Aquí yace el infierno.

-¿Tienen miedo de Dios?- su voz sonaba trémula y lánguida, no esperaba una respuesta. –Yo no, pero le temo a él.- tragó saliva. Se sentía debilitada, hacía un rato que no se levantaba de aquella horrenda e incómoda silla de metal, ya no sentía las piernas y con cualquier movimiento le dolían de una manera atroz. -¿Mis papás se encuentran bien?- frotó una mano contra la otra y sonrió con lastimera tristeza. -¿Mei pasó su examen de química? Estudió muy duro, le dije que si lo pasaba yo…- sus ojos se llenaron de lágrimas y fueron resbalando una a una a través de sus mejillas dejando marquitas blancas en su sucia piel. -Perdón.- con la manga de su camisa se limpió con mucho cuidado las lágrimas. -Mírenme, otra vez llorando como una niñita, no tengo remedio.- esbozó una sonrisa que desapareció tan rápido como llegó. -Todo estaba bien, no entiendo en qué momento lo arruiné, ¿saben? Yo sólo quería salir, a veces me estreso como todos.- tenía un hilo de voz y de vez en cuando se limpiaba con el dorso de la mano. -Soy una tonta, soy tan débil, no, no, yo… yo soy fuerte, puedo hacerlo, puedo hacer esto, si tan sólo…- una pausa, tragó saliva, agachó la cabeza. -Me gustaba salir, era divertido, gozaba de la libertad que me ofrecían mis caminatas. Mis padres siempre han trabajado mucho y yo me hacía cargo básicamente de todo, por éso salía a ese maldito parque, siempre había gente, nunca me preocupé, nadie se preocupa, nunca te paras a pensar que te pueden secuestrar, que a lo mejor alguien te vigila, pero claro, él no me vigilaba, no, yo sólo fui una pobre tonta que pasó por su camino en un mal momento, en un mal lugar. Aquel día todo fue normal, cené una chuleta y frijoles, lo recuerdo perfectamente porque fue mi última cena, la última.- miró fijamente una grieta de la pared y sintió un nudo en el estómago que fue ascendiendo hasta su pecho y luego a su garganta hasta liberarse en un largo y doloroso sollozo que continuó así unos segundos hasta que se quedó muy quieta, apretó los puños y sus labios formaron una fina línea, las lágrimas seguían saliendo a torrente en silencio. -No debí hacerlo, fue mi culpa, tenía muchas tareas, mis padres comenzaron a pelear porque se había vencido la factura, nadie la había pagado, verán, ellos no se comunicaban de otra forma que no fuera a los gritos, por eso nunca se organizaban a la hora de las cuentas, muchas veces compraban ambos papel de baño cuando faltaba, y terminaba sobrando, o ambos iban por comida y había que tirarla.- sonrió con nostalgia. -En otra época se quisieron, me abrazaban, mi madre me acariciaba el cabello y mi padre me leía antes de dormir, yo siempre jugaba con ellos, no sé en qué momento todo se vino abajo.- miró al suelo e intentó pensar en ellos, pero se le escapaban detalles, como sus voces, ya no recordaba el rostro de su madre y no sabía si su padre se peinaba hacia el lado izquierdo o derecho. Alargó su mano con pesadez y tomó el vaso de plástico amarillo que tenía delante. Dio un largo sorbo, el agua tenía un sabor desagradable, a refrigerador y a polvo. -Mi hermana no estaba, había salido, ellos peleaban y yo sólo quería poder concentrarme, pero me era imposible con los gritos, así que salí a relajarme, y con suerte a que ellos se relajaran, la peor decisión de mi vida.-

