aquella es una típica siesta chaqueña de domingo. La ciudad parece un pueblo fantasma donde ninguna vida, nada, podría sobrevivir jamás al implacable sol. Ni un solo auto pasa por la calle, un animal, hasta incluso las sombras parecen haber abandonado el paisaje. Nada, todo brilla en refulgente calor, no hay lugar para la oscuridad en este día.
El silencio es absoluto. De verdad me siento como que de repente todo el mundo se hubiese ido a un lugar más fresco, y por algún extraño motivo preternatural del destino, se habían olvidado de mí.
Aún faltan unas quince cuadras para llegar a casa. El calor es tal que me siento como atrapado en un recipiente incandescente, en un frasco inmenso que de alguna manera se va achicando a mi alrededor. Mi remera, que en un principio era de un claro azul, se tornó de un negro húmedo, pesa aproximadamente unos 20 kilos. El problema es que nunca fui lo suficientemente confiado de mi cuerpo como para sacarme la remera y andar en cuero. El pantalón corto se prendió a mis piernas como queriendo tomar el lugar de las mismas, me apreta muchísimo, sobre todo en la entrepierna donde el bóxer conforma una especie de caldo sudoroso que produce un chapoteo desagradable.
Los pies -sin medias- se me resbalan dentro de la caliente zapatilla que apenas logra apaciguar el calor de la vereda o el asfalto de las calles, da igual andar descalzo.
El viento norte, que de vez en cuando lanza un fétido respiro trayendo consigo podredumbre de un basural no muy lejano, se siente como si de repente un gigante abriese su inmenso horno de vez en cuando para chequear lo que sea que se está cocinando allí. Estoy seguro de que el gigante pretende cocinar a la ciudad de Resistencia entera y eligió hacerlo de a poco y justo, este día.
Me dispongo a cruzar una calle confiado en la falta de vehículos, así que lo hago sin mirar a los lados. Ya había hecho varias cuadras así, no hay ningún movimiento.
Sólo escucho el ruido de mis zapatillas contra el asfalto, un chapoteo de paso cansado y arrastrado. Pero enseguida capto un sonido que se viene acercando y a toda velocidad. Giro el cuello. Demasiado tarde. En cosa de un segundo un auto me embiste levantándome por los aires. Mis piernas recorren el firmamento, los brazos buscan el suelo, la cadera se contorsiona en un ángulo poco natural. Algunos huesos se separan de sus cuencas, otros se parten, hasta que finalmente caigo con brutal gracia contra el asfalto. Estoy sangrando mucho.
El dolor es incomprensible. Intento gritar pero una extraña presión en el pecho y la falta de aire no me lo permiten. Siento sangre en la garganta que a cada boqueo se escapa en hilos babosos. Tengo rara la espalda, estoy seguro que me la rompí en varias partes y lo peor es el desencajamiento en la cadera. No me atrevo a mirarme las piernas, de todas formas no puedo hacerlo. Mis ojos completamente abiertos no parpadean, los siento secos a pesar de que gruesas lágrimas caen ahora y se mezclan con la sangre. No puedo mover el cuerpo, todo está paralizado. Mis ojos recorren nerviosos el paisaje. Nadie a la vista.
Del auto baja un hombre calvo que me mira largamente, parece asustado, se tapa la boca. Por lo menos voy a salvarme, el tipo va a llamar a una ambulancia, no me importa el accidente, quiero salir de ese infierno. Pero el tipo se volvió a su auto y aceleró chirriando la ruedas. Boqueo otra vez en un intento de grito, ningún sonido sale.
Trato de levantar la cabeza, separarla del asfalto y la sangre que empiece a calentarse, no logro hacerlo. Estoy atrapado. Una sensación de claustrofobia me apresa.
Sé que mii ropa está mayormente rasgada y que tengo raspones por todo el cuerpo, incluso empiezo a sentir un intenso dolor de cabeza que me late con violencia. Acá me muero.
No sé hace cuánto que estoy tirado, ¿cuántas horas? ¿Era posible que nadie haya escuchado nada o visto algo?
Me muevo un poco pero el ruido de la cadera dislocada, la sensación real de separación ósea y un intenso dolor que me recorre toda la columna vertebral, me priva de cualquier otro movimiento.
El asfalto arde como si fuese aceite hirviendo, la piel va a quedar pegada. Me siento mareado y vomito lo que había almorzado, ahora la sangre se mezcla con un enfermizo líquido de comida a medio procesar.
