Temblorosas cavilaciones en mi cerebro, tanta fatiga entre el cielo y las nubes. Estupor mañanero que hunde mis navíos y mi instinto al movimiento.

Peonza ordinaria que no para de girar mientras los caballos trotan al dulce galope de un corazón delator. Inercia de las acciones, quejas plausibles de los sentidos.

Ataxia del alma y de la vida misma. Eterno retorno a la inmovilidad, al silencio, a las bailarinas de pecera que miran con sus cóncavos ojos el destino fatal de los nadies.

Perenne deseo de andar por lo tejados, de equilibrar una escoba y un rascacielos en ambos brazos, mientras cruzo cataratas reflectantes como el espejo. Momificado de pensamiento, obra y omisión, me regocijo con la desesperación de quien respira sin respirar. Escupo la mirada torva de quienes pasan por ahí anhelando las bellas cicatrices del pasado.

Atado de pies y razón. cuelgo de cabeza bajo la noche etérea. Petrificado en un rincón, te veo mientras que el curso de los acontecimientos hoya tu existencia taciturna. Cruzo entonces mi mirada por encima de la grúa de construcción y añoro el derribo de la vida..



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