“Y no habrá reposo, ni de día ni de noche». (Apocalipsis 14:9-11)
Vengo de tomar algo por ahí, y como siempre me supo a poco. Como siempre, se fue la gente antes de que se rompieran los escaparates y que los perritos colgasen de las puertas, antes de que pasaran cosas, las ruedas de los coches aparcados estaban a punto de reventar y los animales salvajes sacaban su nariz fuera de sus guaridas y entonces decidimos ponernos a cubierto para toda la eternidad. Las cuatro de la mañana, tumbado en el sofá, me pregunto si habrá mucha gente despierta como yo a estas horas. Las primeras diez mil noches te cuesta asimilar que tienes que seguir esperando, tienes que permanecer, dejar que pase, y luego otro rato más, hasta que tu cabeza caiga por encima de tu brazo, hasta que no puedas sostener el peso de tus párpados, nadie te apagará la luz, porque duermes con todo encendido, con todo a medias, con los proyectos empezados, con los planes por hacer, con las palabras por decir, te rompes en la mitad de la nada y no sabes si mañana te pillará la marea. No te ha dado tiempo a recoger…así es como te gusta quedarte dormido, viendo su mirada y nada más.
Me como un bombón que hay sobre la vieja mesa. Esa mesa de roble macizo que hace unos cuantos años parecía enorme, en ella se sentaba toda la familia en los cumpleaños y en nochebuena, en ella se cabreaba mi padre con mi abuelo y se reían mis tías, se llenaba de pedazos de tarta que tiraba mi primo. En esa mesa te apoyaste aquella vez que te dijeron que se estaba muriendo. Te sentaste con hambre, después de hacer ejercicio, te sentaste a decirle a tu cuñada palabras sin decir nada, a echarle un poco de comida en su plato, a llevarte una magdalena a la habitación para seguir estudiando, en esa mesa donde estaba apoyada la coca cola que te aceleró el corazón aquella madrugada.
En ese momento de cuerpos mojados en el televisor y de pensamientos resecos en tu cabeza, una luz ilumino toda la estancia. Y sonó una explosión, fue como un chasquido tremendo que atravesó las paredes y las ventanas. Me acerqué a la puerta, algo acaba de pasar ahí afuera. Al abrir, pude ver como por debajo de la puerta de los contadores estaba saliendo humo negro.
Vivir en el sótano tenía la ventaja de que no había vecinos, pero estaba aquella puerta de los contadores. Detrás de esa puerta también se encontraba la caldera, que hace años era de carbón y hoy era eléctrica. Recuerdo aquel rastro de carbón que bajaba por la escalera, cuando traían el carbón en carretilla y lo bajaban tres pisos más abajo metiéndolo en un cuarto que había abajo.
Una comunidad de vecinos ha muerto calcinada cuando ha explotado la caldera eléctrica en el cuarto de contadores y el fuego se ha propagado por el hueco del ascensor y la escalera quemando todas las plantas del edificio. Familias enteras han muerto quemadas o envenenadas por inhalación del humo…
Desperté a mi madre y a mis hermanos, les dije que salieran a la calle sin coger nada. Nuestra puerta podía quedar bloqueada en cualquier momento tenían que pasar justo delante de este cuarto de contadores para poder subir la escalera y salir. Le dije a mi hermano que avisara a los vecinos. Se fue corriendo escaleras arriba llamando puerta por puerta a cada vecino.
Yo iba a salir, pero quería avisar antes a los bomberos. Así que allí estaba intentando ver los números del teléfono fijo que teníamos en un aparador en el salón, tuve que marcar tres veces porque no conseguía acertar los botones.
Por fin, avisé y me dirigí hacia la entrada de casa para salir corriendo. Miré la puerta con humo debajo y pensé que la iban a reventar los bomberos. No sé porqué quería evitar que la rompieran. Había un cajetín en la misma puerta con la llave colgada. Con el humo saliendo por debajo y subiendo por mis piernas, me dediqué a intentar abrir el cajetín para coger la llave. Con la llave ya en mi mano, intenté meterla y girarla para abrir, pero me entró miedo, en algún sitio había leído que eso es peligroso, pueden salir las llamas de golpe.
Oí una voz fuera, era mi hermana, que gritaba que los bomberos ya estaban aquí. Mi hermano ya había bajado y estaba llamando al telefonillo a todos los pisos para asegurarse que habían bajado todos los vecinos.
Los veía pasar por el portal saliendo a la calle en camisón, pijama, bata, despeinado, con cara de susto y alguno cabreado.
Llegó un bombero, iba con un hacha, le dije que esperara que acaba de abrir la puerta con la llave. Abrió la puerta, sólo se veía humo. Y se metió para adentro. Le oí hablar por la radio, salió a los pocos minutos, con la cara muy pálida y dando instrucciones a sus compañeros para que trajeran la espuma. En ese momento, vi una enorme figura que salía del humo y se dirigía hacia mí. Miré a la escalera y acababan de salir todos los bomberos. Estaba yo solo, y aquella figura era enorme, tenía una especie de capa negra roída y parecía sujetar un candil, tenía un rostro abisal, diablo negro, las cuencas de sus ojos estaban huecas. Cuando lo miré a los ojos, perdí la capacidad de conciencia y dejé de respirar. Estaba ahí, mirándome, esperando un descuido mío para atacar. Empezó a aullar y de repente la bestia se me echó encima con una fuerza que me empujaba hacia él, me sacaba el alma hacia afuera. Había venido a por mí, quería llevarme con él. Yo me intenté agarrar en el cajetín, pero fue inútil. Me metió para adentro.
Mientras bajaba arrastrado por las escaleras, pude ver la caldera eléctrica en llamas, pero seguimos bajando, el cuarto antiguo del carbón, y pasamos de largo, seguimos bajando y había más y más pisos hacia abajo. A ese ser le faltaban pedazos de piel, pero conservaba su cuello, sobre su nuca tenía un tatuaje grabado con letras antiguas…Naraka. Al final llegamos a una especie de agujero en el suelo, lo atravesamos, estuvimos rodeados de negrura y oscuridad durante unos minutos y de repente se abrió como una especie de caverna enorme, y al fondo se veía un lago de fuego y azufre. Empecé a llorar y a rechinar los dientes. El monstruo acercó una mano hacia mi cara con sus dedos largos y uñas afiladas…Me arrancó un ojo de la cara.
«Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, arráncalo, porque más te vale entrar con un solo ojo en el Reino de Dios, que ser arrojado con tus dos ojos a la Gehena, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga«. (Marcos 9:47-48)
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