No existe en el mudo otra cosa más que el dolor,-tal vez el calor- pero las punzadas en todo el cuerpo son insoportables. Aparte me siento flojo, como si un tractor me hubiese pasado por encima.
¿Acaso es posible que nadie salga a ver qué pasó?
Ojalá que el hijo de puta que me chocó se muera de cáncer de culo, él y toda su familia. ¿Por qué nadie me ayuda? Estoy seguro que alguien me ve. ¿Habrán llamado a una ambulancia?
Sí, aún estoy vivo, siento que corazón late, aunque son latidos débiles e irregulares. Grito, no puedo, escupo más sangre. Intento moverme, esta vez la cadera me cruje, el dolor fue tal que me recorrió toda la espalda y explotó en mi cabeza.
Abro los ojos. Me desmayé.
De mi garganta sale un “ahhh”, apenas como un susurro entrecortado y gutural hinchado de sangre, pero no lo pude lograr sin haber escupido mucha sangre en el proceso. La concha de la lora, tendré algo perforado, tanta sangre… me voy a desangrar… Dios mpio, voy a morir. Siento las lágrimas de vuelta. Busco con mirada borrosa cualquier rastro de movimiento, pero nada, las casas estaban herméticas. El mundo se me apaga.
Empiezo a temblar o por lo menos ahora soy consciente de eso. Tomo fuerzas, inflo los doloridos pulmones y grito. El sonido es un rugido demencial, chillón, desesperado. Tal vez, un alarido primigenio, poco humano realmente.
Enseguida, otro torrente sangriento. Ahora un pequeño charco enfermizo se forma debajo de mi cara.
Esta vez alguien me tuvo que haber escuchado, grité muy fuerte. Pero todo sigue en silencio. Tomo aire otra vez, punzada en los pulmones, y grito con toda la fuerza que me quedan pero esta vez logro decir algo -¡AYUDA!-, pero nada, sólo el eco de mi grito que se pierde en aquella bóveda abandonada y el silencio. Estoy destinado a morir.
No sé cuántas horas ¿una hora? Perdí la noción del tiempo y la agonía no termina, es increíble lo que podemos resistir.
Pienso en algo fascinante en aquel delirio, estoy seguro de que si dejo de “apretar”, de intentar no morir, todo se termina. Estoy seguro de ello, no hay misterio alguno, todo depende de mí, si dejo de intentar, esto termina. Sólo es cuestión de aflojar un poco, cerrar los ojos y dejar de luchar. No hay ningún dios, no tengo dudas, es una cuestión biológica, algo que se me revela a mí y solamente a mí. Tengo ganas de pensar que puedo contárselo a alguien, algo como: de verdad depende de uno estar vivo y de nadie más. Estoy tan seguro de ello, de que si suelto esa cuerda que me ata a este mundo, sé que mi corazón se detiene por completo. Ahora sé, que todas aquella personas que murieron, es porque ya no pudieron resistir aquello que los tensaba a este mundo. Era cuestión de soltar esa soga y dejarme caer. La idea me tranquiliza en parte, el dolor no sería entonces eterno, pero la muerte me aterra.
Estoy literalmente al borde de un abismo. No me atrevo a mirar pero estoy casi seguro que es oscuro e infinito, y que voy a caer para siempre. No quiero saltar, no todavía. Ningún dios va a atraparme en la caída, ninguna corte angelical va a esperarme, nada. Entiendo mejor que nunca a la existencia y aquel pozo es lo absoluta, no puede ser de otra manera.
Un perro callejero se me acerca, me olisquea y empieza a lamerme la cara, me limpia la sangre. Pienso que puede morderme. Pero no lo hace. Es el primer contacto con un ser viviente después del accidente, y lo aprecio, entre ese perro y yo hay un entendimiento biológico, ancestral. Pienso en la idea de que pueda buscar ayuda, pero no, eso no pasa en la vida real. El perro se queda ahí a mi lado, olfateando el caos que me representa, el desarme.
Nos miramos. El perro babea refrescándose, la lengua rosada entra y sale. Está esperando algo, creo que sabe que me estoy muriendo pero… no hay nada que puede hacer, así funciona todo esto después de todo. Me da un poco de gracia.
No sé si mi cerebro en este punto hierbe bajo los rayos solares y los pensamientos se licúan en la masa encefálica derretida, pero la sed es insoportable. Nunca tuve esa sensación en la garganta, como si las cuerdas vocales estuvieran revestidas de papel de lijar y cada vez que tragaba saliva, el papel encontraba su camino para estrujarse en las cuerdas.
