Atrapado

Gabriel Ramos

Corrí con desesperación. Era lo único que podía hacer. Por más que intenté evitarlos, ellos encontraban la forma de cercarme. Ni la oscuridad de la noche me sirvió para escapar. Me di cuenta que no fue buena idea mezclarme entre la gente, frenaban mi marcha, mientras los vándalos, riendo escandalosamente, avanzaban y no les importaba repartir golpes y empujones.

Hacía varios minutos que respiraba con rapidez y las fuerzas se me acababan. Si bien fui perseguido en otras ocasiones, ahora era diferente porque no se trataba simplemente de espantarme para alejarme de un lugar, esta vez querían algo más.

Decidí alejarme y salir de aquel caos humano y entrar por las calles laterales del pueblo. Por un momento el ruido y la algarabía se fueron perdiendo y pude dejar de correr, mientras me refugiaba bajo un auto abandonado. Pero el descanso me duró poco, empecé a escuchar los gritos salvajes, seguidos de los pasos que se aproximaban con rapidez.

Lograron acorralarme en la esquina de aquella calle tan angosta. Las risas aumentaron y comenzaron los insultos y las patadas. El miedo me llevó a la desesperación. Uno de ellos, el del rostro repleto de acné, trató de sujetarme por el cuello, mientras el del pantalón verde sostenía una cuerda y el pelirrojo tenía algo que parecía una navaja. En la desesperación le lancé una mordida al primero. Él soltó un grito agudo, entre infantil y animal, mientras que el que sostenía la cuerda retrocedió. Pero el otro no se acobardó y usó el arma, no con tino mortal, pero sí como para causarme un doloroso corte y la adrenalina me hizo correr de nuevo con gran velocidad.

No me quedó de otra más que dirigirme hacia al túnel. Sabía que no era la mejor idea, pero era el único camino disponible. Descendí hacia la antigua barranca y pese al dolor de la herida, crucé con agilidad los caminos de piedras y basura que llevaban al túnel.

Entré al ducto y corrí lo más que pude. No podía creer que fuera tan largo. Lo había recorrido tantas veces tan fácilmente, pero en esta ocasión me pareció eterno y era imposible vislumbrar la luz de la salida.

Al llegar al final, descubrí a los tres, ya no tenía fuerzas para pelear, menos para volver a huir. Todo era inútil, el de la cuerda me la lanzó por el cuello, mientras que el otro me sometía contra el suelo y el graniento, se acercaba con su mirada alocada corriendo a pasos agigantados, soltando obscenos insultos. Miré con una mezcla de desesperación y miedo a mis verdugos, cuando repentinamente vi como el del acné cayó en una trampa para animales y quedó atrapado, mientras sentía cómo su pierna era abrazada con fuerza a la vez que era retorcida y gritaba de dolor. Solo uno de ellos trató inútilmente de zafarlo, el otro corrió asustado, olvidándose por completo de sus compañeros.

En esos instantes yo logré soltarme, me interné nuevamente en el túnel y busqué la salida al amanecer. Salí rascándome primero una oreja y después me estiré con cuidado por mi herida. Me revolqué donde había tierra suelta, me incorporé, di tres vueltas para asegurarme que no existía ningún peligro y estornudé satisfecho. Me volví brevemente hacia al túnel en donde alcancé a ver a lo lejos al graniento luchando por liberarse.

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