Ese día, parecía como cualquier otro dia de la semana. Era muy pequeño para recordar todos los detalles, excepto por el día que marcó mi destino.
Todos los días por la mañana tenía que ir a comprar el atole blanco de maíz que tanto disfrutábamos en familia acompañando con un delicioso pan; lo hacía doña Lupe , una viejita muy tierna, aunque varios de mis vecinos decían que era muy malhumorada, sin embargo a mí siempre me sonreía y me preguntaba ¿Cómo estaba? ¿Ya hiciste la tarea? Y me regalaba un vasito de atole, me lo tomaba mientras veía su rostro marcado por el tiempo, lleno de arrugas pero con una sonrisa tan llena de vida, meneaba el atole al ardor de la leña, era un humo muy peculiar, ese olor no calaba en la garganta como el humo de la quema de pastizales que había con frecuencia en la colonia, me despedía con la voluntad de regresar al día siguiente, iba sujetando la jarra por lo oreja para no quemarme las manos. Cuando llegaba a casa mi mamá tenía listo el desayuno, era la reunión cotidiana familiar, donde hacíamos una plenaria de lo que teníamos qué hacer, tarea, repaso, ejercicios de reforzamiento, esa era la prioridad en casa, después teníamos que ayudarle en el aseo, ya sea acomodando la recamara, limpiando los vidrios, doblando la ropa limpia y llevando la ropa sucia al sitio destinado para ello, al poco rato podíamos jugar un momento para disipar las presiones escolares.
Fue en esos momentos que podia compartir y sentir la compañía de un amigo, en frente de la casa vivía Ángel, mi amigo de todas las mañanas, con él jugaba a inventar mundos, caminos, personajes y situaciones extraordinarias, nos divertíamos mucho en el patio de la casa, además teníamos un mundo de tierra que le daba vida al árbol de limón que desde que tengo uso de razón existe, aún existe, tejíamos historias tan fantásticas con nuestros juguetes ya desgastados. Ángel se movía muy lento, tenía que ser paciente, pues sus movimientos parecían ir en cámara lenta, sus pasos dibujaban trazos con mucho finura, no podíamos jugar fútbol y no entendía porqué, mi mamá me decía que tenía que tener mucha paciencia pues su cuerpo se estaba debilitando con cada suspiro, no me explicaban su condición solo que él no podía salir a jugar con los demás vecinos porque tenía que ir a otro lado a esa hora. Mi mamá siempre ha sido muy atenta con mis amigos, y con Ángel lo era aún más, nos preparaba agua fresca de limón porque nos ponía a juntar los limones maduros del patio, jugábamos a hacer limoneros, después teníamos que descansar viendo la televisión, era un amigo muy tierno y cordial, sin olvidar que parecía mi sombra, no quería separarse de mi, me acompañaba a la tienda de don Arturo íbamos tomados de la mano, como el hermano menor que no tuve en la infancia, también lo llevaba a comprar dulces a fuera del kinder que estaba a unas cuantas casas de la mía, nos gustaba comprar dulces raros, como los brinquitos que sacudían nuestro paladar, a él le encantaba los sobresitos de miel y las paletas tix tix, incluso jugábamos a ver quién se le partía la paleta más rápido. Eran tantos juegos que mi sonrisa sería infinita al recordarlos, cuando llegaba su mamá por él no se quería ir, lloraba muchísimo, me quería llevar a su casa, yo me ponía muy triste porque las despedidas eran muy dramáticas, por eso su mamá a veces permitía que me acompañará hasta la escuela, y era un recorrido diferente pues me preguntaba tantas cosas que yo ignoraba de ese camino tan conocido, me sentía muy feliz porque me hacía sentir el hermano mayor, lo cuidaba de manera protectora, cómo esas gallinas que tenía mi papá en la azotea, y cuidaban a sus polluelos a muerte, varias veces me correteaban por toda la casa hasta que soltaba a su cría, así era yo con Ángel, no me gustaba que le dijeran cosas o que lo molestaran sólo por no hacer lo mismo que los demás, fueron días de mucho alegría y felicidad, éramos los amigos matinales.
Pasábamos los días entre juegos, sonrisas y muchas alegrías, fueron días únicos, embaucados nada más en la diversión, pero poco a poco se fueron diluyendo esos días de cotidianidad, había días en los que no se encontraba en casa Ángel, me decía mamá que tenían que salir, y yo me quedaba jugando solo, reconstruyendo mis mundos en la soledad de las horas y pensando en nuevos juegos para presentarselos a Ángel el día que nos viéramos. Los viernes en la noche podía salir a jugar con mis otros amigos que eran los vecinos de la cuadra, tantos juegos jugué que terminaba exhausto de tanto correr, gritar, brincar, fue un etapa muy feliz, no tenía ninguna preocupación solo el de jugar y hacer mis tareas.
