Algo se quebró en su interior, piensa Artemio que sólo sobrevive en la imaginación de ese padre que todavía no lo parió. Cree Artemio que es necesario que ese hombre haga todos los esfuerzos posibles para que su voluntad no sea mellada. Por ahora, es sólo un esperma que apura ese padre real que le da vida con su pensamiento.

Artemio es, piensa su padre, como ese texto que quiere escribir y no se deja ver o una extraña metáfora, una paradoja de la historia que se asemeja a esas historias que tanto ha leído.

Espera Artemio ser concebido; ser ese magistral ser humano dispuesto a transitar por ese maravilloso vientre que algún día, ansía, le dará cabida. Es curioso pero esos dos hombres, el real y el ficticio, el que a duras penas sobrevive en un pedacito de pensamiento, han logrado crear una extraña relación a partir del imaginario.

“No te caigas”, le rogará Artemio, “No te caigas”. Pero su padre sabe que solo lo mantiene y lo abriga en esos textos que son tan, o más, difíciles de parir que ese hijo que aloja en su cabeza; porque desde que comprendió que tenía la cabeza llena de hijos no hizo más que comenzar a sacarlos de a uno.

De a cuenta gotas salen los hijos de la cabeza de ese hombrecito, mientras Artemio espera su turno porque por ahora, y sólo por ahora, es “Ar- te- mio”. Una asociación lícita de palabras que a fuerza de articulaciones pueden dar sentido a su vida. Por ello intentará ese hombre despegarse de Artemio. En cuanto reúna la energía y la fuerza suficiente lo parirá, como se paren a esas cosas que se desean profundamente.

Artemio, o Ar-te-mio, apenas un texto que, una vez escrito, se pronuncia a la distancia sin apuros, sin fórceps. Liberación de Artemio, liberación del pensamiento, y ese padre que extenuado por el esfuerzo de parirlo reposara para recuperar la vitalidad de su energía. Escurridizo Ar-te-mio, a veces parece que viene pero se va sin ton ni son por esas soledades que sólo él puede describir; impertinente Ar-te-mio, que se mete en los vericuetos de la vida sin golpear a la puerta; fenomenal Ar-te-mio, que escucha entre los filamentos del pensamiento de ese hombre las confesiones de esas ideas que hablan hasta el cansancio; Artemio o Ar-te-mio, alguna vez cuando en su casa paterna miraba por esa ventana las luces de esa luna que calaba el mosquitero, imaginó que un día vendría a acomodarse solito para acompañar sin reproches los movimientos de su muñeca, aunque él no le pidiera.

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