<<mi recorrido="" era="" simple,="" dos="" vueltas="" por="" el="" parque="" y="" tres="" alrededor de mi cuadra, no era muy peligroso, las calles estaban bien iluminadas y no se encontraban apartadas del todo. Mi primer error fue confiarme, eran las 9 de la noche y estaba nublado, las calles se iluminaban con luz cenicienta y con el resplandor de las farolas. Después de las dos vueltas alrededor del parque me disponía a seguir con mi cuadra, pero no contaba con él, una sombra insidiosa me observaba, no se decidía a hacerlo, ésto me lo confesó en uno de nuestros encuentros, hasta que doblé la esquina, con una mano me tapó la boca, con la otra asió mi cuello y me atrajo hacia él. Sí, lo sé, probablemente pude huir, golpearlo en la ingle y salir corriendo, pero no pude, me quedé petrificada, muerta de miedo, recuerdo el frío, el sudor empapándome y las lágrimas saliendo a raudales. Tenía los brazos colgando a mis costados, el corazón me palpitaba rápido, sentí la punzada aguda de dolor en el cuello, el calor saliendo por mi boca con cada bocanada superficial y rápida de aire que tomaba, sentí presión que recorría mi nariz y se expandía por toda mi cabeza, cerré los puños, cuando inhalaba producía ruidos ahogados, sentía el miedo recorrer mi torrente sanguíneo, ni siquiera había tenido tiempo de analizar la situación, de entender que estaba siendo estrangulada, pronto me mareé y luego todo se convirtió en una cálida oscuridad.

Desperté, sentí el frío suelo y unas piedritas incrustándose en mi mejilla. Al inicio todo era confuso, no tenía ni idea de dónde estaba, hasta que los recuerdos se avivaron en mi mente y me levanté de forma brusca, al hacerlo, un dolor intenso se propagó por todo mi cuerpo, me senté casi de inmediato en el suelo y miré mi cuerpo para ver dónde estaba la herida, cuando bajé la mirada me corregí mentalmente, no era una, eran como mínimo 20, sólo estaba usando una playera larga y blanca de hombre,tenía quemaduras de cigarro en los muslos, en las pantorrillas, en los brazos y por la sensación deduje que también en la espalda, pero no era lo suficientemente valiente como para comprobarlo; había pequeñas laceraciones en mis brazos y piernas, eran superficiales, sangraban un poco, nada alarmante, pero sí doloroso, por las pequeñas manchas en la playera supuse que también me había cortado allí; tenía cardenales rojos, uno iba desde el muslo de la pierna izquierda hasta la rodilla, otro iba desde mi cadera derecha y bajaba hasta la mitad del muslo, tenía otros pequeños, puñetazos, tal vez.

Quizá crean que el dolor, la confusión o el miedo eran la peor parte, pues no, no era así, era aquella habitación gris, me recordaba a una cárcel como aquellas que aparecen en las películas, con las paredes agrietadas y corroídas, había una mesa de metal gris y tres sillas del mismo triste material, un colchón sucio que desprendía un olor fétido desde una esquina de la habitación, había junto a la puerta un retrete de porcelana blanca que tenía un montón de manchas cafés y amarillas de procedencia desconocida, el lugar olía a humedad y a fluidos corporales, olía a miedo, a dolor, a muerte.

Recuerdo que pensé que me había violado, recuerdo la desesperación y la impotencia, al inicio corrí e intenté abrir la puerta, pero no dio resultado, grité lo más fuerte que pude, no tenía idea si estaba en un ático, en un sótano o en una cabaña perdida en un bosque, así que grité durante mucho rato, hasta que me ardía la garganta, después me apoyé en la pared intentando escuchar algo, nada, no se oía nada, no habían ventanas, intenté todo para escapar, incluso, durante un momento de desesperación, corrí y comencé a rascar las paredes frenéticamente hasta que las uñas se me rompieron y los dedos me comenzaron a sangrar, por el dolor me desmayé una segunda vez. Cuando desperté él estaba sentado en la silla de metal, yo estaba tirada en el suelo, me levanté pesadamente y sentí una punzada de dolor a un costado así que volví a sentarme, probablemente me había dado una patada,. -Pensé que ya te habías muerto.- dijo con voz pastosa, lo miré con odio, pero también con miedo, bajé la mirada a mi entrepierna y unas lágrimas salieron con lentitud de mis ojos, él lo notó y soltó una carcajada de lo más desagradable. -No, cerda, si golpearte me da asco violarte me haría vomitar.- hizo una mueca y luego se rió -Párate.- ordenó. No me levanté, a lo mejor porque estaba demasiado adolorida como para hacerlo, me ardían las manos y tenía el cuerpo entumecido, pero también fue porque no lo deseaba, una parte de mí prefería morir a obedecerlo, pero la otra parte estaba tan asustada que no quería enfrentarlo, así pues, me quedé allí con la mirada cansada fija en sus asquerosos ojos verdes, que eran como mocos sobresaliendo en su rostro. -Así que te rehúsas, veremos cuánto tardas en doblegarte, leona.- se paró de la silla y se dirigió hacia mí, con una mano me tomó del brazo con fuerza, di un grito ahogado por el dolor, eso lo hizo reír, con la mano que le quedaba libre me propinó un puñetazo en la cara que abarcó mi boca y mi nariz, podría decir que soporté el dolor y no me quejé, pero la realidad era otra, el dolor fue tal que no recuerdo con exactitud qué pasó los minutos siguientes, creo recordar vagamente que vomité, cuando recobré el sentido estaba sentada en una silla a la mitad de la habitación, bañada en jugos gástricos, la nariz me pulsaba y la sentía enorme, tenía un desagradable sabor metálico, ácido y pastoso en la boca, provocado por la sangre que se había filtrado y mezclado con el vómito, decir que me dolía el rostro era poco.