Mi madre siempre fue muy protectora conmigo, me cuidaba mucho, y esto era una forma de burla por parte de mis vecinos hacia mi, pues me decían que era un niño muy mimado, sensible y que me faltaba el carácter de un niño de barrio, no lo entendía muy bien a los siete años, solo me divertía jugando a las escondidas, a las traes, a la víbora de la mar, al fútbol, me cansaba de tanto jugar. Los fines de semana también salía a jugar un rato, pero no con Ángel, en esos días no lo veía, tenía que esperarme hasta el día lunes para volverlo a ver, pero ese lunes que lo esperaba con ansías para mostrarle los nuevos juegos no llegó, mi madre me explicaba que tuvo que salir de viaje o que estaba con sus familares en un evento. Había semanas donde lo veía un día, todo triste, sin ganas de moverse o jugar, mejor nos poníamos a ver la televisión, las caricaturas de la mañana, le platicaba de los Súper campeones o de los Pawer Ranger, y nos emocionamos tanto que terminamos jugando a ser algunos de los personajes, entre risas y juegos nos despedimos.
Pero una tarde que volvía de la escuela, mi padre fue por mi hermana y por mi en bicicleta, yo iba sentado en la parrilla trasera y mi hermana iba adelante, aún recuerdo ese olor de albañil de mi papá, sus esfuerzos por llevarnos a los dos, me gustaba sentir el aire en mi cara, al llegar a casa fue muy raro, había mucha gente en la casa de Ángel, mi mamá estaba en la puerta de la entrada y me dijo que quería hablar conmigo, me sentó en la sala de la casa, ví sus ojos cristalinos y llenos de lágrimas, apenas pudo hablar para decirme que algo le había sucedido a Ángel, no sabía que hacer porque era difícil ya ver a mi madre con las lágrimas resbalando por sus mejillas, me dijo a duras penas…Ángel ha muerto.
Y no recuerdo si lloré también o me fui a mi cuarto a quitarme el uniforme, aún me duele su muerte, me simbra el corazón ante el silencio y ausencia de ese recuerdo, me acosté un momento en la cama, al poco tiempo mi mamá me dijo que teníamos que ir a la casa de Ángel. Llegamos, todo el mundo estaba triste, lamentando la ausencia de la vida de un ángel, ahí estaba su ataud, blanco, muy limpio, alrededor cuatro cirios plateados, de fondo una cortina guinda con crucifijo en medio, el cuarto era pequeño, la madre de Ángel me abrazo entre sollozos, no supo qué decirme o no recuerdo qué me dijo ya que mi mirada estaba puesta en esa caja blanca, me presentó con sus familiares y sólo les decía que yo era Felipe, el mejor amigo de Ángel, me saludaron con familiaridad los que estaban ahí presentes, me acerque con pasos lentos hasta que llegué al ataud, y ahí estaba él, postrado, con los ojos cerrados, su cara muy delgada y fina, los labios blancos, su postura en posición de firmes como un soldado pero acostado, no era Ángel, no ese que yo conocí, el cristal del ataud estaba lleno de lágrimas, fueron los minutos más terribles para mí, sólo tenía cuatro años, no era posible comprender que un niño estaba ahí, a la vista de todos y sin poderse mover, ¡perra vida, tan miserable somos que ni la muerte respeta a los niños!, me sentí muy mal, mi curiosidad me robó el amor a la vida en ese momento, me fui a casa y dormí sin cenar. Al día siguiente fuimos al entierro, a dejar su cadáver en la tierra, todos estábamos llorando, no queríamos que se quedara ahí, quería convertirme en un Pawer Ranger y rescatarlo, pero todo fue inútil, ni las lágrimas ni los gritos hacían levantar a Ángel de aquel sueño letal.
Han pasado los años, entre risas y lágrimas, entre despedidas e ilusiones, entre sueños y realidades, entre encuentros y desencuentros fatales, y no puedo olvidar esas imágenes en mi corazón, Ángel y yo jugando a ser dioses, y aún me duele, pero por alguna razón incomprensible, siento que en toda esta vida que llevo, tengo un Ángel que me cuida. Te extrañe y extrañaré por el resto de mi vida, mi buen amigo Ángel.
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