Puta madre, qué caliente está el asfalto, ya debo tener quemaduras de segundo grado. El perro sigue babeando con cara de idiota, podría matarlo, lo odio. Entonces se me acerca y una gota espesa de saliva fue da de lleno en el interior de mi boca. Le ruego a Dios que ese perro no se mueva de ahí y siga babeando. Empecé a tomar la espesa saliva del perro.
La saliva del perro era espesa y al tragarla el gusto era extraño, pero no muy desagradable, aparte un amigo me había dicho que la saliva del perro es mucho más limpia que la del hombre. Honestamente me chupa un huevo si el caso es contrario, soy capaz de bajarme de un trago toda el agua de zanja que pudiese encontrar.
Pero el hijo de puta del perro me abandona, moviendo la cola me deja morir. Lo puteo sin fuerzas sabiendo que lo hizo adrede. El perro sabía que me estoy muriendo y se burló de eso. Si logro salir de esta, voy a matar a todos los perros de Resistencia. Estoy llorando.
Empieza a oscurecer, ¿cuántas horas pasaron?, es imposible que siga vivo y que nadie me haya visto. No pueden ser tantas horas. Lo bueno es que el sol ya no pega tanto. Trato de elevar la mirada hacia el cielo, el intento fue suficiente para volver a hacerme gritar, toda la columna vertebral se contrajo amenazando quebrarse.
No, no está atardeciendo. Se está nublando. Nubarrones negros y relampagueantes se crearon y pronto el olor a humedad lo invade todo. Sonrío. ¡Va a llover, por fin una buena, carajo!
Empieza el viento tormentoso y es fresco. Las ramas de los árboles se empiezan se sacuden con violencia en un baile frenético. Una típica tormenta chaqueña de verano. El polvo de la calle toma posesión del paisaje y se arremolina en la calle llevando consigo hojas y bolsas de plástico en un vertiginoso baile.
El viento ruge con fuerza, ramas vuelan a mi alrededor, algunas caen en mi espalda. Los impactos me causan un dolor capaz de hacerme gritar.
Pronto las primeras gotas empiezan a caer, me mojan la cara y son bienvenidas. La sangre y vómito debajo de mi empieza a escurrirse.
Mi mano chapotea sobre el asfalto… no me gusta el sonido: ¿Acaso se está inundando la calle? No te lo puedo creer. Por fin puedo tomar agua a raudales pero qué pasa si la calle se inunda.
El agua empieza a ascender, la calle está abnegada, de eso no hay dudas. El agua es sucia pero no me importa. Me preocupa que la visibilidad sea poca y que alguien me pase por encima con su auto. Entonces siento un ruido que asocio enseguida con peligro. Giro un poco el cuello, nuevo dolor pero logro finalizar el movimiento, algo me está empujando. Veo la cloaca. Un hueco bajo el cordón de la calle que traga agua como si de un muerto hambriento se tratase. Traga también bolsas y ramas. A mi derecha e izquierda cruzan restos de basura. Un pañal se estanca detrás de mi cabeza. Entonces noto que la corriente me empuja. Me está llevando.
Empiezo a moverme tratando de alejarme de la corriente, pero el agua me arrastra sin piedad.
Mi cara se remoja involuntariamente en el agua varias veces ahogándome en cada zambullida.
Claro que existe Dios, si incluso me odia, no puedo tener tan mala suerte. Sí, efectivamente por el hueco de la cloaca paso sin dificultad, pronto el monstruo va a terminar tragándome junto a toda la basura de la sucia ciudad.
Pronto la corriente me arrastra junto con cadáveres de ratas que se acurrucan contra mi cuerpo, las siento flotando cerca de mis orejas y manos. Siento que algunos bichos, tal vez cucaracha, me recorren el cuerpo. Algunas patitas se escabullen por mis piernas. Algunas alcanzan la ingle y el culo.
El dolor ya es insoportable ya que la corriente me retuerce el cuerpo y la columna vertebral parece querer salírseme de la espalda.
La boca maloliente me traga y caigo a un charco apestoso con restos de basura, el agua es caliente y hasta trago un poco de ella, produciéndome enseguida arcadas. Grito como nunca, pataleo chapoteando, braseo tratando de nadar, mi cuerpo a duras penas me responde.
El nivel de agua sucia asciende conmigo en el recinto cloacal. Entonces ya no tengo más fuerzas para seguir flotando. Trago agua, los pulmones se inflan. Me sacudo. Me ahogo… muero. Basta de latir. Mando la orden. Entonces silencio y oscuridad.
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