Buenas noches.– esbozó una larga y afilada sonrisa que mostraba sus dientes amarillos. -Que maleducada.- dijo torciendo el gesto al no escuchar una respuesta. -Bueno, no necesito que hables, sólo que grites.- se acercó y me propinó un golpe en el estómago, sentí como el aire escapaba de mi boca, me doblé por la cintura, el dolor era agudo e intenso. Unas lágrimas salieron de mis ojos y se precipitaron en torrente, ésto le hizo especial gracia. -Eres como un bebé, la mayoría intenta hacerse las fuertes, intentan luchar, pero tú- soltó una risotada. -Tú sólo estás allí soportando. ¿Crees que te mataré?- aparté la mirada, lo lamenté, el cuello aún me dolía. -Pues sí, lo haré, pero todo a su tiempo, quisiera divertirme un rato antes.- y prosiguió. No quisiera alargarme con mi martirio, porque no es agradable oírlo, mucho menos decirlo, pero eso se prolongó, no sé con exactitud cuánto tiempo, pero yo diría que fueron meses, lo logré calcular por su rutina, llegaba y me maltrataba, supuse que eso sería en las noches, lo supe porque sus puños sabían a tierra y éso me daba la impresión de que trabajaba. Él me llevaba comida y agua, el agua me la daba cada vez que iba a verme, pero la comida sólo de vez en cuando, gracias a ésto estaba famélica, pero sé que él ocupaba su fuerza con inteligencia, nunca me rompió un hueso a pesar de lo frágil que estaba. En fin, en las ocasiones más afortunadas él sólo me golpeaba hasta hacerme sangrar y luego se iba con una sonrisita, pero había veces en que no me iba tan bien, en dos ocasiones me ahorcó hasta desmayarme, en otra ocasión me sacó 4 muelas, me hizo tomar vodka hasta vomitar y desmayarme, en una ocasión me golpeó tan fuerte que no pude oír nada durante un largo rato, una vez me recostó en el colchón a la fuerza y me puso una toalla en la cara, luego la empapó con agua y lo repitió varias veces hasta que me desmayé, me amenazó varias veces con inyectarme materia fecal o hacérmela tragar e incluso enlistó los múltiples efectos de ello, nunca lo cumplió, pero tuve pesadillas al respecto, me quemaba continuamente con cigarrillos y me soplaba el humo en el rostro, además, a veces me cortaba con un cutter.

Mis esperanzas comenzaron a reducirse considerablemente con cada visita, quizá fuese porque él continuamente me repetía que jamás saldría de allí a no ser que fuese en una bolsa, pero también fue algo que se rompió en mí y él no tuvo nada que ver, fue el tiempo, el tiempo drenó hasta la última gota de mí misma dejándome vacía y si quedaba una chispa de esperanza aquella puerta que sólo podía abrirse desde afuera la mojó.

