La Operación Seelöwe
Tras la rendición de Francia y el
reembarque de las tropas aliadas en Dunkerque, Hitler se convirtió
en el amo de Europa. Frente al poderío del canciller alemán sólo
se resistía el Reino Unido y, para doblegar a Londres, Berlín
diseñó un proyecto de invasión de las islas británicas: la
Operación Seelöwe (León marino). Pero para llevarla a cabo
se requería el dominio del aire y una amplia flota para el
transporte, escolta y desembarco de las tropas de la Wehrmacht al
otro lado del Canal de la Mancha, siempre bajo la protección de la
Luftwaffe.
El mariscal del aire Herman Göring,
con su acostumbrada chulería, aseguró al Führer que la fuerza
aérea alemana destruiría a la Royal Air Force (RAF) y, de paso,
acabaría con la moral del pueblo británico, de forma que su
Gobierno se viera obligado a negociar la paz. Todo, invasión o
capitulación, dependía del prometido dominio del aire y la
operación diseñada por el Alto Mando de la Wehrmacht contaba con
lograr la supremacía aérea a lo largo del verano de 1940. Derrotada
la RAF, se podría realizar la invasión terrestre de Inglaterra a
mediados de septiembre, como tiempo más propicio, cuando la Luna
fuera llena y las mareas más altas. Mientras la Luftwaffe
bombardeaba Inglaterra, la Kriegsmarine tendría dos meses para
reunir su flota de invasión y la Wehrmacht el tiempo necesario para
entrenar a sus tropas en el desembarco anfibio.
La llamada Batalla de Inglaterra
comenzó a principios de julio con las incursiones alemanas sobre la
costa sur de Inglaterra, espacio proyectado para la invasión,
machacando todos los puertos, navíos e infraestructuras existentes.
A renglón seguido, la Luftwaffe se centró en batir los aeródromos
y minar la fortaleza del Mando de Caza de la RAF. Sin embargo, en
esta segunda fase, la resistencia del arma aérea británica y la
ventaja que supuso el desarrollo del radar, frustraron los planes
alemanes hasta el punto de obligarlos a volcar su furia contra las
grandes ciudades y centros industriales. Pero todo resultó inútil.
Por cada avión que perdía la RAF, la Luftwaffe sumaba dos, y
mientras que los pilotos británicos abatidos caían en suelo amigo y
muchos de ellos se salvaban, los alemanes morían en el mar o eran
capturados, ocasionando una enorme sangría a su fuerza aérea. Desde
julio hasta finales de octubre de 1940, la Luftwaffe perdió
alrededor de 1.750 aviones y la RAF un total de 915.
Durante esos dos meses del verano,
Hitler consiguió reunir en los puertos alemanes, holandeses, belgas
y franceses, casi tres mil embarcaciones de todos los tipos, listas
para atravesar el Canal, pero la RAF no cedió su dominio del aire y
el pueblo británico no se acobardó. Entonces, a mediados de
septiembre, el Führer cometió un nuevo error estratégico parecido
al de Dunkerque, en vez de continuar atacando a la RAF y sus
instalaciones, que se hallaban al borde del colapso, ordenó un alto
en su ofensiva. Las reservas de la RAF ya estaban casi agotadas y si
los alemanes hubieran insistido en su acometida, los cazas Spitfires
y Hurricanes habrían sido barridos. Pero presionado por el
Führer, Göring lanzó de nuevo a la Luftwaffe sobre Londres para
reducirla a escombros, creyendo como Hitler que así podrían
quebrantar la moral británica.
