Durante un examen, yo iba de mano en mano.
Por algún motivo, los respondedores no llevaban a otros como yo.
Pasáme el azul… decían, y yo viajaba de un lado a otro. Nunca me había separado tanto de mis compañeros el rojo, el verde y el naranja, que no me caía muy bien. Recuerdo cada mano que me sostuvo. Aún siento a aquel respondedor que me tomó y jugó conmigo. Yo giraba y giraba entres sus dedos juguetones, y saltaba de mano en mano. Después fui con aquella respondedora silenciosa. Me puso sobre el escritorio y en ningún momento me utilizó. Fue un buen descanso.
Uno a uno, vi como todos abandonaban la habitación. Con esfuerzo pude ver a mi respondedor, concentrado usando a mis compañeros. Yo había sido el primero, por ello ahora podía viajar libremente.
Después llegué a las manos de aquel respondedor insensato. Los demás me habían usado para realizar un contorno, pero este me usó, descaradamente, para pintar un área completa. No estaba acostumbrado a aquel uso, y temía quedarme sin tinta. ¿Cómo podría volver a las manos de mi responder sin una gota de tinta?
Decidí cerrarme y no pintar más. Fui golpeado bruscamente, en un intento para obligarme a pintar, pero no iba a ceder.
Finalmente, aquel respondedor se cansó y me dio al hablador. Aquel hablador me tomó, me alzó en el aire y preguntó ¿de quién es este marcador? Nadie respondió. Me giré y busqué a mi respondedor, pero ya no estaba. Se había ido, me había dejado.
El hablador me llevó consigo y me puso sobre su escritorio.
Ahora lo veo todos los días, golpeando con sus dedos frenéticamente aquel libro sin páginas.
Me está guardando para cuando vuelva mi respondedor a preguntar por mí.
OPINIONES Y COMENTARIOS