Así pasó todo, poco a poco me fui sumiendo en un estado de completa y agradable oscuridad, comencé a hablar conmigo misma, veía cosas que no estaban allí, como el pastel de mamá sobre la mesa fría y triste o los anteojos de papá encima del sucio colchón, sólo tenía parpadeos de noción de lo que estaba pasando, el dolor fue apagándose hasta sólo ser un ruido lejano, y las voces, oh, Dios, eran preciosas, decían una cantidad de cosas maravillosas, algunas de ellas me cantaban con voz dulzona y melodiosa, otras me contaban historias de un pasado que creí reconocer como mío, pero algunas de ellas me decían cómo matarlo, de qué manera tenía que abrirlo para extirpar sus entrañas y hacerme un delicioso almuerzo con ellas. Éstos delirios me salvaban, me hacían olvidar todo, disminuir el dolor y apaciguar el miedo, hasta hace poco. Por alguna razón llegó más exaltado de lo habitual, me golpeó e incluyó algo nuevo: la electrocución. Acercó una vara metálica a mí y me hizo retorcerme en el suelo, ésto me sacó de mi ensueño y me trajo de vuelta, lo vi, lo sentí y lo viví todo, pero no me desmayé, no esta vez, la voz que me susurraba que lo matara se intensificó y se apropió de mí, me envolvió con una calidez sofocante, corrí tras él antes de que saliera y lo mordí en el cuello arrancándole un pedazo de piel, un chorro de sangre salió disparado, empapándolo, mojando el piso, lo miré agonizar y me sentí fuerte, por primera vez en todo éste tiempo me sentí fuerte y tuve el valor de abrir la puerta, la puerta que permanecía cerrada y sólo cuando él estaba allí dentro se encontraba emparejada, me acerqué y volteé a verlo, se sujetaba con desesperación el cuello y me miraba pidiendo vehemencia, yo sólo le dirigí mi más hermosa sonrisa y salí de allí, el corazón me iba a mil por hora, quería salir, ser libre, me encontraba muy extasiada, estaba tan emocionada que lo creí irreal, podría verlos, podría volver a ver a mi familia, estar con todos, recuperar mi antigua vida, vivir, vivir otra vez, pero todo ésto quedó reducido a cenizas cuando me encontré con que detrás de aquella puerta había otra con un teclado que requería un código, paralizada me quedé un momento embobada mirando aquella puerta de hierro gris, de golpe me di la vuelta y corrí de regreso, pero él ya estaba muerto y podría jurar que sonreía.>> Dio otro sorbo a su agua de sabor repulsivo. -Mírame, estoy tomando el último vaso de agua que me queda, ya me he comido una parte de él.- señaló con el mentón al cadáver del suelo, al cual le faltaba un brazo. -Puedo comerlo mientras sirva, pero sin agua no viviré mucho.- una sola lágrima se escurrió por su mejilla. -Puedes tomar del retrete.- le contestó la Cenicienta. -Por supuesto, pero sin él para pagar el agua sólo será cuestión de tiempo para que éso también se acabe.- agachó la cabeza y se le cristalizaron los ojos. -Deberías seguir intentando introducir el código.- le respondió su abuela que llevaba más de 8 años muerta. -Me llevará una eternidad.- sus ojos se llenaron de lágrimas y rompió a llorar. -¿Papá y mamá me extrañan?- balbuceó sollozando, nadie respondió, se enjuagó las lágrimas, miró a su alrededor y se halló sola otra vez. Entonces comprendió que su tarea allí había acabado, que pronto la oscuridad la engulliría y era su decisión si deseaba que sucediera lenta y dolorosamente o con rapidez. Con un movimiento extraño, casi robótico se levantó de la silla, le sonrió al cuerpo que estaba en el suelo, por primera vez desde que estaba allí se sentía en control, se sentía viva,se acercó lentamente a la pared, miró las marcas donde había rascado hasta sacarse sangre, pensó en sus padres y en su hermana, deseó con todo su corazón poder verlos sólo una vez más y comenzó a golpear su rostro allí, un golpe, sangre, otro golpe, mareo, otro golpe, dolor, otro golpe, más dolor, uno más, todo borroso, un golpe fuerte, oscuridad, su fiel amiga.

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