Y en efecto, hacia mediados de
noviembre, las bombas incendiarias y los potentes explosivos de la
industria alemana ya habían arruinado la ciudad, que noche tras
noche sufría las incursiones aéreas enemigas, al tiempo que el
Mando de Bombardeo de la RAF se desquitaba haciendo lo mismo sobre
Berlín, Düsseldorf, Múnich, Hamburgo, Bremen y otras ciudades
alemanas. La Batalla de Inglaterra resultó por tanto cada vez
más encarnizada y, además de Londres, Birmingham, Manchester,
Sheffield, Nottingham, Worcester, Bristol, Liverpool, Plymounth,
Dover o Southampton, también sufrieron lo suyo. Sin embargo, el 14
de noviembre se produjo uno de los bombardeos germanos más
despiadados sobre la pequeña ciudad industrial de Coventry, en el
centro de Inglaterra, que resultó devastada, y el 29 de diciembre la
lluvia de bombas incendiarias ocasionó la mayor hoguera y
destrucción de Londres conocida en esta ciudad desde el Gran
Fuego de 1666. Más de 1.500 incendios que consumieron barrios
enteros.
En total, durante la Batalla de
Inglaterra los alemanes lanzaron sobre la isla alrededor de
200.000 toneladas de bombas, que se cobraron la vida de más de
cuarenta mil civiles y cerca de doscientas mil personas resultaron
heridas. Pero El Reino Unido permaneció firme y Alemania perdió un
total de 2.265 aviones y más de tres mil hombres, además de la
oportunidad de invadir la isla y ganar la guerra. Al final, en enero
de 1942 la Operación León marino se suspendía
definitivamente y el Reich volcaba todos sus esfuerzos en el frente
del Este. La Operación Barbarroja estaba en marcha y el
Führer se las prometía muy felices en su invasión de la Unión
Soviética. Pensaba que cuando las tropas de la Wehrmacht desfilaran
ante los muros del Kremlin, a Londres no le quedaría más remedio
que capitular.
El Pacto Tripartito de 1940
Durante el verano de 1940, mientras el
III Reich se enseñoreaba de casi toda Europa y bombardeaba a su
enemiga Inglaterra, el Zar Rojo, Iosif Stalin, aprovechaba
aquella coyuntura para apoderarse de los tres países del Báltico:
Estonia, Letonia y Lituania, además de Besarabia (Moldavia). Esa
iniciativa soviética sentó muy mal a Hitler y resultó el inicio de
la ruptura en las relaciones entre Berlín y Moscú. Lo cierto es que
al Führer nunca le agradó depender de los suministros de Stalin
─cereales, petróleo y minerales─ con los que el líder ruso
alimentaba la maquinaria de guerra germana.
Aceptando la ocupación soviética del
Báltico como causa de fuerza mayor, el viernes 30 de agosto, en la
recoleta sala redonda del castillo vienés del Belvedere, el
canciller alemán proclamó el arbitraje entre Hungría y Rumanía
para poner fin a las querellas existentes entre ambos aliados de
Berlín. El siguiente paso del canciller en el nuevo orden
diplomático, se produjo justo cuatro semanas después, y el viernes
27 de septiembre, en la sala de recepción de la nueva y apabullante
Cancillería del Reich, tuvo lugar la firma solemne del llamado Pacto
Tripartito entre Alemania, Italia y Japón, suscrito por los
representantes de los tres países: Joachim von Ribbentrop, el conde
Galeazzo Ciano y el embajador japonés Saburo Kuruso.
Además del bloqueo a Inglaterra, el
pacto era un compromiso para aislar a la Unión Soviética y crear un
nuevo orden internacional al margen de la ineficaz Sociedad de
Naciones. En su articulado inicial, de estricto secreto, el Pacto
señalaba lo siguiente: Art. I «El Imperio japonés reconoce y
respeta la dirección del Reich y el Reino de Italia en la creación
y desarrollo de un Nuevo Orden política en Europa». Art. II
«Alemania e Italia reconocen y respetan la dirección del Imperio
japonés en la creación y desarrollo de un nuevo orden político en
el espacio de la Gran Asia Oriental». El Pacto también contenía
una advertencia bien clara hacia Washington: «Nuestras tres naciones
se comprometen además a apoyarse mutuamente con todos los medios
políticos, económicos y militares, en caso de que alguna de las
tres resulte atacada por otra potencia que en el momento actual no se
halle mezclada en la guerra europea o en el conflicto sino-japonés».
