Se suele decir que a los demás no les importa lo que uno haga, pero estoy completamente seguro que eso es incierto, pues yo soy parte de los demás y por supuesto que juzgo todo lo que veo. No es sino natural en los seres humanos. Tendemos, inconscientemente, a excluirnos del resto. Por lo que no es si no obvio que nos aterren las personas, pues todos somos persona.

Juzgando y discriminando es como nos movemos por el mundo. Así decidimos a quien queremos y a quien no. Quienes merecen la pena y quienes no. Es básicamente instintivo, en el sentido más simple de la palabra. Es absurdo esperar otra cosa.

Aunque claro que es cierto que la pena y el miedo están en la cabeza, en cierto sentido. Que no son una realidad objetiva, tangible. Se trata de cómo percibimos, cada uno, las miradas de los demás. Pero eso no importa en lo más mínimo en este respecto, pues la humanidad no es otra cosa que un conjunto de cabezas.

A mí personalmente me queman como fuego las miradas. Me aterra el ser juzgado como juzgo. Y es que soy tan poca cosa que vería con malos ojos a quien me vea con buenos. No tengo duda que me fastidiaría a mí mismo.

Y claro que esto algo tendrá que ver con la autoestima, pero va mucho más allá de eso, pues no dudo nunca de mi superioridad.

Aún así, vaya pedazo de mierda que soy. ¿Curioso, no? Me cuesta entender el por qué, y mucho más explicarlo, pero pienso que simplemente es así porque así lo pienso. Y como ya quedó claro, esa es la realidad, a fin de cuentas.

Me amo tanto como me odio, y eso que me conozco relativamente bien. Los demás no tienen chance. O tal vez al contrario. Quién sabe.

El punto es que veo siempre burla y asco en los ojos de los demás, sin duda tanto como han de ver en los míos. Somos todos presas y cazadores. Y por supuesto yo soy más presa que cazador. Ha de ser por lo que soy tan débil que simplemente dan ganas de abalanzarse sobre mí. Es la naturaleza humana, a fin de cuentas. Y entonces no puedo hacer más que pelear o morir.

Y la única forma de pelear es usando a los demás. Así como todos se usan entre ellos, pero en este caso, siendo consciente de ello, y tratar de vivir con las consecuencias. Con el peso de la hipocresía. Es esta consciencia la que produce la verdadera ansiedad social. No es tanto el temor, es más la reacción a él. 

Es, en resumen, un exceso de conciencia que se hace miedo y se hace odio. Y todos se alimentan entre ellos.

Pero aun así, si fuera solo eso, la puta madre, no estaría tan mal en realidad. Es un peso que cualquiera con relativa fuerza podría cargar. El problema es que ¡qué bonita es la terrible humanidad! Cómo enamora la idea del ser humano. Quiero querer cerca lo que quiero tan lejos.

Eso es lo que más duele, y lo que lleva eventualmente a renunciar a la vida. Existir en soledad no es vivir, así la compañía duela tanto.

Bendito dilema. Cuán mejor estaríamos las personas sin la maldita ansiedad social, pero que aburrida sería la humanidad, pues solo de ella puede salir una auténtica filosofía. Aunque, claro, no es justo el intercambio.

– M

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