Dos meses después, el miércoles 20 de
noviembre, de nuevo en el castillo de Belvedere, tuvo lugar el acto
de adhesión de Hungría al Pacto Tripartito, que pasó a
conocerse como el Protocolo de Viena, y así se ofreció a los
dos nuevo aliados del Eje: la Francia de Pétain y la España de
Franco. En el primer caso, el mariscal francés rechazó la
invitación, pero el caudillo español, presionado por el Führer
desde su encuentro en la estación de Hendaya (22 de octubre), acabó
cediendo y el 11 de noviembre el ministro de Exteriores, su cuñado
Ramón Serrano Suñer, lo firmó en el Palacio de Santa Cruz, en
presencia del embajador alemán Eberhard von Stohrer.
Para España, la firma del Protocolo
de Viena suponía media docena de compromisos muy serios,
tendentes a nuestra participación en la guerra, con cláusulas como
esta: «España se declara dispuesta a participar en el Pacto
Tripartito concertado el 27 de septiembre de 1940 entre Alemania,
Italia y Japón, y firmar con este fin el acta correspondiente a su
ingreso oficial en una fecha a determinar conjuntamente con los
cuatro países… En cumplimiento de sus obligaciones como aliada,
España intervendrá en la actual guerra de las potencias del Eje
contra el Reino Unido, después de que dichas potencias le concedan
el apoyo necesario militar para su preparación».
Como el Protocolo tenía el
carácter de secreto, los firmantes guardaron el más absoluto
silencio hasta que resultara oportuno darlo a conocer. Redactado en
tres originales correspondientes a los textos en alemán, italiano y
español, lo cierto es que Franco cedía a las pretensiones de
Alemania y las presiones de Hitler, en contra de su postura mantenida
en Hendaya, renunciando a sus ambiciones territoriales sobre el
Marruecos francés y el Oranesado (Argelia), con la sola compensación
fijada por escrito de la promesa de reincorporar el peñón de
Gibraltar, en poder de los británicos, a nuestra nación.
La ocupación de Grecia y los Balcanes
Después de la victoria alemana sobre
Francia, el dictador Benito Mussolini se dispuso a evidenciar su
poderío militar ante su aliado Adolf Hitler. Con el fin de realizar
sus planes de expansión por el Mediterráneo oriental, el 28 de
octubre de 1940 el Duce iniciaba su ofensiva contra Grecia, enviando
a doscientos mil hombres a través de la frontera de Albania. Los
helenos, careciendo virtualmente de aviación, unidades blindadas y
artillería pesada, no parecían rivales que pudieran frenar al
despliegue de las 27 divisiones italianas, por lo que Mussolini
confiaba en igualar la fructuosa guerra relámpago del Führer.
Las columnas italianas se lanzaron por
los valles de los montes Pindo y Epiro pero, para su sorpresa, los
griegos frenaron su avance combatiéndolas desde las laderas
montañosas y, tras infligirles elevadas pérdidas en soldados y
material, consiguieron detenerlas. En apenas tres semanas, los
contraataques griegos hicieron retroceder a los italianos más allá
de la frontera de Albania y el 21 de noviembre se apoderaron de
Koritza, el principal depósito de los suministros enemigos,
establecido en el norte de Macedonia. Para colmo de males, el 8 de
diciembre, los griegos ocupaban la mayor base de partida italiana,
Argyrokastro, en el sur de Albania, controlando así más de la
cuarta parte del territorio albanés.
El revés cosechado por las tropas de
Mussolini en Grecia no sólo irritó al Duce, sino también a Hitler,
quien ya había coaccionado a Hungría, Rumanía y Bulgaria para que
se unieran al Eje. El descalabro italiano retrasaba los planes del
Führer de cara a la invasión de la Unión Soviética, y ofrecía a
los británicos la excusa perfecta para aumentar su presencia en el
Mediterráneo oriental intentando ayudar a los griegos. De ahí que
no le quedara más remedio que acudir en auxilio de su aliado y
proteger el prestigio del Eje, además de asegurarse el flanco sur
europeo antes de atacar a los rusos.
Para doblegar a Grecia con mayor
facilidad, Berlín trató de que Yugoslavia entrara en el Eje,
garantizando sus fronteras y ofreciendo a Belgrado, como botín, el
puerto griego de Salónica. El príncipe regente Paul Karadordevich y
su primer ministro Cvetkovich, estaban de acuerdo y firmaron el Pacto
Tripartito el 25 de marzo de 1941, pero dos días después,
debido al descontento interno de la población, el regente fue
derrocado por un golpe de estado encabezado por el general Dusan
Simovitch, quien repudió el pacto con los alemanes y restituyó la
corona con el rey Pedro II, un joven de 17 años.
Tras improvisar con urgencia sus planes
ofensivos, Hitler lanzó a la Wehrmacht contra Yugoslavia y Grecia en
la madrugada del domingo 6 de abril. De nuevo, alrededor de 650.000
alemanes protagonizaron una vertiginosa Blitzkrieg (guerra
relámpago), penetrando en los Balcanes desde Austria, Hungría,
Rumanía y Bulgaria. El jueves 17 de abril, el desconcertado y mal
equipado ejército yugoslavo se rendía a los invasores y el monarca
Pedro II huía camino de Inglaterra, abandonando a sus catorce
millones de súbditos y dejando el país más grande de los Balcanes
en poder de las tropas alemanas. A Belgrado, el Führer le tenía
reservado un castigo especial. Aunque la capital yugoslava había
sido declarada ciudad abierta, la Luftwaffe la bombardeó de forma
despiadada, por haber repudiado los serbios el Pacto con el Eje,
ocasionando no menos de quince mil víctimas civiles y dejándola
reducida a escombros requemados en su mayor parte.
El mismo domingo del inicio de su
ofensiva contra Yugoslavia, la Operación Marita ponía en marcha a
las fuerzas blindadas germanas, que irrumpían en Grecia procedentes
de Bulgaria, uniéndose con rapidez a las replegadas tropas
italianas. Esta vez, los griegos no pudieron contener al medio millón
de los soldados invasores, pese a contar con el reducido apoyo de las
fuerzas británicas compuestas por unos 60.000 efectivos, en su
mayoría australianos y neozelandeses. El 9 de abril, los alemanes
ocupaban el puerto de Salónica y poco después, sus columnas
flanqueaban y atravesaban las líneas defensivas helenas en el paso
de Metsovo y las fortificaciones de Metaxás y Aliakhmon. Los griegos
y sus aliados tuvieron que capitular el jueves 24 de abril,
ofreciendo la resistencia justa para permitir el embarque de los
británicos en los puertos y playas del sur de Grecia, protagonizando
estos refuerzos un nuevo Dunkerque, acosados continuamente por sus
enemigos.
Gracias a su victoria naval del 28 de
marzo contra la Regia Marina italiana en el cabo Matapan, la Royal
Navy pudo rescatar a cincuenta mil hombres de su fuerza
expedicionaria, aunque la Luftwaffe se tomó su desquite, hundiendo o
averiando a más de cuarenta buques británicos. También repitieron
su castigo en la capital griega, con duros bombardeos indiscriminados
sobre Atenas que solo respetaron la Acrópolis.
Tras su triunfo sobre Grecia y
Yugoslavia, Hitler repartió los despojos de ambos países entre sus
aliados. Se creo una Croacia independiente y proalemana bajo el mando
de los fascistas nativos Ante Pavelitch y Slavko Kvaternik. Hungría
se anexionó el Banato (llanura de Panonia) y Bulgaria la Tracia, al
tiempo que Italia recibía toda la costa adriática, a cambio de la
ingrata misión de gobernar el nuevo Estado títere griego bajo el
mando del general Georgios Tsolakoglu, proclive a colaborar con Roma.
Pero las consecuencias de la fallida invasión de Grecia supusieron
para Mussolini un cambio de su posición en el Eje. Una vez que
Hitler le sacó las castañas del fuego, Alemania fue reduciendo el
papel de Italia a un satélite más del III Reich.
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